Epicentro
Sobre la guerra contra la pandemia
En esta guerra, a diferencia de las otras, todos hemos tenido alguna parte o algún sufrimiento; ya sea por el confinamiento, por temor o por la pérdida de alguno que es cercano o conocido. Los negocios conocidos han cerrado, muchos permanentemente.
- Arnulfo Arias O.
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- - Publicado: 12/1/2021 - 12:00 am
El mundo nos ha cambiado de la noche a la mañana, sin que todavía podamos comprenderlo, por lo precipitado y por lo abrupto de ese cambio. Foto: Víctor Arosemena. Epasa.
En muchas ocasiones, nos hemos referido a la pandemia actual como una situación de guerra; y la verdad, se le asimila en muchas formas. Las cantidades formidables de las víctimas globales ascendieron a un total de 1.8 millones de personas en el año 2020; una cifra enorme si se considera que las estadísticas totales de mortalidad en el mundo, antes de la pandemia, sumaban un promedio anual de 56 millones de personas.
Dentro de esas cifras de mortalidad por la COVID-19, se encuentran padres que dejaron tal vez en orfandad a sus hijos; esposos quedaron viudos; hermanos que dejaron sus hermanos, y amigos que dejaron sus amigos. En fin, casi un escenario bélico de proporciones cataclísmicas. Pérdidas monumentales, cuya valoración no alcanzaremos a cifrar, ni hoy ni nunca.
En esta guerra, a diferencia de las otras, todos hemos tenido alguna parte o algún sufrimiento; ya sea por el confinamiento, por temor o por la pérdida de alguno que es cercano o conocido. Los negocios conocidos han cerrado, muchos permanentemente.
El descalabro económico ha incrementado sustancialmente la pobreza y la marginalidad de nuestros pueblos, que ya venían sufriendo de altos grados de necesidad en las clases más necesitadas. El mundo nos ha cambiado de la noche a la mañana, sin que todavía podamos comprenderlo, por lo precipitado y por lo abrupto de ese cambio.
Nuestras generaciones todas han podido saborear, de alguna u otra forma, aquello de lo amargo y de lo cruel que las generaciones del pasado habían sufrido ya, en medio de conflictos bélicos globales, de los que solo habíamos visto en páginas de historia.
Seremos, al final, los veteranos, y las víctimas a veces, de una lucha que libramos todos; o que la mayoría libramos, porque algunos sí cayeron en niveles de inconciencia de una bestia y, si bien no caminaron a su propia muerte, sí pueden haber precipitado la de muchos, por sus conductas tan irresponsablemente trágicas.
La vida sigue; la pandemia cesará. Nos quedará, eso sí, el crecimiento inevitable que el dolor nos trae. Para cuando pase la pandemia, seremos resilientes, respetaremos más, tal vez, el medio ambiente, nos declararemos ignorantes de fenómenos que nuestra ciencia petulante no ha logrado descifrar y veremos nuestro mundo ya no como una roca sólida e indestructible, sino como un hogar muy frágil que hay que cuidar y mantener, en términos de su salud.
La religión se llevará por dentro, sabiendo que los templos tan vacíos hoy no han hecho por ello vaciar al hombre de la fe que porta.
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La solidaridad se hará más una costumbre. La hermandad del mundo también se habrá estrechado, siendo más humanamente comprensible su gran necesidad. La tecnología, que casi había cobrado vida propia y abandonado el fin genuino de su utilidad, volverá a ser lo que es: una herramienta hecha por el hombre, para el hombre.
En fin, habrá número mayor de veteranos que de víctimas, y la historia próxima recordará este episodio trágico como uno más de tantos que la humanidad ha sabido superar, con la ciencia combinada en un tubo de ensayo y con la fe inescrutable que se acrecentó en el corazón del hombre.
Abogado.
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