Panamá
Recuperando la Confianza: Un Imperativo para la Paz Social
- Alberto López Tom
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El ámbito académico, por su parte, ofrece una plataforma neutral para el intercambio de ideas fundamentadas en evidencia y análisis.
En la encrucijada de la desconfianza y el descontento en que se encuentra Panamá, el país enfrenta un desafío crucial: encontrar caminos hacia la reconciliación y la unidad que nos permita un clima de crecimiento, prosperidad y mejor calidad de vida. Las calles cerradas, las protestas y la discordia revelan grietas profundas en el tejido social, y la clave para superar esta crisis radica en la restauración de la confianza perdida.
La concesión minera ha desencadenado un torbellino de descontento, situación agravada por la inconformidad generalizada con la gestión del gobierno y adicionalmente grupos radicales de izquierda que han abrazado la causa como excusa para justificar medidas arbitrarias y de fuerza para promover sus agendas ideológicas que de otra forma no prosperarían.
No nos engañemos, no estamos divididos sólo entre aquellos "pro mina" y "anti mina"; esta situación, agravada por el oportunismo de los radicales de izquierda, ha logrado avances en su finalidad de fragmentarnos mucho más como sociedad, al punto que entre los ciudadanos se gesta una desconfianza mutua y generalizada que amenaza con socavar cualquier intento de diálogo constructivo y reconciliatorio.
En este escenario, el llamado al diálogo resuena como un eco necesario pero ausente de liderazgo. Surge la pregunta: ¿quién lideraría este diálogo conciliatorio? La falta de una figura o institución de confianza agrega un nivel adicional de complejidad a la situación. El gobierno desgastado carece de la misma, y es aquí donde debemos mirar más allá de las estructuras gubernamentales y explorar el potencial de las instituciones civiles, religiosas y académicas verdaderamente representativas y sin intereses políticos, como canalizadores y catalizadores del diálogo constructivo y del entendimiento.
Las organizaciones no gubernamentales de trayectoria histórica y debidamente comprobada, con su enfoque en el bienestar social, pueden desempeñar un papel crucial. Su independencia y dedicación a causas justas pueden generar la confianza necesaria para un diálogo inclusivo.
Igualmente, las instituciones religiosas, arraigadas en valores éticos, pueden actuar como mediadoras imparciales, guiando el diálogo hacia soluciones que respeten la diversidad de opiniones.
El ámbito académico, por su parte, ofrece una plataforma neutral para el intercambio de ideas fundamentadas en evidencia y análisis. La investigación objetiva y la búsqueda de la verdad pueden servir como puntos de encuentro, construyendo puentes entre posturas aparentemente irreconciliables.
No obstante, no duden que los sectores radicales no tardarán en señalar y descalificar a los anteriores, pues su posición extrema justamente descansa en dicha práctica, y por ello es importante no caer en su estrategia destructiva.
Como sociedad y país, el verdadero desafío radica en la necesidad de reconstruir la confianza entre los ciudadanos. La sociedad se ve fragmentada, no solo en términos de opiniones sobre la minería, sino también en la percepción mutua. Gracias al discurso oportunista de grupos radicales, la armonía social se ha visto afectada y plagada de un resentimiento inmerecido, se "odia" a quien ha sido exitoso en sus estudios y trabajo, cuando antes era una fuente de inspiración. Se señala como "corrupto" a todo el que no pertenece a su grupo. De ninguna manera pretendo defender la corrupción, quien ha incurrido en la misma debe pagar las consecuencias y esto es un paso necesario y urgente para mejorar nuestro país.
La desconfianza ha penetrado los cimientos de nuestras interacciones cotidianas, dividiéndonos en facciones que luchan por imponer su visión, sin tolerar puntos de vista distintos.
Recuperar la confianza no es solo responsabilidad de las instituciones externas; es una tarea que requiere la participación activa de cada individuo. Fomentar el respeto por la diversidad de opiniones, practicar la empatía y escuchar de manera genuina son pasos esenciales para restaurar la armonía social. Nos corresponde buscar puntos de consenso que nos unan como sociedad, más que remarcar las diferencias, y que nos den metas en común hacia las cuales
trabajar en conjunto. Estoy seguro de que la amplia mayoría aspira a un país sin corrupción, a una gestión pública eficiente y participativa, a un sistema educativo de mejor calidad, a un sistema de salud integral y preventivo, sólo por mencionar algunos.
Además, es imperativo reconocer que la confianza no puede imponerse; debe ser cultivada a través de acciones individuales que den paso a acciones colectivas que demuestren un compromiso real con el bienestar común. Esto implica un voto a conciencia, sin "regalar" votos en plancha, o venderlo por un jamón, una transparencia genuina en la toma de decisiones propias, para exigir lo mismo a los gobiernos locales y el gobierno central, una rendición de cuentas efectiva y un esfuerzo constante por abordar las preocupaciones legítimas de la sociedad mediante la participación ciudadana en la supervisión y seguimiento de la gestión pública.
En conclusión, la recuperación de la confianza se erige como un primer paso necesario para volver a edificar una sociedad más sólida y unida que nos permita no sólo crecimiento económico, sino una mejor calidad de vida. Más allá de las posturas sobre la minería y el contrato, y al margen de la confianza que se pueda tener o no en el gobierno, es imperativo mejorar la confianza entre nosotros mismos como sociedad, y en las diversas instituciones que nos representan. Esta es la moneda de cambio más valiosa que nos permitirá volver a tener confianza entre nosotros y que las empresas vuelvan a tener confianza suficiente en el país para realizar sus inversiones, y así alcanzar una paz social duradera.
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