El coronavirus acaba con la vida nocturna en Beirut
- Vivian Yee
El lugar no ha sido el mismo desde hace muchos meses, al asfixiarse lentamente mientras el valor de la divisa se desploma, los bancos retienen los ahorros de los depositantes y el gobierno pide limosna a donadores internacionales.
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Bares vacíos en el vecindario Mar Mikhaël en Beirut, normalmente llenos con el sonido de parroquianos. Foto / Diego Ibarra Sanchez para The New York Times.
BEIRUT, Líbano — En Beirut, salir por la noche es una especie de derecho sagrado. Pero a principios de marzo, Líbano implementó una cuarentena en respuesta a la amenaza planteada por la pandemia de coronavirus y lo inimaginable empezó a parecer real: Beirut suspendía su vida nocturna.
Las apariciones de DJ de Europa, promocionadas durante semanas en redes sociales y pósteres en las calles, fueron canceladas abruptamente. Pronto, sólo restaurantes y cafés estaban abiertos, y luego ni siquiera eso. El vecindario de Mar Mikhaël, donde la gente va de un bar a otro y que solía vibrar con el traqueteo de zapatos de tacón y el ritmo de música occidental y árabe casi todas las noches, enmudeció.
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Estas pérdidas tal vez suenen frívolas en una pandemia que ha cobrado la vida de miles de personas. Pero en Beirut, la capital del más despreocupado de los países de Medio Oriente, es tanto un cliché como un motivo de orgullo decir que los libaneses parrandearon sin parar durante una guerra civil que enfrentó a cristianos contra musulmanes y que resultó en al menos 100 mil muertes entre 1975 y 1990.
“Cuando vives en un lugar donde nada es estable y el suelo se estremece bajo tus pies en todo momento, vives en un estado de apremio”, dijo Charbel Haber, un músico de 41 años. “Tienes que vivir en el momento.
Los residentes de Beirut tienen pocos espacios para compartir. Los parques escasean, y las playas mediterráneas son absorbidas por centros turísticos privados. Es en los cafés junto al mar, en los restaurantes, los establecimientos de hookahs y las banquetas de los distritos para beber un viernes por la noche —y a las 5:00, 6:00 o 7:00 horas de la mañana siguiente, en los clubes nocturnos— que se desarrolla la vida de la ciudad. O solía desarrollarse.
A decir verdad, Beirut no ha sido el mismo desde hace muchos meses, al asfixiarse lentamente mientras el valor de la divisa se desploma, los bancos retienen los ahorros de los depositantes y el gobierno pide limosna a donadores internacionales. Pero la vida nocturna sobrevivió al verano del 2006, cuando estalló la guerra entre Hezbollah e Israel. Y continuó el otoño pasado, cuando más de un millón de personas se congregaron en las calles en protestas contra el gobierno a medida que la economía se desplomaba.
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Al principio, muchos bares y clubes cerraron en solidaridad con la revolución, al exhortar a los clientes a manifestar. Pero entonces descubrieron que la energía revolucionaria era buena para el negocio. Multitudes de manifestantes llegaban a bares cercanos para recargar energía, gritando consignas antigubernamentales en la calle, con negronis y cervezas en las manos.
“La gente se aferra a lo que piensa que es su identidad”, dijo Rani Rajji, quien opera Brazzaville, un bar popular. “Y parte de su identidad es trabajar, salir y socializar”.
Es cierto que solo los adinerados pueden darse el lujo de pedir un coctel de 12 dólares últimamente. Desde que empezaron las manifestaciones a mediados de octubre, casi 800 bares y restaurantes han cerrado. Pero el virus se encargó de conquistar los que restaban, dejando a miles sin trabajo.
Líbano parece haber eludido un brote masivo, permitiendo al gobierno planear una reapertura escalonada para los negocios, pero no todos regresarán. La libra libanesa compra menos de la mitad de lo que solía comprar. En semanas recientes, han vuelto a estallar manifestaciones.
En medio del confinamiento, algunos bares han buscado ganar ingresos. Ales & Tales sube música animosa a Facebook y celebra la hora feliz en Zoom para que “la vibra continúe”, dijo Ralph Malak, uno de los propietarios. También envía cocteles a domicilio.
A Joe Mourani, dueño del Ballroom Blitz, un popular club nocturno de música electrónica alternativa, le resultó difícil imaginar un momento en que la gente volviera a bailar en masa. “En realidad, ir a un club tiene que ver totalmente con la proximidad”, dijo. “Es lo opuesto al distanciamiento social”.
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Sin embargo, Priscilla Bakalian, una DJ de 25 años, no tenía dudas de que los asiduos a los clubes regresarían, aunque en números menores. “La gente se muere por parrandear”, dijo. “Está en nuestro ADN”.
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