Construcción de una valla en Pakistán disgusta a milicianos y a familias del área
- Ben Farmer e Ihsanullah Tipu Mehsud
Todos los días, niños hacen fila en el cruce de Torkham para llegar al lado paquistaní desde Afganistán para ir a la escuela, los viajeros necesitan pasaportes y visas para cruzar, y las colas en las embajadas en Kabul e Islamabad se han alargado drásticamente.
TORKHAM, Pakistán — Por encima de los camiones y viajeros haciendo fila en la principal entrada oriental entre Afganistán y Pakistán, una nueva estructura escala las montañas: cercas de malla metálica paralelas, coronadas con alambre de cuchillas, ascienden desde el cruce fronterizo sobre los riscos elevadísimos.
La sección de valla que domina Torkham es sólo un vistazo de una barrera de 2 mil 600 kilómetros iniciada hace cuatro años por las fuerzas armadas de Pakistán y programada para completarse este año.
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Pakistán ha estado construyendo la barrera para tratar de controlar lo que durante mucho tiempo ha sido una de las fronteras más porosas y anárquicas del mundo.
El Ejército paquistaní da el crédito a la valla por reducir los atentados terroristas después de que una ofensiva sostenida castrense empujó a muchos milicianos hacia Afganistán.
Pero la barrera es también una proyección de poder duro, para el detrimento de la diplomacia con Afganistán y la vida de las tribus pashtunes que durante generaciones ignoraron la frontera.
Afganistán disputa la frontera que la valla sigue, trazada por funcionarios coloniales británicos en 1893. Y la malla interrumpe rutas entre las montañas usadas por traficantes, milicianos, comerciantes y familias.
Unos mil 300 kilómetros de la valla de 450 millones de dólares están completos y más de mil fuertes fronterizos están en construcción, señalan las fuerzas armadas paquistaníes.
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Los oficiales de alto rango dicen que ha tenido un efecto apreciable sobre la seguridad. Citan una caída marcada en los ataques de milicianos vinculados con el talibán paquistaní.
El año pasado, 82 ataques en Pakistán fueron atribuidos a esa red, comparado con 352 en el 2014, cuando empezó la ofensiva militar.
Pero en meses recientes, ha habido crecientes reportes de que algunos combatientes del talibán paquistaní han logrado volver a algunas de las áreas tribales.
Los milicianos y quienes dependen del contrabando hallarán una manera de cruzar, dijo Elizabeth Threlkeld, diplomática estadounidense en la ciudad fronteriza de Peshawar hasta el 2016, pero el mayor impacto “será, en cambio, sobre las comunidades pashtunes que abarcan la frontera, que perderán la posibilidad de cruzar libremente para visitar a familiares o hacer negocios”.
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Todos los días, niños hacen fila en el cruce de Torkham para llegar al lado paquistaní desde Afganistán para ir a la escuela. Pero ahora los viajeros necesitan pasaportes y visas para cruzar, y las colas en las embajadas en Kabul e Islamabad se han alargado drásticamente. Para su disgusto, los comerciantes deben pagar cuotas de aduana.
Para las tribus y las familias con presencia en ambos lados, la barrera ya tiene un efecto. Las familias han empezado a mudarse, obligadas a decidir en qué lado consolidar sus hogares.
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