Clubes pequeños ven un futuro incierto en la 'nueva normalidad'
- Ben Sisario
La industria en general no tiene mucha idea de lo que implicaría un mundo de conciertos posterior a COVID-19, y si los fanáticos alguna vez volverán a sentirse cómodos apiñados unos con otros.
En marzo, al tiempo que la pandemia del coronavirus paralizaba al mundo de los conciertos, Robert Gomez cerró sus dos clubes en Chicago, Subterranean y Beat Kitchen, sin saber cuándo reabrirían. Describió cómo dividió las sobras de comida entre los empleados y tapió las ventanas “para que la gente no sienta la tentación de meterse y tomar una botella.
“Y entonces”, añadió Gomez, “lloré”.
Con la suspensión de las giras, los artistas se han volcado a las apps de transmisiones en vivo para llegar a sus fans, y gigantes corporativos como Live Nation y AEG han tenido que lidiar con el espinoso problema de flujo de efectivo de miles de millones de dólares en reembolsos potenciales por boletos.
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Y el cese de actividades también ha puesto de manifiesto la lucha de los establecimientos independientes —la red de miles de clubes y teatros dispersados por el mapa de los conciertos de Estados Unidos.
Aunque operan muy por debajo del nivel de las giras de superestrellas en estadios, son un estrato vital de la industria y, tras montar espectáculos cada noche durante décadas, representan parte de la memoria colectiva de la música.
Sin embargo, al ser negocios familiares con bolsillos a menudo poco profundos, son particularmente vulnerables en una economía inestable y algunos ya se han dado por vencidos.
“Esto es una crisis existencial”, dijo Dayna Frank, dueña del First Avenue en Minneapolis, un lugar habitual para Prince, The Replacements y Hüsker Dü, abierto en 1970. “Los locales independientes no tenemos respaldos financieros. No tenemos matrices corporativas. No hay recursos financieros a los que podamos recurrir”.
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La pérdida de espacios pequeños para conciertos sería devastadora para los músicos, apuntó Wesley Schultz, del grupo de música folk alternativa The Lumineers.
“Estos clubes son el lugar donde te fogueas y realmente desarrollas quién eres como artista”, dijo Schultz, quien recuerda clubes pequeños en Denver y Nueva York. “Si se eliminaran, no hay un puente entre comenzar y terminar en alguna otra parte”.
Para salvar sus negocios, más de mil 200 centros y promotores han formado un grupo de defensa, la Asociación Nacional de Locales Independientes, con Frank como presidenta del consejo. Al igual que otras compañías pequeñas, los operadores de los locales dicen que los proyectos de ley de ayuda iniciales del Congreso, como la Ley CARES de 2 billones de dólares, eran inadecuados para su sector.
Incluso con apoyo, la industria en general no tiene mucha idea de lo que implicaría un mundo de conciertos posterior a COVID-19 —y si los fans alguna vez volverán a sentirse cómodos apiñados unos con otros.
Para mantenerse a flote, los operadores se han puesto creativos. En Wichita, Kansas, Adam Hartke convirtió su club Wave en un centro de entregas de comida para granjas.
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Will Eastman, dueño de U Street Music Hall, un club de baile en Washington, comenzó a vender camisetas que se convirtieron en un éxito inesperado —las 700 vendidas en un periodo de dos semanas han suministrado suficiente efectivo para extender la vida del club un mes más de lo que había calculado.
Las señales del público no son prometedoras hasta el momento. Una encuesta reciente realizada por Reuters/Ipsos descubrió que solo alrededor del 40 por ciento de los estadounidenses estaría dispuesto a asistir a eventos deportivos o de entretenimiento antes de que haya una vacuna disponible.
Frank dijo que los locales independientes “nunca intentamos vender nuestra industria antes”, pero sentía optimismo de que Washington reconocería su significado cultural y económico —y luego que la música regresaría.
“Todo lo que puedo esperar es que cuando termine esta pesadilla, esté pasando el rato en un concierto”, dijo.
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