Epicentro
Sobre los frenos artificiales a la libertad de expresión
Lo que realmente estaba en juego y lo que en realidad se discutía era la facultad aberrante de cualquier autoridad de limitar la libertad de expresión por medio de la pena y de impedir lo que algunos llaman ortodoxamente el "ejercicio excesivo" de dicha libertad.
- Arnulfo Arias O.
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- - Publicado: 10/5/2020 - 12:00 am
La llamada epifanía, o revelación espontánea de la esencia de las cosas, puede llegar al hombre de diversas formas; ya sea en medio de alguna reflexión personal y silenciosa, o en contemplación de la naturaleza, mirando el firmamento, leyendo alguna frase.
En fin, las posibles iluminaciones espontáneas que disipan las sombras de la duda podrían ser infinitas.
En lo particular, no pienso que se debe estar sujeto a la limitación de recurrir únicamente a textos o fuentes religiosas para profundizar aquellos temas que despiertan en el hombre intereses que no son necesariamente materiales, en su esencia.
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De todas esas fuentes de riqueza espiritual y cultural, la menos sospechada hubiera sido una sentencia; pero en la jurisprudencia de la historia judicial de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos reposa una ponencia que, desde mi punto de vista, constituye hoy una de las proclamaciones más reveladoras de la libertad de pensar y de exponer el pensamiento.
Lo que realmente estaba en juego y lo que en realidad se discutía era la facultad aberrante de cualquier autoridad de limitar la libertad de expresión por medio de la pena y de impedir lo que algunos llaman ortodoxamente el "ejercicio excesivo" de dicha libertad.
Un día 3 de marzo de 1919, la Corte Suprema de Justicia entró a decidir el caso Abrams v. United States, llegado hasta esa superioridad en grado de apelación, para que se confirmara o no si la propaganda vertida en un panfleto anarquista, y fruto de la opinión reactiva y reaccionaria de un grupo muy pequeño de hombres, estaba o no dentro de las libertades que concede la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, para disentir de las opiniones y objetivos del gobierno.
Siete de los nueve magistrados, ante las abominaciones e insultos del panfleto, sintieron que se había aguijoneado el orgullo nacional, que se había insultado la institucionalidad, el dogma de hacer guerras productivas y hasta las fundaciones mismas que soportaban la maquinaria poderosa del gobierno nacional.
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Pero el magistrado Oliver Wendell Holmes Jr., hizo un breve y profundo salvamento de voto en esa instancia, y concluyó valientemente que se había privado de custodia constitucional una libertad sagrada, la libertad de disentir.
Su ponencia se ha convertido, desde entonces, en una antorcha de luz en favor del pensamiento, iluminando las cavernas más oscuras de la intolerancia institucionalizada.
Lo que realmente estaba en juego y lo que en realidad se discutía era la facultad aberrante de cualquier autoridad de limitar la libertad de expresión por medio de la pena y de impedir lo que algunos llaman ortodoxamente el "ejercicio excesivo" de dicha libertad.
Oliver Wendell Holmes llega a la acertada conclusión de que no existe tal cosa como el ejercicio excesivo de la libertad de expresión.
Pensó que la opinión, cuando es fruto de la idea de un hombre, no puede estar normada por el hombre; que coartar tal libertad es un peligro claro para el delicado ecosistema que logra que por medio de un proceso de selección natural -que se libra en el fuero personal de cada cual- prevalezcan solo aquellas opiniones que sean más aptas para hacerlo, y que otras queden simplemente condenadas a extinguirse dentro de la relevancia histórica del hombre; que no estaba dentro de las facultades limitadas de la justicia interferir en ese libre mercado de las ideas, en las que el ser humano consume libremente lo que quiere consumir y descarta libremente aquello que desea descartar.
La ponencia de Holmes rinde culto a una fe que tal vez llegue a trascender toda otra fe en el mundo: la sagrada libertad de pensar sin que la palma del hombre, y sus autoridades, pueda atrapar con su mano materialista una idea vaporosa que hace vuelo.
Abogado.
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