¿Por qué un Balboa y no un Cémaco ?
Publicado 1999/11/03 00:00:00
- Marisín González
No es de extrañar que las interpretaciones de nuestro pasado se hayan tornado un tanto antojadizas y extranjerizantes.
Los primeros historiadores coloniales, particularmente que viajaron por tierras istmeñas, se han convertido en el cimiento sobre el que ha venido después a edificarse el criterio del mundo. Pedro Mártir de Anglería, Gonzalo Fernández de Oviedo, Bartolomé de las Casas y Pascual de Andagoya son (como en la Biblia los cuatro evangelistas) los cuatro ángulos sobre los que reposa la estabilidad del edificio.
Naturalmente, captaron a nuestros indios con ojos netamente peninsulares. Por eso urge esclarecer y reconstruir la vida y obra de los valientes caciques de la época colonial y dar a conocer un buen número de héroes injustamente desconocidos ; reivindicar la cuna panameña de figuras de tanto relieve patrio como Cémaco, Comagre, Abibeiba y Pacra.
Precisa subrayar que los españoles no vinieron a nuestro istmo en calidad de huéspedes, sino de invasores. Esto es, de adversarios.
No trajeron consigo el regalo de una vida mejor, sino una sed de fortuna. Vinieron empujados por un sólo imperativo : dominar y enriquecerse. ¿Por qué, entonces, mencionar a los peninsulares con tan fervoroso respeto, como si se tratara de seres supraterrestres ? ¿Por qué levantarles efigies y acuñarles moneda ? "Tierra firme tiene tanto oro que sirve hasta para sacar a las ánimas del purgatorio", había dicho Cristóbal Colón. Y así fue. Por oro asentaron su dominio, se enriquecieron y oprimieron.
Pero no hay en la vida de la humanidad un pueblo esclavo que no haya luchado contra el opresor. Nunca hubo en el mundo una raza nacida para vivir en la servidumbre y el indio de lo que es hoy Panamá, no fue, no es, ni será una excepción. Así se comprende que cuando el Cacique Cémaco -aguerrido jefe y señor del Darién- viera cómo sobre la blanca arena de la desierta playa descendían hombres tan blancos como la espuma del mar, saliera al frente de sus hombres, lanza en mano, dispuesto a averiguar qué buscaban.
Pero un invasor jamás da explicaciones. Pronto se estableció entre ambos bandos un enfrentamiento a muerte. Por un lado, lanzas y lluvia de flechas. Por el otro, arcabuces, espadas y escudos. ¡Qué iba a poder la piel desnuda del indio contra aquellas municiones y armas de combate ! Cémaco, señor del Darién, pronto comprendió lo dispar de aquella lucha, y por no someterse a él al invasor ni exponer al cautiverio a los suyos, optó por guarecerse temporalmente montaña adentro, en Tiquirí, floreciente aldea que brotaba a los pies de la Sierra del Tagarcuna. Desde allí recluta a otros caciques.
Unidos volverán, de tiempo en tiempo, a arremeter contra el invasor. Y aunque en el futuro continuaría sorprendiéndolos con algunas emboscadas, nunca podrían apresarlo. Y, a pesar de que Balboa tomase por prisioneros a innumerables inocentes (mujeres y niños) y los torturase para después ahorcarlos, ninguno revelaría jamás el paradero de su caudillo. "El (Cémaco) permanece", como dice Jorge Conte Porras,... "como un símbolo inalcanzable de valor, como la fuente virgen de nuestra más auténtica nacionalidad, y nos observa, como el supremo alabarda de la Patria, desde la sierra inaccesible del Tagarcuna".
Los primeros historiadores coloniales, particularmente que viajaron por tierras istmeñas, se han convertido en el cimiento sobre el que ha venido después a edificarse el criterio del mundo. Pedro Mártir de Anglería, Gonzalo Fernández de Oviedo, Bartolomé de las Casas y Pascual de Andagoya son (como en la Biblia los cuatro evangelistas) los cuatro ángulos sobre los que reposa la estabilidad del edificio.
Naturalmente, captaron a nuestros indios con ojos netamente peninsulares. Por eso urge esclarecer y reconstruir la vida y obra de los valientes caciques de la época colonial y dar a conocer un buen número de héroes injustamente desconocidos ; reivindicar la cuna panameña de figuras de tanto relieve patrio como Cémaco, Comagre, Abibeiba y Pacra.
Precisa subrayar que los españoles no vinieron a nuestro istmo en calidad de huéspedes, sino de invasores. Esto es, de adversarios.
No trajeron consigo el regalo de una vida mejor, sino una sed de fortuna. Vinieron empujados por un sólo imperativo : dominar y enriquecerse. ¿Por qué, entonces, mencionar a los peninsulares con tan fervoroso respeto, como si se tratara de seres supraterrestres ? ¿Por qué levantarles efigies y acuñarles moneda ? "Tierra firme tiene tanto oro que sirve hasta para sacar a las ánimas del purgatorio", había dicho Cristóbal Colón. Y así fue. Por oro asentaron su dominio, se enriquecieron y oprimieron.
Pero no hay en la vida de la humanidad un pueblo esclavo que no haya luchado contra el opresor. Nunca hubo en el mundo una raza nacida para vivir en la servidumbre y el indio de lo que es hoy Panamá, no fue, no es, ni será una excepción. Así se comprende que cuando el Cacique Cémaco -aguerrido jefe y señor del Darién- viera cómo sobre la blanca arena de la desierta playa descendían hombres tan blancos como la espuma del mar, saliera al frente de sus hombres, lanza en mano, dispuesto a averiguar qué buscaban.
Pero un invasor jamás da explicaciones. Pronto se estableció entre ambos bandos un enfrentamiento a muerte. Por un lado, lanzas y lluvia de flechas. Por el otro, arcabuces, espadas y escudos. ¡Qué iba a poder la piel desnuda del indio contra aquellas municiones y armas de combate ! Cémaco, señor del Darién, pronto comprendió lo dispar de aquella lucha, y por no someterse a él al invasor ni exponer al cautiverio a los suyos, optó por guarecerse temporalmente montaña adentro, en Tiquirí, floreciente aldea que brotaba a los pies de la Sierra del Tagarcuna. Desde allí recluta a otros caciques.
Unidos volverán, de tiempo en tiempo, a arremeter contra el invasor. Y aunque en el futuro continuaría sorprendiéndolos con algunas emboscadas, nunca podrían apresarlo. Y, a pesar de que Balboa tomase por prisioneros a innumerables inocentes (mujeres y niños) y los torturase para después ahorcarlos, ninguno revelaría jamás el paradero de su caudillo. "El (Cémaco) permanece", como dice Jorge Conte Porras,... "como un símbolo inalcanzable de valor, como la fuente virgen de nuestra más auténtica nacionalidad, y nos observa, como el supremo alabarda de la Patria, desde la sierra inaccesible del Tagarcuna".
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