Panamá
Plan V
En uno de estos apacibles instantes recordé a mi abuela materna quien siempre tenía una anécdota que compartir sobre la maravillosa naturaleza.
- Icenit Melgar
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- - Actualizado: 11/9/2023 - 02:05 pm
Hace unos días disfruté de unas vacaciones y me trasladé a diferentes puntos de la geografía nacional. Durante ese período programé realizar todas las actividades que habían quedado suspendidas por compromisos laborales.
Una de las que más me complace realizar: el contacto con la naturaleza. Contemplé detenidamente muchos amaneceres y atardeceres en paisajes exóticos de nuestro país, invertí mucho tiempo mirando el horizonte y las bondades de la madre natura. Una paz que no tiene parangón.
En uno de estos apacibles instantes recordé a mi abuela materna quien siempre tenía una anécdota que compartir sobre la maravillosa naturaleza.
Ella partió de este plano físico hace muchos años, pero dejó múltiples enseñanzas a su descendencia, desde su conocimiento empírico de la vida.
Por contarles algo, sus manos eran capaces de crear bellas obras de arte tejidas finamente con interminables madejas de hilo. Sus manteles recreaban diversos escenarios naturales. Flores, mariposas, estrellas, paisajes; sin saberlo esas mandalas que tejía, tal vez la llenaban de energía y conocimiento innato de la vida misma.
Muchas veces me intentó enseñar este bello arte, pero yo no contaba con la paciencia y menos pericia para desarrollar tan delicadeza destreza. Pero su amor por la obra divina de la vida, si fue transmitida y acogida; quedando grabada en mi mente y corazón.
Entre sus consejos estaba si algún día necesitas relajarte de la abrumante cotidianidad, da una mirada al cielo, pues no sabes las sorpresas que te puede regalar.
Ella no tuvo la oportunidad de estudiar, aprendió a leer y a escribir, pero su conocimiento natural de la vida brindaba a quien la conocía gran sabiduría.
Como una imagen fotográfica guardada en el recuerdo más lejano de mi memoria vino a mi mente una de las enseñanzas más lindas que he recibido.
En una de mis visitas al Valle de la Luna en David Chiriquí esa viejita sin muchos conocimientos académicos, brindó a su nieta de nueve años una gran enseñanza.
Recuerdo que era un hermoso atardecer, del que no puedo expresar la fidelidad de su belleza y del que solamente puedo narrarles que lo evoco como una pintura con colores degradados en preciosos tonos, rojo-naranja entre un tenue ocaso y un fuerte arrebol. Esa tarde vimos un grupo de aves volando en formación "v". Era sin duda unos de los momentos más sublimes que mis ojos habían observado; se veía una "v" acostada perfecta. El vuelo de estas aves era sincronizado y armonioso.
Sarita, como se llamaba, contaba que cuando las aves volaban de ese modo se ayudaban unas a otras. Me explicó que no eran egoístas y eran capaces de ceder el lugar de la punta. El lugar que ocupa el ave que las guiaba. Me dijo que el esfuerzo de todas juntas aliviaba su viaje. Tal vez ella no sabía explicar el concepto técnico y aerodinámico del vuelo en "v" pero dejó sembrado el deseo que me permite hablarles de la solidaridad. Ese vuelo es la imagen más perfecta y ejemplar que me permite describir el concepto de solidaridad.
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