Panamá
Contemplar, aquietarse
Hay que tomar conciencia de la presencia divina que nos abarca, en la que estamos en Dios, y contemplar el misterio sublime que nos envuelve.
- Monseñor Rómulo Emiliani (CMF)
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- - Actualizado: 19/2/2024 - 12:00 am
En esta sociedad tan ruidosa, llena de prisas y estrés; con tantas preocupaciones, competencia muchas veces desleal, deshumanizada y falta de trascendencia, es necesario detenerse, aquietarse, serenarse, hacer silencio, y contemplar el misterio de Dios en ti. Y para eso hay que apartarse, buscar un lugar aislado, quizá un rincón de la casa preparado para orar, o tu propia habitación, cerrar la puerta como nos dice Jesús, y guardar silencio.
Claro, si tienes un templo cerca mejor. Pero es necesario aislarse, volver al centro de ti mismo, al lugar sagrado del alma, al arca personal tuya de la Alianza, al sagrario interior, y desde ese monasterio espiritual donde reside el misterio divino, contemplar al Señor, al Rey de reyes, al Señor de Señores.
Urge hacerlo por salud mental, por llenar tu espíritu de Dios, por pacificar tu cuerpo, por volver a centrarte en tu ser profundo, por recobrar tu identidad perdida, por curar tu soledad profunda, por volver a ser tú. Los animales no necesitan de eso, aunque también buscan estar tranquilos, en paz. El ser humano en cambio se habitúa al ruido, le encanta estar en medio del bullicio, muchas veces para llenarse de palabras huecas, vacías; no se da espacio para el silencio, descansar, serenarse, y aún antes de dormir tiene el televisor encendido, o el celular y está amarrado a esos medios, llenando a altas horas de la noche su cerebro de imágenes y mucho ruido. Y luego dentro de su ser, para rematar, fabrica ruidos en forma de pensamientos, recuerdos muchas veces negativos, sentimientos tóxicos de resentimientos, envidias, celos, miedos. No tiene silencio, y se va enloqueciendo, realiza actos irracionales, dice cosas absurdas, no piensa, no reflexiona, actúa a base de instintos o de reflejos condicionados.
Hay que detenerse, sentarse, cerrar los ojos, respirar hondo, repetir pausadamente una frase sagrada que puede ser: " te amo Señor; Jesucristo ten piedad de mí; Maranatha; Gloria a ti Señor; Gloria al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo", o cualquier otra que uno escoja.
Hay que tomar conciencia de la presencia divina que nos abarca, en la que estamos en Dios, y contemplar el misterio sublime que nos envuelve. Cuando una persona llega a ese nivel, una mayor paz le inunda, una mayor iluminación divina lo guía. Adquiere más fortaleza, y vive un mayor desapego de las cosas que antes lo tenían amarrado. Y recordando el poema de santa Teresa, mujer contemplativa auténtica:" Nada de turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta".
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