Panamá
La ruleta de la desgracia
El tono de voz cada vez más alto, los ademanes groseros, las burlas y risotadas, y el detonante apareció: "que no digas eso de mi tío, que ladrón no es.
- Monseñor Rómulo Emiliani
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- - Actualizado: 17/6/2024 - 12:00 am
Cuando empieza a girar la ruleta de la desgracia uno no sabe cuántas víctimas y daños colaterales producirá. Que fue en un bar, un sábado por la noche, los tragos eran muchos, mezclaban licores, la música a todo volumen, la embriaguez se contagiaba, como peste funesta se extendía la agresividad. Las discusiones primero por el fútbol y luego por la política.
El tono de voz cada vez más alto, los ademanes groseros, las burlas y risotadas, y el detonante apareció: "que no digas eso de mi tío, que ladrón no es. Tú qué sabes. Estás inventando. Eso es mentira. Retira lo dicho o te parto la cara". Empujones, gritos, puñetazos, navaja en mano, la sangre corre, uno cae al suelo derribado por los golpes y el otro se tambalea con la herida abierta de arma blanca. Silencio en la cantina. Se van algunos asustados, se llama a la policía, llega la ambulancia, arrestan a dos.
El herido es llevado al hospital. Dos horas luchando por salvar su vida, agoniza y muere. El puñal atravesó el estómago y la hemorragia no se le pudo detener a tiempo.
Cuando las peleas se dan, se sabe cómo ha sido el inicio, pero no cuándo acabarán y cómo. El homicida preso, la condena larga. Los familiares del muerto buscaban venganza. A los tres días del juicio donde condenaban al que mató al otro con el cuchillo, los hermanos del muerto buscaron al hijo del homicida y le dieron una paliza donde le fracturaron un brazo y perdió un ojo. Ahora están detenidos y condenados a seis años de prisión y a pagar una indemnización al herido.
Si pudiéramos echar la película para atrás y volver al inicio de la pelea en el bar. Y la historia se hubiera desarrollado de manera diferente. Y el finado hubiera pensado: "ya llevo tres tragos. Mi mujer me espera en casa y mis tres niños. No debo gastar mucho aquí. Y además ya están discutiendo de política. Me despido y me voy". Y el señor se va, aun con la resistencia de los amigos que le insistían que se quedara. Todos estarían vivos. Nadie en la cárcel. La cuestión está en no dejar que la ruleta de la desgracia empiece a rodar. Porque después ya no se puede parar, o es muy difícil que se detenga.
Hay que vencer los impulsos, pensar con la cabeza, analizar bien las cosas, implorar la presencia de Dios, evitar en lo posible los conflictos, llevarse bien con la gente. No girar la ruleta de la desgracia, porque en lo posible se cobra víctimas.
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