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Arte para una Navidad atípica con obras del Museo del Prado de Madrid
- EFE
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El Museo del Prado de Madrid alberga grandes obras maestras relacionadas con la iconografía navideña.
Comenzamos con la obra del fraile dominico, Fra Angelico (Vicchio 1395-Roma 1455), una tabla realizada en témpera y oro que, pese a su genialidad, corresponde a la primera etapa del pintor florentino.
Esto explicaría la torpeza en el uso de la perspectiva, el carácter irreal casi sublime de la arquitectura o el escueto conocimiento de la anatomía, rasgos todos del primer Renacimiento, al tiempo que perduran otros antiguos, como las bóvedas azuladas, propio del gótico internacional todavía vigente.
Durante el Quattrocento italiano trabajaban al mismo tiempo artistas del último gótico junto a otros más innovadores como Masaccio o Donatello. Fra Angelico tomó el refinamiento de los primeros y el realismo de los segundos, aportando además sus elementos característicos: figuras idealizadas, poco volumen y unos colores brillantes pero casi planos.
Frente a estas novedades formales, la iconografía sigue siendo la tradicional. En un lado, el izquierdo, se muestra el pecado representado en la expulsión de Adán y Eva del paraíso pero, en contraposición, la escena principal muestra la esperanza, es decir el momento en el que el arcángel Gabriel anuncia a María que va a ser la madre del Salvador.
Pintor del dibujo y la elegancia, su mayor aportación es la exquisita dulzura y delicadeza que destila la obra, el lujo de los atuendos o el preciosismo que enlaza con la escuela de Siena.
Tríptico de la Epifanía
Esta obra de El Bosco (Bolduque, Países Bajos), realizada en torno a 1510, seis años antes de su muerte, representa el periodo más maduro del pintor de “El Jardín de las delicias”. Su paleta de color se muestra tan brillante y luminosa como antes, sin embargo, ahora supera las limitaciones de ese miniaturismo tan característico del pintor flamenco, y donde lo divino es narrado evitando caer en lo macabro.
Los personajes alcanzan un volumen más sólido y monumental, incluso aquella perspectiva ingenua adquiere ahora más desarrollo. Sin duda el tema lo requiere por lo que adquiere un tono más solemne para enfatizar el mensaje de la redención: la llegada del Salvador al mundo.
Éxtasis y Plenitud en "La Natividad" de El Greco
Inmensa es esta obra de El Greco (Heraclión, Grecia, 1541- Toledo, España, 1614), y no solo por su tamaño, considerada la última obra maestra del pintor cretense que vivió gran parte de su vida en España. El destino de esta pintura era precisamente su tumba en el convento de Santo Domingo el Antiguo de Toledo, donde el pintor recibió su primer encargo al llegar a España en 1575.
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Se trata de una escena nocturna desarrollada en un espacio estrecho e irregular, una especie de gruta en torno a la que se cobijan María con su recién nacido sobre el regazo, San José y tres pastores que evidencian la intensa devoción del momento.
Iconográficamente, el Niño Jesús es el foco de la luz que ilumina la escena, aquí potentísima y que alumbra al grupo que lo contempla. Todo el conjunto coronado por un grupo de ángeles a modo de bóveda celeste. La composición en espiral crea un movimiento en ascensión que acentúa el alargamiento y distorsión de las figuras, mientras que las poses poco naturales pero dinámicas potencian esa sensación de éxtasis que parece envolverlo todo.
De la misma manera los fuertes contrastes entre luz y sombra realzan el dramatismo, sin renunciar a los colores vivos y brillantes, tan venecianos, que tanto influyeron en El Greco, y que convierten esta obra en una de las obras más reconocidas del autor, considerado uno de los precursores del arte moderno.
La Adoración de los Reyes Magos
El Museo del Prado conserva una de las obras maestras de Pedro Pablo Rubens (Siegen, Alemania 1577- Amberes, Bélgica 1640), “La Adoración de los Reyes Magos” realizada en torno a 1609 por encargo del Ayuntamiento de Amberes tras pasar unos años en Italia. Una obra que exhala pasión y dramatismo por los cuatro costados, en la que el autor parece sintetizar todo lo aprendido en Italia.
La monumentalidad de sus proporciones se acentúa con esa disposición majestuosa de los personajes que convergen en el Niño, situado en el lateral izquierdo, punto central de la obra y única fuente de luz de la escena que se irradia a los rostros de la Virgen y los Magos.
A pesar de ser una de sus obras más desbordante está organizada con esmero; una diagonal parte simbólicamente del Niño hasta llegar al ángulo superior derecho.
Una composición en la que todo es grandioso y arrebatado, pero donde cada personaje se estudia de manera individualizada.
El ropaje de los Magos de rico colorido o las joyas de Baltasar, acentúan el lujo y la opulencia del cortejo.
La obra fue realizada con una composición más horizontal, cuyas primeras figuras recuerdan los vigorosos cuerpos de Miguel Ángel o Caravaggio, a la que Rubens añadió, veinte años después, otra franja superior en la que incluyó un autorretrato, a la derecha montado a caballo con espada y cadena de oro, símbolos de la condición nobiliaria que le otorgó el rey español Felipe IV, dejando claro que, además de pintor, políglota, adinerado y con don de gentes, fue diplomático de la corte.
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