Hombres de raza negra son vistos como 'sospechosos' al trotar
- Kurt Streeter
Una de las cosas que más les gusta a los atletas es trotar, pero conlleva un agudo estrés y reserva existencial. En las calles citadinas, visible y vulnerable, las personas de raza negra nunca han trotado sin el espectro de la raza.
SEATTLE — Nuestra salida a trotar apenas iniciaba cuando mi hijo pequeño me hizo una pregunta. “Papá, ¿podemos pasar hoy por mi barrio favorito?”.
Durante la pandemia, hemos adquirido el hábito de trotar juntos temprano por la tarde. Se ha vuelto la manera en que forjamos un vínculo.
Sin embargo, ahora se me tensó la mandíbula. ¿El barrio que se ha convertido en su ruta favorita? Tenía que pensar rápido. ¿Que debía decirle sobre lo que me hace sentir ese lugar?
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¿Cómo podría contarle sobre el asesinato de un hombre de raza negra quien trotaba en un rincón del país alejado del nuestro?
¿Cuándo será el momento idóneo para explicarle a un niño de 9 años el recelo que surge cada vez que salgo a trotar a la calle en nuestra comunidad casi enteramente blanca en Seattle, Washington?
Al igual que muchos corredores de raza negra, el mismísimo acto de hacer una de las cosas que más nos gusta en la vida conlleva un agudo estrés y reserva existenciales. En las calles citadinas, visible y vulnerable, nunca he trotado sin el espectro de la raza.
A veces, está en primer plano en mi mente —visceral, furioso, afligido— como en los días luego de que Ahmaud Arbery fue perseguido y blanco de un disparo letal en Georgia.
A veces, está en los rincones alejados, un ruido de fondo, pero aún así ineludible.
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Al salir a trotar, mi mente rebosa de interrogantes. ¿Acaso sería mejor si viviera en otro lado? ¿Por qué iba circulando tan lento la camioneta detrás de mí en esta calle? Si necesitara huir, ¿en qué dirección pegaría la carrera?
Vivo entre residencias impecables, antiguas y nuevas. En mis salidas, a veces veo un porche singular, una azotea curva, una construcción estilo Tudor bien conservada. Mi padre era arquitecto, así que siento curiosidad respecto a cómo están diseñadas las casas.
Hace unos años, al estar trotando a unos 10 minutos de mi hogar, me detuve unos instantes para decirle a una mujer de raza blanca lo mucho que admiraba la cerca minimalista que conducía a los escalones de su casa.
Ella estaba en su patio. Yo estaba a unos 6 metros, asegurándome de sonreír y no acercarme más. Vi preocupación en su mirada. Dio unos pasos atrás. Alguien salió corriendo de la puerta delantera, como si yo fuera un agresor.
Seguí mi camino, imaginando cuál habría sido la reacción si yo fuera rubio y de ojos azules. “Éste es mi barrio tanto como lo es de ellos”, me dije a mí mismo.
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Habíamos estado trotando por el barrio favorito de mi hijo de vez en cuando en las últimas semanas, pero este día era diferente.
Horas antes, luego de ver el espantoso video del homicidio en Georgia, me dejé caer sobre el sofá con lágrimas en los ojos.
“No vamos a ir allí esta vez”, dije. “En otra ocasión, te lo prometo”.
“¿Por qué?”, me preguntó.
“¿Alguna vez has visto gente de color en ese barrio?”, le pregunté. “Está aún más segregado que donde vivimos. Te contaré más algún día, sólo que no hoy”.
Mi hijo logró esbozar una sonrisa reconfortante. Tomamos la dirección opuesta, sacando el mejor provecho a cada zancada, yo con los ojos bien abiertos, él, contento y libre de preocupaciones. Terminó siendo una de las mejores sesiones de trote que jamás hayamos tenido.
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