Pueden matar, siempre y cuando indemnicen
- Mustafa Akyol
'El dinero sangriento' se ha usado en Arabia Saudita durante décadas para encubrir crímenes serios.

Arabia Saudita ha dependido de la tradición del “dinero sangriento” durante décadas para encubrir crímenes graves. Una protesta contra el asesinato del periodista saudita Jamal Khashoggi, en Estambul, en el 2018. Foto / Yasin Akgul/Agence France-Presse — Getty Images.
En octubre del 2018, el mundo quedó impactado por la noticia del espantoso homicidio de un prominente periodista saudita: Jamal Khashoggi, un crítico de Mohammed bin Salman, el ambicioso príncipe heredero de Arabia Saudita. Khashoggi había estado en el exilio, temiendo por su seguridad, pero fue atraído al consulado de su país en Estambul con la esperanza de obtener documentos para su boda planeada. En lugar de eso, fue asesinado y descuartizado.
Este horrendo homicidio causó conmoción en todo occidente, lo que solo desató un esfuerzo por parte de los sauditas para encubrir los hechos. Las autoridades del reino primero negaron que Khashoggi hubiera desaparecido en el consulado. Luego tuvieron que admitir que fue asesinado por un escuadrón especial, pero dijeron que fue sin conocimiento del príncipe heredero.
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En mayo, Salah Khashoggi, el hijo mayor de la víctima, quien todavía vive en Arabia Saudita, anunció que había “perdonado” a los asesinos de su padre, una acción que podría ser suficiente para cerrar el caso bajo la ley saudita. En abril, The New York Times había publicado reportes de que Salah Khashoggi y sus hermanos habían recibido decenas de miles de dólares e inmuebles con valor de millones de dólares de los gobernantes del reino como indemnización por el homicidio de su padre.
¿Cómo puede un caso de homicidio cerrarse gracias a un simple “perdón” de un miembro de la familia? ¿Y cómo es aceptable que el miembro de la familia reciba un pago generoso por ello?
La respuesta está en la noción de “diya”, o “dinero sangriento”, que se ha usado en Arabia Saudita durante décadas para encubrir crímenes serios.
El diya se basa en la idea de que el homicidio no siempre es un crimen que debe ser procesado; en lugar de eso, puede ser tratado como un agravio que se indemniza en privado. En otras palabras, si yo mato a tu hija, te debo algo. Puedes pedir mi ejecución o aceptar una cantidad negociada de dinero sangriento de mi parte. Si yo pago el precio acordado, estamos a mano, y yo quedo libre.
Aunque los defensores de esta práctica con raíces ancestrales dicen que brinda una forma de justicia, permite una ofensa que ningún código penal moderno se atrevería a codificar: los poderosos pueden matar fácilmente a los débiles si pagan por hacerlo.
En 1990, el problema fue exportado a Paquistán, con su Ordenanza de Qisas y Diyat, una ley que convertía al dinero sangriento en opción legal para cerrar casos de homicidio. Pronto demostró ser una tapadera perfecta para los así llamados crímenes de honor: una vez que una familia decidía matar a su hija por su noción retorcida de “honor”, el hermano podía hacer el trabajo y el padre podría simplemente “perdonarlo”.
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En el 2012, Paquistán quedó impactado por la historia de Shahzeb Khan, un joven estudiante universitario que protegió a sus hermanas de maleantes ebrios, sólo para que estos lo asesinaran. Pero la poderosa familia de los maleantes amenazó a la familia pobre de Khan diciendo que matarían a las hijas de los Khan a menos de que aceptaran dinero sangriento para cerrar el caso.
Casos como esos han llevado a un académico paquistaní, Hassan Javid, a hacer un llamado para acabar con todas las leyes de dinero sangriento, que están en vigor en Paquistán, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos e Irán, debido a que “brindan a los ricos y poderosos los medios para evadir responsabilidad por cualquier crimen que pudieran cometer”.
Sin embargo, hay un obstáculo importante para esa reforma legal: la noción del dinero sangriento proviene del Corán y, para algunos musulmanes, eso pone fin a cualquier debate. Pero esos musulmanes pierden de vista algo importante: el Corán, la escritura sagrada con contexto humano del siglo 7, apelaba a una sociedad muy diferente, en la que el dinero sangriento cumplía un propósito muy distinto.
Podemos entender este contexto a través de La Gran Exégesis de Fakhr al-Din al-Razi, el académico sunita del siglo 12: Antes del Islam: Arabia era una zona de guerra de tribus, que carecía de cualquier autoridad central, fuerza policial o sistema de tribunales. El homicidio entre estas tribus era castigado con “qisas”, el principio de “vida por vida, ojo por ojo”. Sin embargo, las tribus tenían diferentes conceptos de “honor” y las más arrogantes exigían dos o más vidas por uno de sus caídos. Esto llevó a enemistades sangrientas que continuaron durante generaciones.
Es por ello que, como señaló el experto en historia islámica Montgomery Watt, en alusión a una costumbre entre los primeros anglosajones: “Los hombres más sabios y progresistas de la época parecen haber reconocido las ventajas de sustituir la ley del talión por la privación de una vida”. Que es exactamente lo que hizo el Corán. Autorizó la ley de represalia, pero también añadió:
“Pero si le es perdonada (al culpable) la pena por su hermano (en la fe), que pague la indemnización correspondiente en el plazo establecido de buena manera. Esto es una facilidad y una misericordia de su Señor”. (2:178)
El Corán introdujo el dinero sangriento como “misericordia” y como forma de poner fin a conflictos tribales —no para dar inmunidad a maleantes ricos, a familias que matan a sus propias hijas o a gobernantes que matan a sus críticos. No obstante, una aplicación literal de las escrituras puede llevar a resultados espantosos, tal como vemos ahora.
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Entonces, ¿qué debe hacerse? Primero, entender que los mandamientos coránicos no son un fin por sí mismos sino medios para un fin superior: lograr justicia. Y contextos diferentes podrían requerir medios diferentes de alcanzarla.
Esto fue comprendido por el Imperio Otomano, la última sede del Califato, que introdujo leyes modernas y tribunales laicos en el siglo 19. Un paso importante fue un nuevo código penal en 1858 que decía que incluso si un homicidio se resuelve con dinero sangriento, los tribunales laicos como sea pueden castigar al asesino. Dos décadas después, bajo el devoto Sultán Abdul Hamid II, el Imperio también introdujo la oficina de la fiscalía para presentar cargos por delitos independientemente de cualquier trato o encubrimiento.
Hoy, Arabia Saudita representa los profundos problemas de una tradición islámica arcaica que eludió muchas de estas reformas modernas. Su príncipe heredero tal vez intente cerrar cosméticamente la brecha, al permitir que las mujeres manejen o bailen, lo cual está bien, pero la reforma real será aceptar el Estado de Derecho y la libertad de expresión. Eso incluiría no asesinar a periodistas críticos y no encubrir sus homicidios al pagar dinero sangriento.
Mustafa Akyol es miembro titular del Instituto Cato y autor del próximo libro “Reopening Muslim Minds: A Return to Reason, Freedom, and Tolerance.”
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