La dura lección de Alemania en 'la nueva normalidad'
A medida que se relaja poco a poco, abriendo tiendas, escuelas e incluso museos, el país está aprendiendo una dura lección: la salida es mucho más difícil que la entrada. Relajar el confinamiento está repleto de dificultades.
- Anna Sauerbrey
- - Actualizado: 01/6/2020 - 12:19 pm
En su manejo del coronavirus, Alemania ha sido algo así como un modelo, alternativamente admirada y envidiada en todo el mundo.
Por una buena razón: la curva se ha aplanado. El número de personas recién infectadas cada día es estable. El número absoluto de muertes y la tasa de mortalidad siguen siendo bajos comparados con otros países. Y el factor de reproducción ronda alrededor de uno, lo que significa que, en promedio, una persona infectada infecta solo a otra persona. La primera ola del virus ha pasado. Alemania está reabriendo con cautela.
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Pero a medida que se relaja poco a poco, abriendo tiendas, escuelas e incluso museos, el país está aprendiendo una dura lección: la salida es mucho más difícil que la entrada. Relajar el confinamiento está repleto de dificultades.
El camino a la cuarentena fue relativamente tranquilo, en comparación. Cuando la cantidad de infecciones empezó a acelerarse a principios de marzo, los políticos de Alemania pisaron el freno. Para mediados de marzo, la vida pública se había detenido por completo. Escuelas y tiendas estaban cerradas, al igual que las fronteras. Se implementó el distanciamiento social y se prohibieron las reuniones de más de dos personas. Se instó a la gente a quedarse en casa, aunque aún podía salir a caminar, comprar comestibles y hacer ejercicio. Al mismo tiempo, Alemania aumentó su número de camas de terapia intensiva y cuadruplicó su capacidad de pruebas.
El 18 de marzo, la canciller Angela Merkel se dirigió a la Nación, hablando con una emoción y una angustia inusuales. “Realmente tomen esto en serio”, dijo. “Desde el día de la reunificación alemana y desde la Segunda Guerra Mundial, nuestro país no ha visto un reto que dependa tan severamente de que todos actuemos juntos en solidaridad”.
Los creadores de políticas de todos los bandos políticos fueron casi unánimes en enfatizar la gravedad de la situación y estuvieron de acuerdo en la solución. El pueblo alemán entendió y cumplió.
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Para principios de mayo, parecía que las medidas habían funcionado. Incluso los observadores de virus más prudentes se permitieron expresiones de alivio cauteloso. “Es nuestro deber proteger a los ciudadanos de Alemania lo mejor posible”, dijo Lothar Wieler, presidente del Instituto Robert Koch, en una conferencia de prensa el 5 de mayo. “Lo hemos hecho muy bien hasta ahora, como muestran las cifras”.
Otros epidemiólogos también se mostraron cautelosamente optimistas. “Las infecciones están casi bajo control”, me dijo Stefan Willich, director del Instituto para Medicina Social, Epidemiología y Economía de la Salud del Hospital Universitario Charité, en Berlín. “El sistema de salud alemán distó mucho de verse abrumado en algún momento de esta crisis hasta ahora”.
Y de manera crucial, tanto la política como el sistema de salud del país estuvieron a la altura. “Me sorprendió ver lo flexiblemente que reaccionó el sistema de salud de Alemania a la crisis”, me dijo Wolfgang Greiner, profesor de Economía de la Atención Médica en la Universidad de Bielefeld. Tanto el mercado —la mayoría de los laboratorios son empresas privadas, igual que muchos hospitales— como la dirección política funcionaron.
El 6 de mayo, los 16 Estados del país acordaron salir del aislamiento. El principio rector es la autonomía regional, con cada Estado en gran medida a cargo de su propia salida, siguiendo solo pautas comunes. Hay una condición: si el número de casos nuevos supera los 50 en 100 mil habitantes a lo largo de siete días en un área, las autoridades locales deben volver a imponer las restricciones.
Los expertos no coinciden en lo sensato de la estrategia. “En vez de noquear a todo el país con un confinamiento nacional”, dijo Greiner, que apoya el enfoque, “ahora tenemos un mejor monitoreo y podemos reaccionar regionalmente”. Pero Karl Lauterbach, legislador del Partido Socialdemócrata y epidemiólogo, no está de acuerdo. “La forma en que estamos relajando el cierre no es sistemática”, dijo. Él teme que los Estados puedan superarse unos a otros mientras intentan arrancar las economías regionales y satisfacer el hambre de vida de los electores.
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Sin embargo, el verdadero problema es mucho más profundo. La economía está en caos: 10.1 millones de alemanes han solicitado subsidios salariales; muchos han perdido sus empleos, en particular aquellos en empleos inestables y en el sector de servicios. Las proyecciones sugieren que la economía, que ha entrado oficialmente en recesión, se contraerá entre 6 y 20 por ciento. La pérdida en los ingresos fiscales será sustancial: casi 100 mil millones de euros, según un estimado. Y la carga de deuda del país se disparará.
La pregunta es: ¿quién pagará? El Partido Socialdemócrata quiere “gravar a los ricos”, mientras que se espera que los demócratas cristianos vuelvan a proponer su vieja idea de reducir los impuestos corporativos. Su coalición gobernante podría fracturarse. Más dificultades se avecinan.
Y justo ahora, viejos y nuevos demonios están en las calles. Hace sólo unas semanas, los alemanes desdeñaban a los estadounidenses que agitaban armas protestando por el confinamiento. Pero la alegría por la desgracia ajena duró poco. El 8 de mayo, miles de manifestantes —una mezcla alocada de extremistas, teóricos de la conspiración y ciudadanos comunes, apoyados en gran parte por el Partido Alternativa para Alemania, populista y de extrema derecha— salieron a las calles de ciudades principales como Berlín, Munich y Stuttgart, afirmando que sus derechos estaban amenazados y pregonando teorías de conspiración. El 16 de mayo, volvieron a salir: 5 mil se reunieron en Stuttgart, y pequeñas manifestaciones salpicaron el país.
Los manifestantes hablan por muy pocos: la mayoría de la población apoya las restricciones. Pero es una amarga ironía que en el breve momento de vindicación del país, todos los viejos conflictos estén resurgiendo.
Entonces, en lugar de solidaridad, tenemos conflictos. En lugar de unidad, división. Parece que ésta es también la nueva normalidad de Alemania.
Anna Sauerbrey ha sido editora y redactora en el periódico alemán Der Tagesspiegel desde el 2011.
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