COVID-19
Esto no es una guerra: ciencia en pandemia
La sociedad debe corregir el rumbo de la dirección del Estado y empezar a tomar medidas de autocontrol y autocuidado.
COVID-19
La sociedad debe corregir el rumbo de la dirección del Estado y empezar a tomar medidas de autocontrol y autocuidado.
Nuestros verdaderos recursos contra el coronavirus son: "Educación y Ciencia"; nuestro verdadero ejército son: el personal sanitario y los educadores. Foto: EFE.
La metáfora de que estamos en guerra en esta situación de pandemia, me parece desafortunada, en primer lugar, porque esta no es una guerra convencional sino una situación sanitaria extrema.
El enemigo a enfrentar no es un ser "es un alguien", es un virus.
Por tanto, aquí no hay líneas de combate, sino que todas las zonas pobladas son potenciales hospedadores de ese virus.
Podemos contagiarnos en los espacios públicos, en las empresas o instituciones, en el transporte público y en nuestras casas.
No hay fortalezas ni castillos seguros e inmunes. No es guerra. Es pandemia.
Por lo tanto, la manera de "combatirla" no es con armas (no hay vacunas, sino apenas algunos atenuadores como aspirina e ibuprofenos).
Podemos "ubicarlo" y darle "trazabilidad". Tareas más propias de la "inteligencia" que del combate a cuerpo, o de grandes batallas.
Por eso, si hay armas o sus símiles, estas son privilegiadamente tres: 1) información oportuna; 2) rompimiento de las cadenas de contagio; y, finalmente, 3) atención médico-hospitalaria.
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Nuestros verdaderos recursos contra el coronavirus son: "Educación y Ciencia"; nuestro verdadero ejército son: el personal sanitario y los educadores. Si no las utilizamos con máxima eficacia, tendremos que lamentar la pérdida de muchas vidas humanas y las secuelas en la salud de un altísimo porcentaje de sobrevivientes.
En este escenario los poderes públicos, muy señaladamente el Ejecutivo nacional, debe advertir y calificar los riesgos.
Esto se hizo: se declaró el país en Estado de Emergencia sanitaria.
Se hizo a tiempo, y se adoptó una primera estrategia que implicaba evitar miles de contagiados que en un promedio de 20% irían a los hospitales, y que de crecer mucho, acabarían por colapsar el sistema de salud por dos vías: agotar al personal de salud, ahogándolo en trabajo; y ocupar las camas y espacios acondicionados para atender los casos más delicados.
Para eso se promulgó la cuarentena obligatoria y se adoptaron medidas de control del tráfico de los ciudadanos.
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Hasta allí todo más o menos bien. La catástrofe de hoy advino al "aflojar", precipitadamente, las clavijas de seguridad.
En parte, por la presión social; pero principalmente por la lenta respuesta en dar seguridad de sobrevivencia de ingresos y alimentos a la enorme población enclaustrada, y, esto no es menor, por muchos fallos en el manejo del tráfico en la zona metropolitana (uso del transporte público y salvoconductos) y en relación al tránsito entre la zona de mayor peligro (la capital y su periferia inmediata de las ciudades dormitorios de Arraiján y La Chorrera).
Otros factores resultaron funestos y hasta hoy no se remedian: corrupción flagrante percibida en el círculo cero de la Presidencia y un pésimo manejo comunicológico, que ha puesto al Ejecutivo en una posición debilidad extrema, con muestras también flagrantes de pobre liderazgo y un discurso que no cala, sobre todo porque las acciones no corresponden con las promesas y porque esas acciones se perciben como meramente reactivas o deliberadamente malas (la microcuarentena de fin de semana).
La sociedad debe corregir el rumbo de la dirección del Estado y empezar a tomar medidas de autocontrol y autocuidado para que un porcentaje importante de la sociedad no perezca por impericia manifiesta de la conducción del Estado.
Y cuando hablo de sociedad no me estoy refiriendo a una entelequia sociológica, sino, en primer lugar, a sus instituciones constituyentes, a las comunidades, a los barrios, a las calles o sectores de barrios, y a los hogares.
Allí reside el poder constituyente y soberano del país.
En ellas reside la verdadera oportunidad de sobreponernos a la pandemia, esto es: apertura sectorial de actividades económicas; liberando territorialmente poblaciones; y gradualidad en todo ello, conforme a información científica, muy especialmente en el núcleo metropolitano porque aquí vive el 80% de la población y se genera el 85% de la riqueza social.
En una serie de escritos pretendo abordar esta estrategia social de empoderamiento ciudadano.
Iniciaré por sus instituciones. En especial por dos que pueden ser una palanca poderosa para organizar, encaminar y lograr resultados importantes, tanto por su volumen como por su cantidad.
Me refiero a dos instituciones que inciden poderosamente sobre el factor educativo y el factor científico que antes aludí como las verdaderas columnas vertebrales del abordaje contra la pandemia. Instituciones sociales que deben repensar y readecuar, sustantivamente, su estrategia en este momento trágico.
Si la sociedad está en llamas y hay mil muertos, nadie puede pretender que dar clases (por los medios que sea) sea nuestra urgencia formativa.
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