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Los beneficios del perdonar
Cuando uno es capaz de perdonar de manera rápida, lo más profundo y para siempre, recibe un beneficio tan grande en su alma, que te hace comprender la divina sabiduría que hay en las palabras del Maestro.
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Cuando uno es capaz de perdonar de manera rápida, lo más profundo y para siempre, recibe un beneficio tan grande en su alma, que te hace comprender la divina sabiduría que hay en las palabras del Maestro.
A perdonar setenta veces siete. Es la voluntad de Jesús, el médico del alma. Foto: EFE.
El consejo, mandato, exhortación que hace Jesús de perdonar setenta veces siete, practicado, nos hace personas pacíficas, serenas y mentalmente sanas. Y es que mientras más se ama, más se bendice al que te maldice, se ora por el que te persigue, y se desea el bien al que mal te hace.
Nada de eso está reñido con defenderse legalmente o por cualquier otro medio adecuado del agresor. Incluso en defensa propia ante el peligro de perder la vida, protegerse y atacar con violencia al potencial asesino.
Es un asunto de actitud, de postura vital ante la vida. Jesús nos está pidiendo que tengamos un alma pacífica, reconciliadora, que promueva el bien aún y a pesar de todo.
El perdonar setenta veces siete, que implica comprender las zonas oscuras del agresor, olvidar lo más pronto la ofensa, tratar lo mejor posible a esa persona para no caer en el remolino de la agresividad, con la paciencia necesaria cuanto se lidia con un neurótico, con un colérico empedernido, está condicionado a la presencia activa del Espíritu, a la comunión profunda con Cristo.
Sí, se necesita la fuerza del Señor, la fortaleza que él nos da para esos momentos complicados de la existencia. No es nada fácil, pero es lo mejor.
Cuando uno es capaz de perdonar de manera rápida, lo más profundo y para siempre, recibe un beneficio tan grande en su alma, que te hace comprender la divina sabiduría que hay en las palabras del Maestro.
Impides ser intoxicado por ese veneno del resentimiento que se transforma en rencor y termina en odio, que te va destruyendo por dentro. La amargura se convierte en el ambiente interno que vive el que odia. Y luego el deseo de venganza que llena de maldad el alma.
Uno mismo va cavando su tumba existencial almacenando odio. Se convierte en un perro rabioso que ladra y ladra cada vez que ve, en su mente, el fantasma del acto dañino experimentado y al agresor.
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Esa película de terror pasa a cada rato por la mente y te va agriando la vida. Y la tendencia es cada vez más ir agigantando el suceso aquel y al recordarlo, revivirlo con el dolor que implica.
Cuando uno encuentra personas que nada más verte sacan el rosario de cosas negativas que han experimentado, recitando vivamente sucesos malos con muchos detalles, citando nombres y apellidos de personas que les han hecho daño, siente uno lástima por lo mal que administran y cuidan el interior de sus almas.
Eso no les hace ningún bien. Se están envenenando. Que ese no sea el caso suyo.
A perdonar setenta veces siete. Es la voluntad de Jesús, el médico del alma.
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Monseñor.
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