Mario Calvit y el embrujo de sus lienzos
Fundación Arte Panamá y TBWA invitan a la exposición del maestro Mario Calvit, martes 3 de julio de 6p.m. a 9p.m. en TBWA, Calle 74, San Francisco, Edificio Midtown, Piso 17.
- Ernesto Endara
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- Especial para Panamá América
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- @PanamaAmerica.com
- - Publicado: 26/6/2018 - 12:00 am
Quien dice "Mario", dice pincel; quien dice "Calvit", dice pintura. Reúna
usted los nombres y ellos le señalarán al hombre más pintor de los pintores.
No sé si será leyenda, pero dicen que cuando nació traía un crayon anaranjado en la manita.
Conocí a Mario muchos años después, y de esto hace también muchos años (no en balde nos salieron canas, nos creció la panza y nos tiemblan las piernas cuando vemos a una mujer hermosa, o sea, ante todas ellas).
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De alguna manera, nuestros trabajos se hermanaban: yo marino y él shipchandler (abastecedor de buques); pero lo que realmente nos untó el pegamento de la amistad fue el arte. Quedé atrapado en su brujería desde que vi su primer cuadro.
Fue en una exposición colectiva que se hizo en el Arco Chato (Espectacular. Imagínense, las pinturas más modernas cobijadas por las ruinas más antiguas del Casco Viejo). Alternaba con los artistas que yo más he admirado: Alfredo Sinclair y Alberto "Pimpito" Dutary, además de un joven genial que nadaba en colores: Toño Alvarado. El cuadro de Mario que me sedujo fue "Los sueños de Ginella". Enseguida quise estrechar su mano.
Consolidamos nuestra amistad vaciando dos mil ochocientas sesenta y cuatro botellas de ron y unos cuantos toneles de cerveza. Parrandas ilógicas y fantásticas que engañosamente parecían añadir magia a nuestras artes.
Quizá durante una larga temporada se nos fue la mano. Pero el arte, que nos incitaba a la bohemia, también fue nuestra salvación. Se fue imponiendo la disciplina y el frenético y bizarro deseo de ser alguien en nuestro arte. Solo así pudimos brincar sobre la adicción. La dipsomanía se esfumó y se convirtió en lienzos mágicos. Por mi lado, me sumergí en un mundo inquietante por lo real, de cuentos y teatro.
Y aquí estamos, Mario. Superados los ochenta, tú pintando y yo escribiendo.
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El arte no envejece ni deja envejecer, antes por el contrario, es la renovación de la estamina para darle abrazos fuertes a la vida. Y, mira tú, el martes 3 de julio inauguras otra exposición (no se te ocurra decir que es la última). No terminan tus prodigios. Lienzos inundados de cielos, nubes, tierra, ríos, olas abofeteando rocas; un Adán y una Eva que ya mordieron la manzana y, estupefactos, comienzan a pensar en lo mejor de la vida. Es tu mundo, Mario, el mundo que siempre has amado, lo capturaste en colores. Tampoco podía faltar un caballo. Tú sueñas con correr como uno de ellos, por eso los domas y los amarras a tus lienzos. ¿Qué hablo? Yo también quisiera brincar como Rafael Nadal, pero no me sale ni en cuento.
Tengo uno de tus caballos en mi sala (además del flaco trompetista de oro y los musiqueros de la muerte). Converso con él. Tus caballos se escaparon de uno de los viajes de Gulliver que nos describió Jonathan Swift. Son más inteligentes que sus cuidadores. Los que asistan a tu exposición podrán conversar con él (y me refiero al caballo tanto como a Mario).
Hablar con cualquiera de los dos les producirá estremecimientos azules y ocres. Y tal vez comprendan lo que ambos suelen repetir en un susurro: "El arte es mi vida".
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