Panamá
Turismo demanda cambios estructurales
- Jaime Figueroa Navarro
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Hacemos referencia a esta horma porque muchos somos los Passepartout, extrapolando al Sancho de El Quijote, en fronteras allende de La Mancha.
"Calidad es hacer las cosas bien la primera vez", instruía el librito IBM en la década de los ochenta del siglo pasado bajo el cual se gestionaba la principal multinacional del planeta. En la academia militar de Valley Forge, al percibirse una anomalía, el cadete está instruido en responder a sus superiores: "No existe excusa, señor".
Para los que guardamos recuerdos del ejercicio bajo estos sistemas, el istmo resulta el teatro de lo absurdo y lo que se pretende advenir por turismo resulta íntegramente lo contrario. Tomando como referencia los mejores expositores del turismo global, tema que aquí fallamos garrafalmente en emular, resultaría sencillo efectuar un "copy paste" de sus procedimientos y basta. Lo que ocurre en realidad, es que los actores no dan la talla.
Revolviendo la mirada, como ejercicio, retornemos a 1956 donde en el filme "La Vuelta al Mundo en 80 días" del libro de la autoría de Jules Verne, acreedora al premio Oscar como Mejor Película, el genial Cantinflas se hace acreedor al Globo de Oro como Mejor Actor en su papel como Passepartout (pasa como todo).
Asistente personal francés de Phileas Fogg, actor principal protagonizado por David Niven, Jean Passepartout es uno de los personajes creados por Julio Verne para protagonizar su novela de 1873.
Contratado justo antes que Fogg acepte el reto de dar la vuelta al mundo en 80 días o menos, lo cual es, de alguna manera, una decepción para el criado francés que, después de toda una vida de viajes, había decidido establecerse con Phileas Fogg resultado de su fama de tranquilo y poco aventurero.
Durante su arriesgado viaje, Passepartout se transforma en elemento imprescindible de la expedición, siendo él quien rescata a la joven Aoud, protagonizada por Shirley MacLaine. Además, es el compañero cómico, al que le sucede de todo, desde ser dejado atrás a ser secuestrado, aunque siempre sale bien parado.
Hacemos referencia a esta horma porque muchos somos los Passepartout, extrapolando al Sancho de El Quijote, en fronteras allende de La Mancha, quienes ampliamente viajados optamos por un doctorado en turismo de la Universidad de la Vida porque el prisma del lente está dilatado a vivencias en diversos teatros y logramos profundizar los pormenores de modelos exitosos más allá del obtuso quehacer istmeño.
No nos vayamos muy lejos, orale, aquí casi al lado examinemos el caso de México, un país muy análogo al nuestro dónde, a diferencia de nosotros, sus gobernantes han tomado muy en serio la industria del turismo. Su loable Secretaría de Turismo genera en este año de despegue posterior a la pandemia 42 millones de visitantes. ¿Cómo le hacen los cuates? Pues muy bien.
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Ante todo, la pasión por el detalle. México no cuenta como atractivo el Canal de Panamá, en cuyo caso seguramente hubiesen trastocado el lago Gatún para transformarle en un Xochimilco capaz de atraer al istmo cifras diez veces mayores al escuálido, inexcusable, numerito pulgar de visitantes anuales.
En la década de los setenta del siglo pasado desarrollaron del pinche pueblito de pescadores Cancún en Quintana Roo, la zona más pobre de la republica azteca, un imperio del turismo global cuyo aeropuerto recibe 25 millones de visitantes, a diferencia de Tocumen, su totalidad como destino final y no escala, donde funcionan a cabalidad las escaleras eléctricas, los sistemas de aire acondicionado y el expedito despacho de pasajeros, cuyo director examina a diario el más ínfimo detalle como la calidad y disponibilidad de papel higiénico en sus retretes. Mas le vale, sino pierde la chamba. Si nos dejan, ¡por ahí nos vamos!
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