Panamá
Sobre el conflicto en Israel (ofensiva sin odio)
- Arnulfo Arias Olivares
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Lo que está sucediendo ahora mismo en Israel, es el desenvolvimiento de un planeamiento preconcebido por un grupo radical sangriento e insurgente.
Para la guerra no hay una sola razón, sino miles; todas sin sentido para el individuo, posiblemente, pero con sentido siempre para la colectividad. La guerra se sustenta primordialmente en intereses colectivos, carentes del proceso de pensar del individuo. Podrían argumentar que en la naturaleza no hay guerras, y creo que es cierto, pero sí hay batallas. Vemos cómo las hormigas luchan ferozmente, sin embargo, luego de que acaban el conflicto, siguen su existencia sin resto alguno de trincheras y de muerte, sin cultivar el odio y el resentimiento que, en el hombre, es la razón más frecuente de la renovación de los conflictos que desencadenan nuevamente en una guerra.
Si se lucha con odio se mata; si se lucha sin odio se defiende. Es el ingrediente del odio el que convierte la lucha en una guerra, y ese ingrediente sí que es exclusivo de los hombres, porque nunca está presente en la naturaleza. Como el boxeador que en medio de la contienda se enfurece, así también se pierde cada vez que nos aliamos con la ira en los conflictos de cualquier naturaleza.
La paz no es el estado natural del hombre; debe alcanzarla como si se tratara de una meta.
Nacimos en medio de una lucha natural que, aceptada por cualquier otra especie, se convierte en una fuente de conflicto emocional para nosotros. El esfuerzo requerido para el logro de las cosas, se confunde subjetivamente con la lucha. Si solo viéramos la lucha como un simple instinto; el sufrimiento como parte de la vida; las necesidades como impulsos naturales para el desenvolvimiento en este mundo. Somos la única especie que nos detenemos a añadir el peso de nuestras angustias a cualquier evento que nos hace sufrir. Pero regresando al tema central, nadie gana cuando la bandera conquistadora es la del odio y del rencor.
Lo que está sucediendo ahora mismo en Israel, es el desenvolvimiento de un planeamiento preconcebido por un grupo radical sangriento e insurgente. Esa es la realidad. El efecto de esos actos podría ser justamente lo que ese grupo quiere: el terror y el odio. El primero es un efecto casi fisiológico y reactivo en cualquier ser humano; pero el odio es otra cosa.
Se va cociendo a fuego lento y no es impulso de un reflejo, sino que requiere el concurso y la voluntad del hombre, como esos fuegos que se deben soplar y resoplar muy cerca del rostro, hasta que se hacen una llama sostenible. Es difícil ver la violencia encarnizada y recomendar a quienes la sufren cómo deberían actuar; hasta parecería un acto de arrogancia indiferente. Sin embargo, si las víctimas de esa violencia y sus familias caen en ese juego del rencor, y responden con el mismo a los ataques, están recompensando a esos victimarios precisamente con lo que ellos quieren.
El odio desestabiliza a quien lo sufre. No se puede pensar bien cuando se instala en uno. Si un alpinista escala un empinado risco, cada uno de sus movimientos debe estar cuidadosamente orquestado, para no caer al vacío.
Si en ese momento de aferrarse a una roca, o de asentar su pie en un punto de apoyo, se desconcentrara rememorando algún rencor pasado, las posibilidades de sobrevivir serían escasas. En una escala mucho mayor y más sangrienta, si los que combaten en defensa de su causa se convierten en los agresores, no solo no podrán realizar bien su tarea, sino que nunca vencerán, porque la semilla del odio sin sentido habrá ya germinado en ellos y crecerá constantemente. Defenderse, sí, pero sin dejar que los rencores tiñan la ofensiva.
La solidaridad del mundo está a favor de los actos necesarios para defenderse; pero una vez logrado ese objetivo, sin que la violencia se convierta en odio, se debe necesariamente buscar esos caminos de la paz, sin que los rencores se hagan telaraña crónica. Ya no sería un tema de diente por diente, que al final deja a ambos sin dentadura. Sería un tema estratégico; sería como romper el arco, cortar la lanza y quemar los carros en el fuego, pero sin darle a esos grupos sangrientos lo que más quieren: el odio del mundo y de las víctimas, que sólo haría mucho menos efectiva cualquier estrategia para defenderse.
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