Panamá
Las funciones naturales de una Asamblea Nacional
Escuchamos mucho a los Diputados decir, cuando les conviene, que su función se limita, básicamente, a expedir leyes.
- Arnulfo Arias Olivares
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- - Actualizado: 11/1/2024 - 12:00 am
Escuchamos mucho a los Diputados decir, cuando les conviene, que su función se limita, básicamente, a expedir leyes. Sin embargo, ese vago discurso nos parece simple excusa para sacudirse de obligaciones naturales que, precisamente por el hecho de hacer las leyes, también los compromete con el seguimiento de las efectividades reales de esas leyes, sus beneficios y hasta su cumplimiento eventual; pero ese cumplimiento, precisamente, implicaría también cierto grado de vigilancia de los otros órganos del Estado.
Esa función propia pareciera haberse pasado por alto o, simplemente, haberse abandonado en el camino como un enorme peso que no se quiere llevar.
Hacer simplemente leyes; dejarlas añejar allí sin conocer de su efectividad, su beneficio o su cumplimiento por parte de los otros órganos del Estado es una completa deformación de las funciones esenciales de una asamblea legislativa.
Por otro lado, si dentro de las funciones judiciales está conocer de las acusaciones contra el Presidente de la República o contra los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, ¿dónde quedaría el papel de ser, entonces, el eterno vigilante y el control real de pesos y de contrapesos?
Es más, parece haberse diluido muy profundamente en medio de los contubernios, esa facultad regeneradora de las funciones administrativas de un gobierno, que permite a la Asamblea dar votos de censura contra los Ministros de Estado, por cualquier acto que pudiera tener visos de ilegalidad. Podemos añadir las citaciones que se pueden emitir, sin restricción alguna, para que ante el seno de esa cámara comparezca todo funcionario, a fin de conocer los actos de la Administración.
En fin, ese descrédito que hoy vive francamente la Asamblea, no se lo ha ganado, sino que más bien lo va perdiendo cada vez más, hasta caer en los abismos de ese estado irreversible por su inercia, por su falta de dinamismo y de iniciativas que van mucho más allá del acto perimetral de dictar leyes.
Ese Diputado que, siendo electo, no supervise ni vigile en su circuito el buen desempeño del resto de los funcionarios públicos, está cumpliendo solamente una labor cosmética, como los principados que solo son decorativos.
En el evento de que alguna comunidad presente quejas al Ejecutivo por obras públicas ineficientes, o por la falta de su cumplimiento, debería estar el Diputado electo allí, luchando por los cumplimientos, como debe hacer cualquiera que haya electo para hacer cumplir las propias leyes que se dictan. Si tuviésemos ese tipo de la Asamblea, ese luchador incansable que solamente responde ante la ley y la constitución, y que no está allí para engordar en puestos públicos y salones galvanizados por el lujo, entonces sería otra la suerte y el respeto que se ganaría ese órgano de Estado.
Los hechos recientemente ocurridos, respecto a la ley minera, que parecía supositorio institucional más que norma de la República, con el perdón de los lectores, nos hizo ver el panorama que se esconde, a veces, bajo el andamiaje de escenarios que son una mentira: hay contubernios ofensivos, falta de consideración del ciudadano, total desapego hacia los intereses nacionales y, sobre todo, una despreocupación irresponsable por el futuro de la nación.
Eso no puede seguir así. Bien decía el sabio científico, cuyo nombre es consabido ya por todos, que el significado genuino de la locura es hacer lo mismo siempre y esperar que los resultados sean distintos. Si nada cambia en el país, si el voto irresponsable sigue generando el movimiento de ruedas sin fin y de roedores que se mueven en ellas, entonces nada va a cambiar; y la nación pasa de ser patria a ser un manicomio sin control y sin dueño. Pero la esperanza es lo único que no se pierde, como condimento necesario para la propia evolución humana y la supervivencia la especie.
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