¿Cómo adaptarse a un mundo poscoronavirus?
Cuando el brote del virus esté bajo control, es posible que la aversión hacia los extraños o las multitudes, y la amenaza de infección que podrían representar, resuenen en nuestras mentes durante años.
- Max Fisher
- - Actualizado: 08/5/2020 - 03:29 pm
Pese a toda la atención dedicada a la ciencia y a la política del coronavirus, otro factor podría ser igual de importante para moldear la vida ante la pandemia: la forma en que las personas cambiarán en consecuencia.
Los cambios en nuestra forma de pensar, cómo nos comportamos y cómo nos relacionamos —algunos deliberados, pero muchos inconscientes, algunos temporales, pero otros potencialmente permanentes— ya están comenzando a definir nuestra nueva normalidad.
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Si bien es cierto que esta crisis puede tener pocos precedentes, sí hay patrones en cuanto a cómo se comportan las personas cuando quedan sometidas a largos periodos de aislamiento y peligro.
“Fue el primer invierno cuando nos dimos cuenta de que sería algo duradero, de que esa sería nuestra vida”, recordó Velibor Bozovic acerca del sitio de Sarajevo en la década de 1990. “Y de alguna manera vives. Así como la gente se está adaptando a la situación actual”.
Bozovic narró que, durante los casi cuatro años que duró el sitio, el sentido de la gente de comunidad, de historia e incluso del tiempo se transformaron. Ahora, él y otros sobrevivientes ya perciben los ecos de esa época en la pandemia de desarrollo lento, que se prevé que durará, salvo un milagro, quizás un año o dos.
Las investigaciones en torno a los efectos de las epidemias y los sitios, junto con un cúmulo emergente de conocimiento acerca del coronavirus, nos dan algunas pistas de cómo podrían ser los próximos meses.
Nuestra capacidad para concentrarnos, de sentirnos cómodos con otras personas, e incluso para pensar a futuro más allá de unos cuantos días, podría reducirse —con consecuencias perdurables. Pero también podríamos sentir el tirón de un instinto de supervivencia que puede activarse durante periodos de peligro generalizado: un deseo de sobrellevar la situación preocupándonos por nuestros vecinos.
“No importa lo mala que sea la situación, te adaptas. Vives lo mejor que puedes”, aseguró Bozovic.
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Hasta que se logre subyugar al virus, ya sea mediante una vacuna o una campaña mundial de confinamientos estratégicamente coordinados, es probable que la vida diaria se defina a partir de los esfuerzos por controlar la pandemia.
Las reuniones masivas podrían seguir siendo escasas. Es probable que los viajes sigan bastante restringidos, particularmente porque las sociedades que han controlado sus brotes querrán evitar que se presenten de nuevo.
Podría haber momentos y lugares en que las restricciones se relajen, pero mientras el virus siga existiendo en alguna parte del mundo, seguirá presente la amenaza de nuevos brotes locales y un regreso al confinamiento.
Estudios de los brotes del SARS, el ébola y la gripe porcina registraron alzas casi universales de ansiedad, depresión y enojo, pero también hallaron comportamientos enfocados en recobrar un sentido de autonomía y control individual: las personas reportaron trabajar en sus hábitos alimenticios o leer más noticias.
“Durante épocas de cambios prolongados y radicales, las personas terminan cambiando”, afirmó Luka Lucic, psicólogo en el Instituto Pratt, en Nueva York. Su estudio acerca de los sobrevivientes del sitio de Sarajevo reveló que muchos presentaban un sentido súper exaltado de percepción espacial, una habilidad para evadir balas o bombas, que permaneció con ellos durante toda su vida.
Cuando el brote de coronavirus esté bajo control, es posible que la aversión hacia los extraños o las multitudes, y la amenaza de infección que podrían representar, resuenen en nuestras mentes durante años.
El cambio más radical podría ser hacia una “conducta prosocial” —estar al pendiente de los vecinos, preocuparse por los necesitados, cocinar para los amigos.
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Durante la epidemia del SARS, afirmó Sim Kang, psiquiatra en el Instituto de Salud Mental de Singapur, las personas se apoyaron unas a otras de maneras que no habían hecho antes. Ahora lo están haciendo de nuevo, incluso en Singapur, una ciudad conocida por su ambición capitalista.
Esos cambios de pensamiento, añadió, no sólo reflejan un altruismo en el momento, sino un crecimiento emocional más profundo que puede perdurar después de una crisis.
“Todas las maneras distintas en que las personas generan solidaridad se activan durante una crisis”, dijo Dipali Mukhopadhyay, politóloga de la Universidad de Columbia en NY.
En Daraya, un suburbio de Damasco, Siria que lleva mucho tiempo sitiada, Mukhopadhyay descubrió redes de caridad y apoyo mutuo más sólidas que en muchas sociedades en épocas de paz. Ahora, está viendo conductas similares en Nueva York.
La liberación, dicen los sobrevivientes, viene sólo de aceptar lo que muchos considerarán impensable en épocas tranquilas: como individuo, uno tiene poco control sobre las fuerzas que trastocan, y a veces amenazan, la vida.
Los investigadores descubrieron que en crisis anteriores, los traumas más profundos sólo salieron a la luz después de haber finalizado. Hasta entonces, pueden manifestarse de otras maneras.
Las personas podrían encontrar difícil controlar sus emociones, al hallar que el enojo y el pánico están más a flor de piel. Podría haber repuntes de insomnio y farmacodependencia.
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En el 2006, Bozovic desarrolló síntomas de estrés postraumático que habían aguardado más de una década para aparecer —una muestra de advertencia, dijo. “De alguna manera todos vamos a vivir con esto”, señaló. “No sé en qué se van a traducir esas ansiedades, pero ahí estarán”.
Esta fue una predicción común entre los sobrevivientes. Podría sorprendernos la facilidad con la que retomamos muchas actividades, pero un año o más con temor al contacto físico podría alterar un aspecto fundamental.
“Esa ansiedad permanecerá durante mucho tiempo y cambiará profundamente la forma de interactuar de las personas durante un largo periodo”, dijo Bozovic. “Quizás para siempre”.
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