Panamá
RenA.I.cimiento
- Alonso Correa
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Por qué el intento más malogrado, más fallido, más mortal supera con creces las perfectas representaciones.
Los vertiginosos vientos de la modernidad nos han hecho encallar frente a un dorado futuro empantanado por las ponzoñosas lágrimas de los que prefieren el naufragio.
Los rezagados, los olvidados, los que estaban retrasando el avance, esos que por no tener como destacar por sí mismo prefieren seguir alimentándose de la vitalidad de los demás navegantes. Repugnantes sanguijuelas que, obra y gracia de algún ser superior, han logrado derribar los límites de la paciencia y encaramarse en la mesa de los que dirigen para así mantener su supervivencia a costa de la mano ajena.
Así como los que nos precedieron, convirtiendo el lodo y la grama en hortalizas y carne, estamos en la entrada de un nuevo Renacimiento. Un bloque de la historia en el que muchos de los trabajos manuales o digitales elaborados por expertos en el diseño, la creación audiovisual, mecánica, matemáticas, química, administración y hasta el arte mismo se verá superado por la rapidez y la calidad de las creaciones de la inteligencia artificial, una oleada de nuevas y mejoradas obras de las imaginaciones más activas superará la barrera del tiempo y le presentará a los más incrédulos las bondades de esta explosión inventiva.
Y es que ahí se esconden los nuevos parásitos, del miedo a la llegada de este nuevo futuro. Aterrorizados por la libertad, se escudan en su propia incompetencia, alertando a las masas de las inmoralidades que representan el desencadenamiento del arte para la sociedad. Y como desconocen la empatía, el apoyo y la solidaridad, prefieren cubrir estos avances con el velo de la ignorancia, llamando a uno de los mayores inventos desde la imprenta, "el fin de la humanidad".
Por qué ahora todos los futuros se han vestido de negro, ahora solo queda la renuncia, el despido, el caos y la depresión. Han llegado para quedarse, se han creado para superarnos y ahora, testigos de las más abyectas creaciones, aquellas que se veían tan alejadas a nosotros, tocan nuestra puerta. Ahora nos vemos encerrados entre la espada y la pared, entre el cambio o la muerte.
¿Qué pasará con aquellos que renieguen el filtro de la evolución, aquellos que, por desconocimiento o ingenuidad, se queden detrás de la ola cambiante y permanente que la irrupción de computadoras, de cerebros electrónicos, de impulsos de unos y ceros; qué sucederá con los expertos en un solo tema, los cazadores especializados, con los maestros de una disciplina? Por muy triste, distópico y lamentable que parezca, aquellos que no avancen con las nuevas tecnologías serán carne de cañón de un leviatán nuevo, modernizado y armado con las mejores armas. Un temible monstruo creado de miles de millones de impulsos eléctricos capaz de lo imposible. Una hidra que, casi como un designio divino, ya tiene abiertas a todas las puertas de posibilidades con un solo chispazo de luz.
Pero aquellos que, paralizados por el miedo a lo desconocido, se alzan en pena y rabia por la victoria de la mecánica frente a la naturaleza, peca de ignorante, de lerdo, de sonso. Aquellos que con la mirada del miedo le rehúyen a las creaciones de las más innovadoras computadoras pecan de crédulo al infravalorar la innata capacidad del ser humano, de superarse, de demostrar su divinidad espiritual, de buscar la perfección en sus acciones. Porque las obras más perfectas, más correctas, más impolutas que pueda construir una máquina se deshacen frente a la más perfecta de las búsquedas de la perfección.
Por qué el intento más malogrado, más fallido, más mortal supera con creces las perfectas representaciones. Porque parte del alma mortal e imperfecta se impregna en aquella obra. Es nuestro esfuerzo, nuestro brío, nuestro trabajo lo que lleva las creaciones al cielo; es nuestro afán, la llave de las puertas de San Pedro, la entrada a la inmortalidad del alma.
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