Opinión
Las cruces que Dios no quiso que llevaras
Pero hay cruces que el Señor no ha querido. Son las cruces consecuencias de nuestros pecados. De hecho cada pecado trae su castigo.
- Mons. Rómulo Emiliani cmf.
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- - Publicado: 23/9/2024 - 12:00 am
Tomar la cuz y seguir a Jesús es una de las máximas del Evangelio. Aceptar a Cristo y seguir su camino implica llevar la cruz del sacrificio, de la renuncia, de la abnegación, del desapego, de la humildad, del amor que se inmola, y serle fiel a Jesús hasta el final.
Un cristianismo sin cruz es una comedia, un estilo de vida donde impera el disfraz de bueno, pero sin amor, entrega, sacrificio y en donde el supuesto cristiano es un solo un bulto que llena los templos y la procesiones. Su participación en la Iglesia es como la de un socio de un equipo de fútbol, pero sin el fervor del que aplaude los goles y sin la generosidad del pago de la cuota para participar del club.
Esos cristianos le hacen daño a la religión porque su testimonio es mediocre y a veces escandaloso. No son conscientes del misterio divino que está en ellos.
Tomar la cruz de cada día implica dar testimonio de fe. Aguantar la persecución de los enemigos de Cristo, quienes, con burlas, presiones, agresiones rechazan la verdad de Dios. Es profetizar en el nombre de Jesús y defender la vida desde el vientre de la madre hasta la muerte de una persona.
Es manifestar que solo hay un matrimonio bendecido por el Señor, el de un hombre con una mujer. Es proteger la familia como Dios la concibió. Es defender el derecho de todos a la participación en el Bien Común. Es resistir las tentaciones del mundo, del demonio y la carne.
Pero hay cruces que el Señor no ha querido. Son las cruces consecuencias de nuestros pecados. De hecho cada pecado trae su castigo.
¿Cómo empezó el sida? La naturaleza se rebeló contra el ser humano y su perversión por la promiscuidad y la aberración sexual y vino esa enfermedad que se convirtió en epidemia. Eso implicó para muchos llevar la cruz de la enfermedad y muerte prematura. Las consecuencias terribles del alcoholismo y la drogadicción son cruces muy pesadas que lleva mucha gente.
Ahí tenemos rupturas familiares, accidentes, riñas, homicidios, pérdida de empleos. Igual del narcotráfico con tantas muertes y gente presa. El reguero de sangre que deja ese nefasto negocio. Las consecuencias del rencor y el odio en las personas: Amargura, tristeza, cólera y deseo de venganza.
Pues ahí vienen cruces no queridas por el Señor y que uno se las buscó. Pero esas cruces salvan, sí, si se llevan con humildad, arrepentimiento, deseo de cambio, purificación, aceptación de los pecados cometidos. Dios puede transformar esas heridas en focos estelares de luz y santificar a las personas. Un pecador arrepentido puede convertirse en un auténtico testigo del Reino, en un santo.
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