Epicentro
Sobre el nuevo dilema de la humanidad
... no podemos darnos ese lujo de cerrar nuestras fronteras, restringir nuestros servicios, opacar la incipiente industria del turismo, clausurando los hoteles, confinando restaurantes, apagando luces en tarimas y presentaciones de la industria de entretenimiento.
- Arnulfo Arias O.
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- - Publicado: 29/6/2021 - 12:00 am
No se puede hacer un paralelo de medidas entre el resto de naciones que han podido sostener la crisis sin gran afectación de sus economías. Foto: EFE.
Con la pandemia de la era, la humanidad se enfrenta a un nuevo dilema, que despierta cuestionamientos éticos y sociales en todas las culturas que hoy deben convivir con la nueva realidad del mundo.
Por un lado, están aquellos que defienden el derecho a la salud, sin tener en cuenta la edad, el sexo o el estatus social, por lo que consideran que cualquier medida para salvaguardar la vida, aunque implique la imposición de restricciones férreas contra la libertad personal (confinamientos, toques de queda, restricciones a la movilidad); por el otro lado, están aquellos que defienden la postura naturalista, si se quiere, de que el virus, al margen de los estragos que cause, debe encontrarse combatido por las defensas naturales del hombre, que lo han acompañado siempre a lo largo de su evolución en este mundo.
Para estos últimos postores, el bienestar material del mundo se coloca por encima de la propia salud. Entre los que así pueden pensar, se abraza la postura de que la pobreza es la peor enfermedad que sufre eternamente el mundo, y que cualquier medida restrictiva del comercio podría simplemente incrementar aún más la brecha generacional entre los ricos y los pobres.
Manteniendo una postura ecléctica, que no se inclina ni a favor de una ni a favor de otra de las opiniones esas que se retraen a los extremos, pienso que de cada una habría que sacar aquello que podría ser bueno.
En Estados Unidos, por ejemplo, se tomó con mucha seriedad la enfermedad que hoy sufre el mundo, pero también se tomó con mucha seriedad el efecto perdurable de medidas restrictivas en la sociedad. Entre esos efectos está, por supuesto, la marcada afectación de la economía de los países.
En aquellas naciones con reservas vastas, donde un alto en las actividades podía ser solventado por la remuneración pasiva de ese cese obligatorio, se procuraba que el apoyo fuera equivalente a las necesidades reales de la sociedad, sin que se tuviera que entrar en grandes sacrificios del hogar.
Pero en las naciones pobres, esos ceses artificiales, a través de la privación del trabajo, también implicaron una privación de los ingresos, con una merma consecuente del ingreso familiar y gran afectación de la calidad de vida. Eso ha sucedido en Panamá.
En forma clara y evidente, las intenciones buenas de salvar la integridad de la salud no estuvieron a la altura de los grandes sacrificios que las restricciones sanitarias han causado en la mayoría de los hogares panameños.
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Podemos comprender que la intención de asimilar las prácticas de las naciones avanzadas en temas sanitarios podría nacer de un deseo ferviente de paternalismo, de heroísmo estatal; sin embargo, la realidad es que vivimos en una nación empobrecida, atada en los umbrales de terceros mundos todavía.
Una sola vía marca nuestra geografía entre las dos fronteras; el contraste claro de los muros de la metrópolis hace muy notorio y vivo comparado con el marco de subdesarrollo de nuestro interior necesitado; todavía se luce la miseria en parte del ropaje de la población. Por eso, no se puede hacer un paralelo de medidas entre el resto de naciones que han podido sostener la crisis sin gran afectación de sus economías.
Lo cierto es que todavía dependemos, en gran parte, del comercio mundial; que no somos autosostenibles; que gateamos todavía en la pista de carrera de los grandes corredores que compiten globalmente por recursos.
Siendo eso así, no podemos darnos ese lujo de cerrar nuestras fronteras, restringir nuestros servicios, opacar la incipiente industria del turismo, clausurando los hoteles, confinando restaurantes, apagando luces en tarimas y presentaciones de la industria de entretenimiento.
La brecha de pobreza que existía ya en nuestra nación se hace hoy un abismo mucho más difícil de cruzar. Económicamente, estamos en el borde de esos precipicios insondables que no encuentran el fondo alguno en su devastación.
Abogado.
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