Pueblo ngäbe mantiene vivo el riesgoso y ancestral oficio de 'buceo a pulmón'
Hasta 20 metros de profundidad en mar abierto logran descender estos expertos pescadores, casi sin la ayuda de accesorios para nadar.
- Adiel Bonilla
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- - Actualizado: 21/10/2019 - 06:30 am
Al extremo norte de los dominios de la comarca Ngäbe-Buglé, donde las aguas tranquilas de la Laguna de Chiriquí chocan con la turbulencia del mar Caribe, un grupo de valientes indígenas, hombres de mar, mantienen viva la ancestral tradición del buceo como forma de pesca artesanal.
En algunos sectores del país se le conoce como buceo libre. Aquellos que practican la actividad como forma de recreación también le llaman "freediving".
Pero, para los indígenas ngäbes que viven en las comunidades costeras del distrito de Kusapín (región de Ño kribo), es simplemente "buceo a pulmón".
Y, ciertamente, mucho pulmón hay que tener para practicar esta actividad, considerada deporte extremo en otras esferas, que consiste en suspender la respiración al descender el mar, hasta alcanzar grandes profundidades.
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En el caso de los pesadores artesanales de la comarca Ngäbe-Buglé, esto nada tiene que ver con recreación o desafío innecesario; para ellos es asunto serio de subsistencia, y la única forma que conocen para llevar el sustento a sus familias.
Panamá América viajó hasta la comunidad indígena de Punta Alegre (provincia de Bocas de Toro), donde históricamente todas las tardes se puede apreciar la llegada de las pequeñas piraguas, sin propulsión de ningún tipo de motor, que los temerarios buceadores usan como transporte de trabajo.'
18
brazas de profundidad llegan los más temerarios y expertos buceadores ngäbes.
20
metros aproximadamente de profundidad, con aire suficiente para volver a la piragua.
Al caer el sol, uno a uno van llegando para vender la pesca del día.
El drama de estos "buceadores a pulmón" va más de la forma en la que arriesgan su vida todos los días, no solo al bucear, sino también al trasladarse en esas pequeñas embarcaciones, que en ocasiones desafían el "mar picado".
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Y es que, adicional, enfrentan un injusto sistema de especulación de precios, que los arrincona en la necesidad imperiosa de vender al precio que impone el mercado.
En Punta Alegre, los buceadores tienen a un amigo, a uno de ellos que se dedica a comprarles toda la pesca a un precio justo, en comparación a los bajos montos que también recibe a la hora de llevar la carga compilada al puerto de Chiriquí Grande.
Allá los precios son manejados al acomodo de los comerciantes, dueños de restaurantes suntuosos e intermediarios que colectan mariscos y recursos del mar para distribuir a nivel nacional.
Pescador
Uno de los que debe vivir en este mar de especulaciones es Celedonio Chuíto.
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Es un indígena ngäbe de 45 años de edad, que en los últimos 20 años se ha dedicado al "buceo a pulmón".
Aquella tarde, Celedonio llegaba a Punta Alegre cerca de las 4:00 p.m. Era el primero en arribar, luego de 5 horas extenuantes de estar buceando.
"Fui hasta la última isla", dice, en referencia al borde insular que agotan, adentrándose a mar abierto.
Pero al bajar de su piragua, solo se aprecia una pequeña pesca, esto debido a lo exigente del mercado, que busca, sobre todo, langostas de un tamaño y de una contextura especial.
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Al pesar el fruto de su trabajo, cerca de $20 dólares es lo que puede llevar a su casa.
¿Vale la pena arriesgar la vida por ese jornal diario?
Esa es una pregunta a la que Celedonio no le dedica tiempo. "Esto es lo que sé hacer, y aunque ya tengo 45 años todavía me siento en condiciones", dice con una sonrisa, al tiempo que explica que en este sector de la comarca Ngäbe-Buglé los chicos comienzan a bucear desde los 14 o 15 años.
En su caso, decidió dedicarse enteramente a esto a los 20 años, y es consciente de que su retiro está cerca, de lo contrario, corre el riesgo de morir como mucho de sus amigos.
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"Todavía puedo bajar de 12 a 17 brazas", dice orgulloso.
La llaman "braza" al equivalente a la longitud de sus brazos extendidos, aproximadamente 1.20 metros.
Es decir, que fácilmente pueden descender 18 metros de profundidad.
Luego explica que ubicada la pesca (mayormente una langosta o un pulpo) él solo se permite dos intentos de atrapar el objetivo, porque debe tener suficiente oxígeno para volver a la superficie.
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"Algunos amigos intentaron más veces [de atrapar la langosta] y cuando quisieron subir no les alcanzó el aire... y así murieron", dice en tono melancólico.
"Pero me gusta mucho lo que hago, y cuando sienta que ya no tengo condiciones, buscaré otro oficio", explica Celedonio Chuíto.
Comprador
Arquímedes Raylan, también indígena de la comarca Ngäbe-Buglé, sabe muy bien lo que es bucear, desafiar el mar y el sol.
Pero tuvo otra visión de trabajo, y con ahorro y esfuerzo logró tener su propio bote con motor fuera de borda, y ahora se dedica a comprar para revender la mercancía a comerciantes al por mayor.
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"Como sé lo difícil que trabajan mis hermanos, yo no les regateo precio, trato de pagarles lo justo, manteniendo también mis márgenes de ganancia, que logró al acumular mercancía y tener mi propio sistema de enfriamiento de mercancía y modo de transporte en el mar", cuenta Raylan.
Su trato justo mantiene la fidelidad diaria de los buceadores a pulmón de comunidades como Bahía Azul, Ensenada, Punta Valiente, Punta Siraín y la propia Punta Alegre.
Cuenta que le compra langosta, cambute, centollas y pulpos. Pero la más buscada es la apetecible langosta.
Arquímedes Raylan les paga $1.25 por libra de peso. A su vez, a él se las compran los mayoristas a $3.50 la libra, pero debe asumir los gastos de transporte y el descarte que se pueda dar.
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Pero de allí, el negocio se vuelve lucrativo, porque en el siguiente escalón de la industria, esa langosta cuesta hasta $10 la libra.
Finalmente, las langostas terminan en restaurantes de renombre y en platos gourmet de hasta 50 dólares de precio.
Llama a la reflexión, entonces, pensar que todo inicia con un indígena que arriesga su vida en las profundidades, pero que solo recibe cerca de $3 por langosta.
"Hubo un tiempo que acá la langosta llegó a tener buen precio, los buceadores recibían hasta 6 dólares por la libra. Pero desde que llegaron los ticos [vendedores costarricenses] bajaron los precios", se queja Raylan.
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Y cuando cae la noche, y Arquímedes atiende hasta al más rezagado de los pescadores artesanales de esta zona, la luna se apodera de las calmas aguas de la Laguna de Chiriquí, y las piraguas en caravana acuática se dirigen a sus chozas, a la espera de la llegada de un nuevo día, para volver a enfrentar el desafío de la vida, que en su caso lo hacen desde la profundidad del mar, y con todas las fuerzas de sus pulmones.
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