El término ‘fascismo’ adquiere un nuevo giro
- Jennifer Szalai
Desde que el presidente Donald J. Trump entró al escenario político, el término ha sido planteado y luego desestimado por ser demasiado extremo y demasiado alarmista, demasiado específico históricamente o demasiado vago retóricamente.
![El presidente Trump hizo que la policía dispersara a los manifestantes para poder posar en una iglesia. Foto / Doug Mills/The New York Times.](https://www.panamaamerica.com.pa/sites/default/files/imagenes/2020/06/29/ref_01_fascism-0_0.jpg)
El presidente Trump hizo que la policía dispersara a los manifestantes para poder posar en una iglesia. Foto / Doug Mills/The New York Times.
ENSAYO
El 2 de junio, mientras agentes de policía de todo Estados Unidos desplegaban tácticas brutales en respuesta a las protestas por el asesinato de George Floyd, el exsecretario del Trabajo Robert Reich anunció que su antiguo vocabulario —repleto de palabras duras para el presidente Donald J. Trump— estaba haciendo lugar para una palabra nueva.
“Tengo tres años y medio de estar resistiéndome a usar la palabra que empieza con f, pero ya no hay alternativa honesta”, tuiteó Reich. “Trump es un fascista y está promoviendo el fascismo en Estados Unidos”.
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Reich no estaba solo. Hasta hace poco, la periodista Masha Gessen también era escéptica. Gessen acababa de publicar “Sobreviviendo a la Autocracia”, que enumera el “fascismo” entre las palabras que aparecen en la conversación política estadounidense sin precisión suficiente. El día después de la fecha de publicación del libro, Gessen escribió un ensayo para la revista The New Yorker sobre qué significaba cuando el presidente dijo a los gobernadores que reprimieran a los manifestantes. “Sea o no capaz de comprender el concepto, Trump está realizando el fascismo”, escribió Gessen.
El fascismo nació al final de la Primera Guerra Mundial en Italia y fue adoptado por los nazis en Alemania. Desde que Trump entró al escenario político, el término ha sido planteado y luego desestimado por ser demasiado extremo y demasiado alarmista, demasiado específico históricamente o demasiado vago retóricamente.
“La palabra ‘fascista’ ha adquirido una sensación de lo extremo, como gritar ‘lobo’”, escribe Jason Stanley, profesor de la Universidad de Yale, en “How Fascism Works” (Cómo Funciona el Fascismo), no porque los estadounidenses no estén tan familiarizados con las tácticas fascistas, sino porque se están acostumbrando a ellas.
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Estados Unidos ha tenido una larga historia de sentimientos pro o proto-fascistas, incluyendo el terrorismo del Ku Klux Klan, el movimiento America First de los años entre las guerras y las leyes de segregación que Adolfo Hitler citó como inspiración.
“El fascismo no es una nueva amenaza, sino más bien una tentación permanente”, escribe Stanley.
Escribiendo en The New York Review of Books el mes pasado, el historiador Samuel Moyn cuestionó el libro de Stanley y las analogías del fascismo en general. El argumento de Moyn es el siguiente: si el presidente realmente quisiera aplastar la democracia e imponer una dictadura, entonces una pandemia global debería haberle brindado la oportunidad ideal. Trump, argumentó, había elegido en lugar de eso básicamente no hacer nada.
La observación de que Trump estaba desperdiciando una oportunidad de consolidar el poder parecía restar importancia a lo que el presidente sí hizo, como restringir la inmigración aún más e incitar ataques contra los asiático-estadounidenses al insistir en el término “virus chino”.
Sin mencionar que el momento del ensayo de Moyn fue desafortunado; apareció el 19 de mayo, casi dos semanas antes de que Trump llamara a los gobernadores, amenazando con enviar al Ejército si no “dominaban” a los manifestantes que pedían el fin de la brutalidad policial. Esa llamada tuvo lugar el mismo día en que se lanzó gas lacrimógeno contra los manifestantes para que el presidente pudiera posar frente a una iglesia.
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Pero la crítica de las analogías del fascismo es más profunda que lo que sea que Trump diga o haga. Moyn sugiere que gritar fascismo oculta el grado al que Trump es una criatura enteramente estadounidense, al tiempo que exonera la podredumbre del Establishment que le permitió florecer en primer lugar.
Quizás sea revelador que los estadounidenses han estado tan preocupados con un escenario de pesadilla que porte “el manto del fascismo europeo encima”, como escribió Gerald Early recientemente en la revista The Common Reader. Early estaba reflexionando sobre el novelista Sinclair Lewis, cuya descripción ficticia del nazismo en Estados Unidos —“con toda su violencia brutal y arbitraria, vigilancia estatal policial y encarcelamiento implacable”— tenía más que un parecido pasajero con la realidad histórica de la esclavitud estadounidense.
Lewis tenía una “gran conciencia de la raza en Estados Unidos” y probablemente estaba pensando irónicamente cuando decidió titular su novela de 1935 “No Puede Suceder Aquí”, escribe Early. “Sabía, como cualquier estadounidense consciente debe saber, que ya había sucedido”.
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