Panamá
Sobre Lucien Napoleón Bonaparte Wiese
- Arnulfo Arias O.
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Wiese estuvo a cargo de esa expedición, y así llegó a las costas del Darién para indagar el curso de una ruta, como otros tantos ya lo habían tratado, incluso Balboa, que encontró un paso ya desde esos tormentosos días de la conquista.
Su oscura ascendencia, que lo hacía y no lo hacía pariente de Napoleón, parece que forjó el carácter de Lucien Wiese. Discípulo predilecto de Lesseps, fue comisionado por su mentor para la determinación de una ruta para un Canal Interoceánico en el Istmo y, así, partió en esa misión en el año de 1879, cuando el trayecto entre Europa y Panamá duraba unos 11 días a golpe y cocimiento de vapor.
Wiese estuvo a cargo de esa expedición, y así llegó a las costas del Darién para indagar el curso de una ruta, como otros tantos ya lo habían tratado, incluso Balboa, que encontró un paso ya desde esos tormentosos días de la conquista.
El explorador, lleno de una fe ferviente, contagiada sin duda por el encantamiento de Lesseps, se entregó en cuerpo y alma a su misión, adentrándose en las selvas más inhóspitas jamás pisadas por el hombre. Puedo imaginar perfectamente aquellos hombres, penetrando lentamente en esa verde y ominosa oscuridad de nuestras selvas; pendientes de cada ruido y cautelosos de sus pasos, por la clara advertencia de todo tipo de animal e insectos ponzoñosos y mortales que asechaban su camino. A poco tiempo de su entrada en ese vaho verde impenetrable, habrían escuchado el rugido de los monos aulladores, que penetra en los oscuros y remotos miedos del hombre y lo regresan a su estado básico, de vulnerabilidad existencial, recordándole un pasado que no existe ya.
Hicieron su camino lento y tortuoso de la costa hasta la cordillera, sin encontrar un paso fácil. Casi todos enfermaron de malaria y algunos encontraron su último descanso en esa selva imperturbable, que no se entrega a mano alguna ni a corona de ninguna clase. Luego de semanas de estudio en campo, el grupo determina hacer recuento de sus conclusiones y volver; la única manera de lograr un paso sería construyendo un túnel a través de esas montañas, para abrir camino hasta al Pacífico; peregrina idea, sin duda, por no llamarla por su nombre real.
Cuando Wiese llega a de regreso a Francia, tatuado con las costras y las cicatrices tropicales, varias libras menos y aun convaleciente, le presenta sus recomendaciones a Lesseps, quien queda muy decepcionado. El había advertido a Wiese que quería y que reclamaba una ruta a nivel, de mar a mar, sin interrupción alguna, como su gran obra y creación pasada: el gran Canal de Suez. Acá , en realidad, el terreno irregular, los altos montes, la selva espesa, impedían lograr un sueño tal.
Pero Lesseps era un soñador empedernido, no un planificador cauteloso. Luego de unos meses, Wiese llega nuevamente en Panamá, buscando esa ruta inexistente, instado y obediente a los caprichos infantiles de Lesseps. Esta vez, sin embargo, el joven ingeniero hace cosecha del conocimiento ajeno, y explora ese terreno ya mapeado por la Cía. del Ferrocarril.
Se da cuenta de que ese terreno indicado por los ingenieros del ferrocarril ofrecía sin duda la mejor ruta posible, la opción más sensata, y que solo habían perdido tiempo y vida inútilmente buscando rutas fantasiosas en Darién.
Con una determinación que pocas veces luce el hombre, Wiese decide viajar a Bogotá, para lograr la concesión para construir ese canal del Istmo. El viaje de Panamá a Bogotá no era cosa simple en ese entonces, y podía tomar semanas.
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