Mensaje
Tratar a Dios como padre
Nos hace volver a nuestra esencia de seres creados por la mano paternal divina, con un origen divino, y con un fin eterno en los brazos amorosos del Padre. Y además nos hace sentirnos hermanos de todos, porque venimos del mismo Padre.
- Rómulo Emiliani
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- - Publicado: 27/2/2021 - 12:00 am
Orar, repitiendo el nombre de Dios Padre, invocándolo como hacía Jesús, pronunciándolo con amor, con devoción, con ternura, con alegría y esperanza, nos hace sentirnos hijos amados, cuidados y protegidos. Foto: EFE.
Si Jesús nos reveló que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y él lo llamaba continuamente papá, papacito, Padre, creo que nosotros debemos llamarlo así. Tratar a Dios como Padre, invocarlo con ese nombre, y sentirnos hijos, es cultivar una espiritualidad auténticamente evangélica.
Nuestra Iglesia, quien guardó y determinó cuáles son los libros sagrados de la Biblia y conoció a Cristo, ya que él la fundó, ha sido celosa guardiana de ese nombre que aparece en todas las celebraciones eucarísticas en sus oraciones principales.
La referencia normal es al Padre. En nuestra espiritualidad comunitaria y personal, el trato preferencial debe ser al Padre, sin descuidar nuestra relación con Cristo nuestro Salvador y con el Espíritu Santo. Somos una religión de hijos de Dios Padre, redimidos por Cristo e iluminados por el Espíritu Santo.
Una espiritualidad basada y enfocada en el misterio de Dios padre desarrolla una actitud y comportamiento propio de hijos amados, protegidos, cuidados y tratados con ternura y misericordia por el Padre.
Nos hace sentirnos que no estamos huérfanos, solos, abandonados, echados al mundo a nuestra propia suerte y dejados tirados en la cuneta de la vida. Una espiritualidad filial nos da fortaleza y seguridad, y nos permite caminar por la vida con la certeza de que alguien nos cuida, nos provee de todo lo necesario para vivir y que, por lo tanto, nos ampara en su misericordia y providencia divina.
Una espiritualidad filial nos permite leer la historia desde la mano poderosa de un Dios creador y providente, que al darnos a su propio Hijo, entregado para ser nuestro salvador, selló una alianza eterna que garantiza nuestra salvación.
Nos hace ver además que en Cristo somos hijos coherederos de su gloria, del cielo prometido. Que tenemos en herencia la morada celestial donde gozaremos eternamente de Él. Que la sangre derramada en la cruz nos salva. Que la Palabra de Dios Padre encarnada en el seno de María, hecho hombre, hace que Dios esté con nosotros para siempre. Una espiritualidad basada en la paternidad divina nos hace sentirnos fuertes ante cualquier adversidad.
Orar, repitiendo el nombre de Dios Padre, invocándolo como hacía Jesús, pronunciándolo con amor, con devoción, con ternura, con alegría y esperanza, nos hace sentirnos hijos amados, cuidados y protegidos.
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Nos hace volver a nuestra esencia de seres creados por la mano paternal divina, con un origen divino, y con un fin eterno en los brazos amorosos del Padre. Y además nos hace sentirnos hermanos de todos, porque venimos del mismo Padre. Nos hace solidarios con toda la creación que ha venido de la mano paternal divina, haciéndonos uno con todo el universo, conservando nuestra identidad personal.
Monseñor.
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