Colón, cuando la promesa se convierte en miseria
- José Chacón
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La segunda ciudad más importante del país está sumergida en una crisis socioeconómica que se incrementó a raíz de trabajos de renovación.
La segunda ciudad más importante del país está sumergida en una crisis socioeconómica que se incrementó a raíz de trabajos de renovación.
La segunda ciudad más importante de Panamá se asemeja a un pueblo fantasma.
Con una población de 294 mil 60 habitantes, la tierra que es besada por las aguas del mar Caribe, siente el desprecio de las autoridades que por años la han tratado como un patio trasero.
La apariencia física de sus calles y sus edificios difiere enormemente con las cifras que aporta el comercio de esta región al producto interno bruto (PIB) del país.
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Por ejemplo, la Zona Libre de Colón surte con un 8.5% al PIB nacional.
Entre tanto, la zona franca emplea al 30% de los ocupados de la provincia con más de 30 mil plazas, según cifras del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF).
Pero los números no cuadran con la realidad. La actual ciudad de Colón parece un muladar, mucha gente está desempleada. Sus avenidas se desbordan de panameños que buscan afanosamente cómo llevar el pan a su mesa.'
7.1%
es la tasa de desempleo en la provincia de Colón, según datos de la Contraloría General de la República.
11,500
personas no logran conseguir una plaza estable de empleo en Colón.
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Nayaris Ortiz lleva 10 años sin poder conseguir trabajo. Sus tres golpes de comida los obtiene gracias a la venta de productos varios que compra en la Zona Libre y que luego oferta bajo una endeble tolda en medio de calle primera, en pleno casco de la ciudad de Colón.
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Cinco años atrás, aquel negocio informal rendía frutos. Cuenta que no tenía problemas para comer y pagar sus servicios. El dinero no era su preocupación.
Pero desde que iniciaron los trabajos de la renovación urbana a cargo de la administración del presidente Juan Carlos Varela, las cosas han cambiado y de forma drástica.
Sus ingresos diarios disminuyeron; ahora menos gente compra sus ganchos, medias, bolígrafos o golosinas. Ella es la cara viva de la desesperación.
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"Sale poco, de milagro logro hacer 10 dólares al día; antes hacía entre 20 y 30 dólares por jornada", contó a Panamá América Nayaris Ortiz, que se hace acompañar de su hija de 22 años y de una nieta de apenas dos meses de nacida.
El principal problema que enfrentan actualmente los colonenses que viven en el casco es la renovación urbana. En eso coinciden todos. Sus 16 calles son un caos, un desconcierto y hay cierto sabor a anarquía. Intersecciones cerradas, avenidas rotas, caliche, basura en cada rincón, aguas servidas, muebles viejos y gente deambulando, se mezclan con un panorama arquitectónico indescriptible, del que queda poco cuando se le llamaba la "tacita de oro". Da la impresión, sin querer exagerar, que la miseria camina por sus calles.
Sus edificios desocupados, la mayoría en estados deplorables, literalmente sudan mugre. Causan miedo y asombro a la vez.
Dentro de las paredes de aquellas estructuras abandonadas habita la tristeza. Y en los inmuebles que están ocupados, hay gente que tiene historias que ninguna resulta agradable.
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Carmen Ortiz no trabaja. Sus ingresos llegan un día sí y el otro no; maneja un taxi prestado. En su apartamento, en la planta baja del edificio Salomón 39-40, en Calle Tercera, las aguas servidas salen por la regadera y por el grifo del fregador.
En su piel es evidente la presencia de sarna, como vulgarmente le dicen a la enfermedad de la piel que es causada por el ácaro Sarcoptes scabiei.
Habla tímidamente ante la cámara, lo hace rascándose los brazos y el cuello: "Esto es insoportable, la gente habla de los colonenses pero no saben lo que es vivir con aguas servidas en la regadera, que todos los días tengas que baldear tu apartamento porque se inunda de mierda", dijo.
Ella culpa a Constructora Urbana S.A. (Cusa), la empresa que se adjudicó un contrato con el Estado por 500 millones de dólares para reconstruir toda la ciudad de Colón. Pero los trabajos no avanzan y los colonenses no ven luz al final del túnel.
"Ellos (Cusa) rompieron todas las calles y desde que iniciaron los trabajos estamos pasando este páramo", dijo Carmen Ortiz, quien solo quería que mencionaran su segundo nombre y su apellido porque unos hombres con cascos y chalecos amarillos le advertían que no hablara.
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Cruzar de una calle a otra en la ciudad de Colón es realmente incómodo, es un reto diario. Un viacrucis. Los zapatos de los colonenses deben esquivar excretas, arena, piedras, ladrillos y hasta ramas de árboles que fueron cortadas y dejadas a lo largo de toda la servidumbre del Paseo Centenario, la vía principal del centro de la ciudad de Colón.
Sentada sobre un banco curtido de la Calle Quinta encontramos a Astrid Rodríguez; su labor es predicar la palabra de Dios.
Dice que no pierde la esperanza de mejores días para su ciudad, y aunque mucha gente se mudó a Altos de Los Lagos, en el centro la violencia y el pandillerismo galopan, que esas estadísticas inventadas por el Gobierno son mentiras.
"Aquí roban y matan de día o de noche, nada cambia, a la hora que sea sucede de todo. Y nada ha variado con la renovación; muy por el contrario, las cosas van peor", relata la jubilada.
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Sobre la mayoría de las calles de Colón, además de basura, abundan los desperdicios orgánicos, tal como ocurre entre calle 11 y 12, a pesar de que recientemente se inauguró allí un pequeño mercado público.
Por esa zona, el olor fétido es más intenso y a los trabajadores de los pequeños comercios de ambas calles no les importa consumir su almuerzo entre el zumbido de las moscas, entre la mirada acosadora de gatos y la impertinencia de perros callejeros, muchos de ellos con sarna.
Por lo intransitable que están las calles de Colón, los camiones de Aguaseo, la empresa encargada de la recolección de la basura en esa provincia, no pueden pasar y los desechos se quedan donde los usuarios los dejan, en los andenes o veredas, fuera de los edificios.
Las familias que se fueron a vivir a los multifamiliares de Altos de Los Lagos dejaron sus viejos muebles en los arrabales que habitaban. Muchos orates los sacaron a las calles y permanecen ahí sin que la autoridad mueva un dedo, aseguró Luciano Martínez García, profesor jubilado del colegio Abel Bravo.
El catedrático explicó que desde los años 60 del siglo pasado, la intención del poder económico ha sido sacar a los residentes.
"Colón era la provincia más rebelde y yo siento que nos la están quitando. Cuando yo fui dirigente estudiantil del colegio Abel Bravo habían varias empresas en las calles 12, 13 y 14. En ese entonces, en los años 60, se dijo que se iban a construir edificios nuevos para que la gente viviera, pero si usted pasa por ese lugar no hay nada. Y es lo que ha pasado durante este Gobierno, sacan a la gente y dejan los edificios abandonados", expresó el profesor colonense.
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Luciano Martínez argumentó que el Gobierno prometió hacer un estudio socioeconómico para determinar qué familias se podían hacer cargo de las responsabilidades, o mejor dicho, quiénes podían pagar sus apartamentos, pero que se llevaron a mucha gente con el objetivo de despojarlos de los terrenos en el casco.
"Uno de los requisitos de la Renovación de Colón era realizar un estudio minucioso de cada apartamento y verificar el poder adquisitivo de cada familia, pero cuando empezó la mudanza, el Gobierno se llevó a todo el mundo, aunque la mayoría de esas familias no tenían cómo pagar esos cuartos", comentó la fuente.
Si de día hay penurias, por las noches no hay calma. Los mosquitos, las pandillas y los bajones de luz hacen de Colón un lugar en el que nadie quiere vivir, pero no hay de otra, como manifiesta Joel Durán, un expandillero que lava autos en la Calle 13.
"Si no eres de aquí, mejor huye... las balas no tienen ojos. Tú sabes qué es lo que es con el town", opina el hombre que muestra como medallas algunas cicatrices en sus brazos, recuerdos de su época de la "banda".
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Según datos estadísticos del Ministerio Público, 27 crímenes se reportaron en esa provincia entre el 1 de enero y el 31 de mayo de 2019, siendo la zona más violenta del país solo por debajo del distrito de Panamá.
El 68% de esos delitos fueron perpetrados con arma de fuego, el 21% con arma blanca, el 2% con objeto contundente y un 9% no registra cómo sucedieron aquellos homicidios.
En su primer día de mandato, el 1 de julio de 2014, el presidente Juan Carlos Varela fue a Colón. Ofreció un discurso, luego de su toma de posesión en Panamá. A ese acto llevó a varios ministros, entre ellos a Ramón Arosemena (MOP); a Mario Etchelecu, el ministro de Vivienda; a Rodolfo Aguilera y Rogelio Donadío, ministro y viceministro de Seguridad, y a su primer secretario de metas, Carlos Duboy.
Recalcó la firma de un decreto, el número 125 de 1 de julio de 2014 con el que supuestamente Colón "volvería a sonreírle al mundo".
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Juan Carlos Varela le pidió a los colonenses que le dieran la oportunidad para cambiarles la vida.
"Mientras yo sea presidente no voy a descansar hasta que ninguna familia colonense viva en casas condenadas con aguas servidas, todos van a vivir en viviendas dignas", prometió el estrenado mandatario al frente de la Casa Wilcox, que hoy se cae a pedazos.
Las promesas de Juan Carlos Varela alegraron a los colonenses, pero cinco años después aquel emocionante discurso contrasta con la realidad relatada por quienes viven en carne propia el día a día en Colón.
La miseria, la insalubridad, la zozobra, el caos, el desempleo, la inseguridad y otras calamidades siguen recorriendo las calles de esa ciudad.
Cinco años después de aquella populista alocución, las promesas de Varela se quedaron estancadas entre las aguas servidas que abundan en las 16 calles de Colón.
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