Mensaje
La cruz nos enseña que Él nos ama
...haciendo que sus tobillos y rodillas, los músculos de las piernas y los brazos se esfuercen misteriosamente, y puedan soportar cargas tan enormes.
- Rómulo Emiliani ([email protected] )
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- - Publicado: 16/3/2019 - 12:00 am
Allí se ve la fuerza del amor que llena de energía un cuerpo tan maltrecho y lo va llevando al altar del sacrificio. Foto: Archivo
Tú, Señor, eres el más grande, no solamente por tu poder, sabiduría y vida infinita, sino por tu misericordia.
Fuiste capaz de llevar una cruz con el peso del pecado del mundo entero y de todas las épocas, para salvarnos de la muerta eterna.
Una cruz que llevaba los pecados más monstruosos, las aberraciones más horrendas, los crímenes más espantosos.
Una cruz que recogía el primer pecado de Adán y Eva hasta el que último cometido hoy por cada uno de nosotros, y los que vendrán hasta el final de los tiempos.
¡Cómo pesaba esa cruz Jesús!
Y caíste una y tres veces.
Y te volvías a levantar.
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Habías sido torturado con latigazos certeros en esa noche de tinieblas, desgarrándote tu piel con esas bolas de plomo puntiagudas atadas a cuerdas de cuero, que dejaban tantas heridas en todo tu cuerpo que hacían manar sangre.
Ibas camino al calvario con tu ropa ensangrentada y ya tu cara por los golpes y la sangre que corría de tu cabeza por las espinas que en forma de corona te clavaron, junto con la tierra, el sudor y tus cabellos, todo mezclado, te impedían casi ver.
Y una joven rompió con energía y autoridad que viene del cielo, el círculo dantesco de los soldados romanos que te llevaban y se acercó y limpió tu rostro.
La Verónica, joven pura y valiente, alivió por un momento tu dolor agudo y te permitió ver en primer lugar la cara angelical de ella, esta muchacha virgen consolándote, pero también con lástima las expresiones de odio del populacho que te insultaba.
Y te volviste a levantar, y la cruz pesaba más por la debilidad de tu cuerpo.
¿Cómo podías seguir caminando entre empujones, gritos y burlas, con la cruz tan pesada?
Allí se ve la fuerza del amor que llena de energía un cuerpo tan maltrecho y lo va llevando al altar del sacrificio, haciendo que sus tobillos y rodillas, los músculos de las piernas y los brazos se esfuercen misteriosamente, y puedan soportar cargas tan enormes.
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Y otro alivio: pusieron a ayudarte a un tal Simón de Cirene, que en el último tramo del sendero cruel hacia la muerte, alivió el peso tan horrible que llevabas.
Y llegaste al lugar del suplicio.
Y te colgaron en ese mismo madero.
El dolor de los clavos, la sangre que corría más profusamente, la respiración tan entrecortada, el tétano que te invadía, el cansancio, la debilidad, el sentimiento agudo de sufrimiento de tu alma, todo esto acabó minando tu resistencia y a las tres de la tarde suspiraste: “todo está cumplido” y expiraste.
Todo por mí y por todos, por la humanidad entera. Gracias Señor.
Monseñor.
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