Epicentro
Sobre el temor
...el hombre moderno ya ha hecho del temor un hábito constante; parte del ropaje de sus pensamientos diarios, del tejido que se crea y anida únicamente en la cabeza de los hombres, careciendo muchas veces de sustento y realidad, transformándose en angustia.
- Arnulfo Arias O.
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- - Publicado: 25/5/2021 - 12:00 am
No dejemos que la semilla del temor nos haga daño, alojándose y creciendo en ese suelo fértil de nuestro interior, donde todo aquello que se siembra hará eclosión, para bien o para mal. Foto: EFE.
“El cobarde morirá mil veces antes de su tiempo; el valiente sólo probará una vez su muerte”.
Shakespeare
En su naturaleza, el miedo es algo químico y, por eso, puede suprimirse por medio de la ingesta de un agente químico también.
Hace miles de años, en ese amanecer del ser humano, la individualidad del hombre se perdía en el vasto mundo de criaturas que rondaban por la tierra, por lo que el temor servía como una especie de sensor biológico, sin estar teñido de emoción; advertía, en ese entonces, contra el peligro evolutivo, contra la cesación de las especies en los anales de existencia.
Correr o detenerse y hacer frente ante peligro que acechaba al hombre atávico, era el único propósito del medidor y válvula del miedo, que compartía con muchos otros animales.
Pasaron los milenios, amontonándose los unos y los otros, hasta que apareció en la escena el homo sapiens, nuestro ancestro, y, finalmente, el homo sapiens sapiens, que hoy nos representa a todos. Antes de la evolución moderna actual del hombre, el temor tenía la actividad específica de ser alarma natural; luego evolucionó hasta ser una sensación primaria, anclada a veces inclusive ante la ausencia del peligro real, en prolongación inútil.
De esa sensación vaga y prolongada, el hombre moderno ya ha hecho del temor un hábito constante; parte del ropaje de sus pensamientos diarios, del tejido que se crea y anida únicamente en la cabeza de los hombres, careciendo muchas veces de sustento y realidad, transformándose en angustia.
Lo único real de ese temor primario es que, en su esencia básica, nunca ha cambiado; es producto de reacciones químicas. Prueba de ello es que solo el desquiciado que sufre desbalances químicos en su cerebro, afronta los peligros reales como si simplemente no existieran para él. Otra cosa es el valiente, que midiendo las posibles consecuencias en su mente, supera los obstáculos y persiste en su objetivo.
No es entonces el temor en sí, la alarma e intuición contra el peligro, lo que le hace daño al hombre. Es, más bien, ese rumiar constante e impreciso en lo que no ha pasado aún; ese presentimiento vago que se agolpa y se acumula en la garganta, tratando de expresarse sin hacerlo, producto de una mente atormentada que cocina a fuego lento el miedo prolongado.
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No dejemos que la semilla del temor nos haga daño, alojándose y creciendo en ese suelo fértil de nuestro interior, donde todo aquello que se siembra hará eclosión, para bien o para mal.
Cuando el hombre viene al mundo entre pañales, solo lo acompañan, como sombra natural, los dos temores básicos: el temor al ruido y el temor a la caída; lo demás se hace una carga en él y es el producto de la maduración, del condicionamiento y, en muchos casos, del prejuicio y la deformación en que crecemos.
Abogado.
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