Crónica de la vida al borde de la panameñidad
Desde Punta Burica hasta Cabo Tiburón, más que el pregón
Estos dos sectores lejanos que aunque han inspirado lemas patrios son poco visitados e integrados al resto del país. Los pregones que unen ambos nombres ya eran populares desde los ‘70. Pete Romero decía: “De Punta Burica a Cabo Tiburón, La Exitosa y el son”.
- Actualizado: 27/10/2017 - 10:36 am
Adiel Bonilla ([email protected]) / PANAMA AMERICA
Opinión
- Yamilka Garcés
- Regidora de La Miel
El mito del peligro
- Aunque somos territorio panameño, hay que reconocer que en esta área del país (frontera con Colombia) se viven circunstancias muy especiales, partiendo por el hecho de ser un “corregimiento especial”. La Miel pertenece a la comarca Guna, pero como es evidente, acá no somos indígenas.
- Tampoco estamos regidos por el Congreso General Guna, aunque recientemente se ha dado un acercamiento positivo, porque a pesar de que somos mayormente una comunidad afrodescendiente, sí hay mezcla indígena en muchas de nuestras familias.
- Es importante que el resto del país sepa que aquel acontecimiento que algunos confunden con “ocupación” de nuestro pueblo por insurgentes colombianos no fue así.
- Algunas veces, en el borde fronterizo cercano, se dieron enfrentamientos con grupos insurgentes colombianos. Y en otra época ellos bajaban hasta acá en busca de víveres, lo cual causó temores entre la poca población que había en ese entonces; primero porque no se contaba con ninguna unidad de policía acá, y además porque no deseaban que al vender suministros se interpretara como apoyo a ninguno de los bandos en conflicto.
- Todo esto provocó que los habitantes de La Miel prefirieron abandonar el pueblo, quedando deshabitado por unos tres meses... pero eso es asunto del pasado.
- Hoy por hoy, La Miel, el último poblado panameño por esta parte del país, es un área segura y abierta a la visita e integración con el resto de nuestros compatriotas.
- Aquella incertidumbre que se vivía hace años acá, por la esporádica o casi nula presencia de agentes de la policía, es muy diferente ahora. Contamos con la presencia permanente de Senafront, lo cual refuerza nuestra identidad panameña y nos hace sentir seguros.
Tal es la belleza natural de Punta Burica, al extremo occidental de la provincia de Chiriquí, que seguramente sería un lugar muy visitado en otro país; pero acá no ocurre así. Y en el extremo opuesto, en Cabo Tiburón, en la frontera con Colombia, el paisaje es todavía más cautivador; pero la mayoría de los panameños ni siquiera tienen una idea clara de su ubicación.
Pese a esta aparente indiferencia, ¿cómo es la vida en estos icónicos bordes donde se acaba el mapa?
Para averiguarlo, literalmente hay que atravesar el país. Y para ello fue necesario viajar en dos aeronaves de Air Panamá. También en un bus Coaster, otro Hiace y dos embarcaciones rápidas de fibra de vidrio (con motores fuera de borda) de Senafront. También un par de taxis, y finalmente... caminar.
A pie es la única forma de conseguir la clásica foto con los hitos fronterizos .
Punta Burica
Dueño absoluto no tiene; la gran punta no es ni panameña ni tica. Para llegar a Punta Burica, desde el lado nuestro, iniciamos el viaje temprano, a las 6:00 a.m., desde la frontera de Paso Canoas.
El trayecto es plano los primeros 30 minutos hasta Puerto Armuelles, la ciudad más occidental de Panamá. Pero es también una especie de viaje por el tiempo. Se aprecian vagones abandonados del antiguo ferrocarril, viejos caserones de madera con influencia antillana, y hectáreas ocupadas por palmas aceiteras, donde alguna vez hubo plantaciones bananeras.
En Puerto Armuelles es necesario abordar un auto 4x4, lo que representa una señal clara de lo que le espera al visitante.
Y es que el resto del trayecto parece conspirar para que Punta Burica sea un destino más frecuentado.
Hacia Limones la carretera es quebrada, bordeando la costa, y pasando -contra reloj- la Petroterminal de Charco Azul, que exige atravesar el área restringida en pocos minutos, sin bajarse ni tomar fotos.
Claro que es mejor que regresar a los años en que se viajaba por la mera costa, y donde la marea era la visa para pasar.
Hay toda clase de historias de aquellos días... autos que no llegaron a su destino por los troncos, las rocas o la furia del mar.
También hay historias de narcotraficantes que usaban esta ruta para llevar droga a Costa Rica.
Actualmente, el patrullaje y la seguridad, desde Limones hasta el final, está a cargo de Senafront.
El último pueblo es Bella Vista. El transporte público cobra $3.50, desde Puerto Armuelles, pero.. “que te lleven hasta el final depende del clima y del capricho del conductor”, reniega el lugareño Julio Saucedo.
Julio explica que el mal estado de la carretera, la irregularidad del transporte y las pocas opciones de empleo van dejando al pueblo vacío. Quedan unas 75 personas que dependen de la ganadería y de los oficios en torno a las palmas de aceite, con salario diario de $10.
Pero detrás del drama de la gente de Bella Vista, esperando ser explotada, está una hermosa costa. Para verla solo basta caminar unos cuantos minutos por un denso y húmedo bosque vigilado por monos aulladores salvajes. ¡Y zas!, allí está una gran playa de costa rocosa y agua lejana. A un costado la indómita punta, y al frente isla Punta Burica. ¡Cuánta belleza olvidada!
Cabo Tiburón
Atravesar el mar y ver desde muy cerca el mítico Cabo Tiburón provoca un sentimiento de reverencia, un halo de misterio que en parte está alimentado por los cuentos sobre frenéticos tiburones comehombres que, supuestamente, alguna vez rodearon el Cabo.
Lo que sí es cierto es que la indiferencia no tiene cabida aquí. El mismísimo navegante Cristóbal Colón, cuenta Marie-Laure, en su cuarto y último viaje describió la punta este de Cabo Tiburón... ¡Sabrá Dios cuántos cabos vio el genovés en sus aventuras! Pero este en particular captó su atención, al punto que decidió mencionarlo en sus memorias.
Marie-Laure de Montulé tiene nombre y estirpe francés, pero es panameña. Desde el patio de su casa, en La Miel, se puede ver Cabo Tiburón. Ella vive al extremo del pueblo, pero aislada por el balneario Playa Blanca, de modo que es la última casa de Panamá en la frontera con Colombia.
“Cuestión de enfoque -dice sonriente- yo me veo como la primera casa panameña cuando se viene del tapón del Darién.
Y es que en La Miel (el único poblado panameño en la línea limítrofe de 266 kilómetros con Colombia) todo es “cuestión de enfoque”.
Podría ser suelo patrio con influencia colombiana; o una extensión de las costumbres colombianas acá.
En la playa se escucha un vallenato de Silvestre Dangond. La gente toma Pony Malta y cerveza Águila, y usan celulares de Comcel, que cobra $4 el minuto para llamadas a Panamá.
El servicio eléctrico también viene de Colombia, y el comercio se da con dólares o pesos colombianos.
“El coco acá también es una moneda de trueque, para conseguir desde ron hasta papel higiénico”, dice la alegre Marie-Laure, de 72 años, mientras disfruta de un privilegiado ocaso al estilo Guna Yala, matizado con un cigarrillo Boston.
Las contradicciones aquí parten de las misma designación territorial. El regimiento de La Miel está en Guna Yala, pero no pertenece a la comarca. Se ubica en el corregimiento de Puerto Obaldía, pero realmente lo rige la Dirección de Gobiernos Locales, del Ministerio de Gobierno.
Lo más interesante de todo es que la gente de La Miel, con una dicotomía racial de predominio afrodescendiente, es absolutamente ajena a toda esta ambigüedad. Ellos son felices.
Son pocos: 110 habitantes y una escuela multigrado con 16 niños. En contraste hay decenas de unidades del Senafront vigilando las 24 horas. Algo que también hace sentir seguro a los cerca de 300 turistas colombianos que visitan cada día su paradisiaca playa.
Air Panamá cubre la ruta Panamá- Puerto Obaldía, pero todos los vuelos que restan de este año están llenos. En la aeronave de 55 pasajeros de regreso hasta Albrook, además de panameños, venían pasaportes de Colombia, República Dominicana, EE.UU., Cuba, Australia, Japón, Nueva Zelanda e Irlanda. ¡Y eso que era un día cualquiera!
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