La calidad de vida es difícil fuera de Caracas
- Anatoly Kurmanaev
En buena parte del país, han quedado en el abandono funciones gubernamentales básicas, como la vigilancia policiaca, el mantenimiento de los caminos y carreteras, la atención médica y los servicios públicos.
PARMANA, Venezuela — Desde su palacio en Caracas, el presidente Nicolás Maduro proyecta una imagen de fuerza. Los habitantes tienen un suministro habitual de electricidad y gasolina. Las tiendas están repletas de productos importados.
Pero más allá de la ciudad, esa fachada de orden se disipa rápidamente. Para conservar la calidad de vida de sus principales respaldos —las élites política y militar del país— el Gobierno de Maduro ha centrado los recursos menguantes del país en Caracas y ha abandonado grandes franjas de Venezuela.
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“Venezuela está rota como Estado, como país”, dijo Dimitris Pantoulas, un analista político en Caracas. “Los pocos recursos disponibles se invierten en la capital para proteger la sede del poder, creando un mini-Estado entre el colapso”.
En buena parte del país, han quedado en el abandono funciones gubernamentales básicas, como la vigilancia policiaca, el mantenimiento de los caminos y carreteras, la atención médica y los servicios públicos.
La única evidencia restante del Estado en Parmana, un pueblo pesquero a orillas del río Orinoco, son los tres maestros que siguen en la escuela, que carece de alimentos, libros e incluso de un marcador para el pizarrón.
El sacerdote fue el primero en partir. A medida que se profundizó la crisis económica, desertaron los trabajadores sociales, la policía, el médico comunitario y varios maestros de escuela.
Según los habitantes del pueblo, cuando se vieron rebasados por el crimen, recurrieron a las guerrillas colombianas en busca de protección.
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“Estamos olvidados”, dijo Herminia Martínez, de 83 años, mientras trabajaba un descuidado campo de frijol. “Aquí no hay gobierno”.
Hace un año pareció que los críticos de Maduro podrían deponerlo. Juan Guaidó, un líder de la Oposición, había presentado el mayor desafío al mandato de Maduro hasta la fecha al reclamar la presidencia y conseguir el respaldo de EE. UU. y unos 60 países más.
Ahora, el mandato de Maduro parece no peligrar, en parte por lo bien que sus políticas han levantado Caracas.
Sin embargo, la economía venezolana, que sufre de mala administración, menores exportaciones petroleras y de oro, y sanciones de Estados Unidos, está entrando en el séptimo año de una contracción.
También ha llevado a la fragmentación de Venezuela en economías localizadas. Al tiempo que la inflación desbocada le robó casi todo el valor al bolívar, la moneda del país, los dólares, los euros, el oro y las monedas de tres países vecinos comenzaron a circular en diferentes partes de Venezuela. El trueque prolifera.
“Cada lugar sobrevive a su manera, lo mejor que puede”, dijo Armando Chacín, director de la federación de ganaderos de Venezuela.
Fuera de Caracas, los ciudadanos de la que alguna vez fue la nación más rica de América Latina pueden estar relegados a sobrevivir en condiciones casi preindustriales.
La mitad de los habitantes de las siete ciudades más importantes de Venezuela está expuesta a apagones diarios y tres cuartas partes se las arreglan sin un suministro confiable de agua, de acuerdo con un estudio realizado en septiembre por una organización sin fines de lucro venezolana.
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En Parmana, una inundación el año pasado deslavó el único camino que sale del pueblo, dejando al poblado sin entregas regulares de alimentos, combustible para la central eléctrica y gasolina. Para sobrevivir, los 450 residentes que quedan han recurrido a desmontar los campos con machetes, remar sus botes pesqueros y usar como moneda los frijoles que cultivan.
Después de décadas de un gasto petrolero fastuoso, el Gobierno venezolano se está quedando sin dinero. El producto interno bruto del país se ha contraído un 73 por ciento desde que Maduro asumió la presidencia en 2013.
El descenso de Parmana a la subsistencia sin ley es una caída pronunciada de sus días de gloria, cuando exportaba arroz, frijoles y algodón. Pese al colapso del pueblo, la mayoría aquí prefiere permanecer en su tierra, donde pueden sembrar algo de comida, en lugar de arriesgarse al hambre en otra parte.
“Sales y el hambre te mata”, dijo Inselina Coro, una mujer de 29 años y madre de cuatro hijos. “Al menos aquí vas al río y consigues un pescado”.
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