Sabor amor
Un intento catastrófico, pero un final muy feliz...
Recuerdo vívidamente mi primer intento de hacer pizzas en casa. La pizza está dentro de mi top 3 de comidas favoritas, ocupando sin duda alguna el primer
Recuerdo vívidamente mi primer intento de hacer pizzas en casa. La pizza está dentro de mi top 3 de comidas favoritas, ocupando sin duda alguna el primer lugar.
Es posible imaginarse los sentimientos encontrados que tenía respecto a esta primera vez (con esto de la cocina soy casi obsesiva), una combinación de miedo, emoción, curiosidad, etc.
Inicié preparando la masa y luego la salsa, todo desde cero, además iba a utilizar por primera vez el mozzarella fresco que había visto a mis venerados chefs del “food network” usar un sinnúmero de veces y que para mí era un nuevo descubrimiento culinario.
Tenía incluso una mata de la albahaca que compré a un señor que las cultivaba para la venta a restaurantes, ya que en aquellos tiempos aún no se conseguía fresca en el supermercado. Además, estaba equipada con una piedra de hacer pizzas que se coloca dentro del horno y que simula los tradicionales de barro y que mi mamá había cargado desde los Estados Unidos para mi beneficio y en perjuicio de su espalda.
En teoría todo debía salir a la perfección y al final de la jornada yo debía tener las pizzas más deliciosas que jamás había probado (por lo menos era eso lo que visualizaba en mi cabeza). Pero como en la vida las cosas no siempre salen como se planean, el resultado fue uno muy distinto y por lo que recuerdo algo catastrófico.
Cuando coloqué la masa en la pala de madera para llevar al horno, supongo que la humedad típica de Panamá, sumada al exceso de salsa que coloqué produjo que estas se pegaran y que fuese imposible pasarlas a la piedra que ya esperaba en el horno calientita para tostar mis tan añoradas pizzas.
De más está decir que en mi casa todos esperaban ansiosamente probarlas, lo que fue elevando mi nivel de ansiedad y me fue invadiendo de un humor no tan dulce.
Después de mucho luchar pude ir poniendo una por una en la piedra, aunque sin la forma redondita que ellas tenían en principio, ya realmente no parecían pizzas, sino más bien empanadas mal dobladas. En ese momento yo estaba ya al punto de las lágrimas, pero mi bella y dulce abuelita me consoló y pues seguí con la tarea sin desistir.
Una vez estaban todas en el horno, empecé a recuperar la tranquilidad y a prepararme para sacarlas e ir colocándolas en una bandeja grande para cortarlas y que todos comieran.
Lo que me llevó al borde de un ataque.
Después de tanta ilusión y de poner tanto empeño, casi no quedaba nada para comer y en ese momento rompí en llanto, quizás para algunos mi reacción fue exagerada, pero es que cuando amas algo tanto es imposible no volverse algo dramático.
Luego de ese proyecto fallido no se me pasó por la mente intentarlo por mucho tiempo, pero como me encantan los retos, unos años después y cuando ya tenía más experiencia en la cocina lo intenté de nuevo con rotundo éxito.
Las he perfeccionado tanto que inclusive las noches de pizzas se han vuelto de las más populares entre mis amigos y en cada ocasión los ingredientes se vuelven más audaces y las pizzas cada vez más deliciosas, así que después de todo la historia tuvo un final feliz.

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