Zonas y espíritus de la bucería
- Stanley Heckadon-Moreno (Antropólogo)
Nació mi pasión por la bucería de perlas en el Chiriquí Viejo, en la finca de mis abuelos maternos. Río que sale a la mar ...
Nació mi pasión por la bucería de perlas en el Chiriquí Viejo, en la finca de mis abuelos maternos. Río que sale a la mar ...
Nació mi pasión por la bucería de perlas en el Chiriquí Viejo, en la finca de mis abuelos maternos. Río que sale a la mar por la Boca de los Espinos. Por ella subieron en bote mis abuelos, a levantar su finca, tras perder todo en la Guerra de los Mil Días. Trajo la más violenta de las guerras civiles colombianas la diáspora del campesinado chiricano a las selvas del Chiriquí Viejo y a Golfo Dulce, este último hoy en Costa Rica.
Aprendí mis primeras historias a la luz de las lámparas de querosín de dos de mis héroes de infancia. Los viejos buzos de escafandra, nacidos en el puerto de Pedregal, Juan “Galafate” Quezada y Mamerto “Marquito” Aguirre. Uno buceó en la armada de los hermanos Pinel, con sede en Panamá. El otro, para Joshua Piza, en Remedios. De ellos aprendí vocablos de la marinería: a barlovento, rumbo de donde viene el viento. A sotavento, lado opuesto al viento. Barloventear, navegar contra el viento. “Acuaderar”, recostar un buque a otra nave o muelle. Remembraban cuando buceaban en Las Perlas a veces era en las islas de Barlovento, Bolaños, Casaya, Bayoneta, Mina, Minita y Jibaleón. En otras, en las de Sotavento, San Miguel, Galera, Viveros, Pedro González y San Telmo.
HASTA LA DÉCADA DE 1940, LOS BUZOS DE CABEZA DE LAS PERLAS SALÍAN EN BOTES DE REMO Y CON UNA CAJITA DE MADERA CON FONDO DE VIDRIO VEÍAN BAJO EL AGUA DÓNDE ESTABAN LOS PLACERES DE CONCHA NÁCAR, LUEGO SE ZAMBULLÍAN.
Para el Gobierno colombiano y luego el panameño, la madre perla era un recurso natural del estado que arrendaba su pesca a empresas con escafandras. En 1902, el ministro de Hacienda, Bogotá, licita el derecho a “pescar perlas, corales y esponjas en las costas colombianas de los mares Atlántico y Pacífico”. En el Atlántico, la costa perlífera era de Santa Marta a Punta Espada, Guajira. Cada escafandra o máquina de bucear pagaba impuesto anual de 500 pesos. Estas empresas debían respetar los derechos de los buzos de cabeza que, de tiempos remotos, buceaban a pulmón. Hasta la década de 1940, los buzos de cabeza de Las Perlas salían en botes de remo y con una cajita de madera con fondo de vidrio veían bajo el agua dónde estaban los placeres de concha nácar, luego se zambullían.
Para efectos de la bucería con escafandra, la costa pacífica del Istmo con más de 700 millas náuticas de largo, fue dividida en cuatro zonas. La uno, de Punta Mala a la frontera con Colombia, incluyendo Las Perlas. La dos, el sur de la península de Azuero entre Punta Mala y Punta Mariato. La tres, las islas del sur de Veraguas, Coiba, sus islas e islotes. Zona cuatro, el Golfo de Chiriquí, con sus islas cerca a tierra firme Burica, Sevilla, Boquita, Muerto, Boca Brava, Palenque, Las Paridas y Bolaños. Y mar afuera, Las Secas, Las Ladrones, Las Montuosas y Las Contreras.
AL AMANECER, FUERON MIS PRIMOS A VER QUIÉN HABÍA LLEGADO. NO HABÍA SEÑAL DE BOTE, NI PISADAS. MARQUITO, EL SOLITARIO DE LA ISLA, DIJO QUE ERAN LOS ESPÍRITUS DE LA GENTE DE LA BUCERÍA DESAPARECIDA EN LA MAR.
Rica en historias, leyendas y supersticiones fue la bucería. Islas con tesoros, hombres perdidos en la mar o devorados por tiburones, buzos y botes con suerte y sin ella. Esta es una. Al llegar el verano mis tíos y primos mayores salían en bote por la Boca de los Espinos a pescar en las islas del Golfo de Chiriquí. Se pescaba para salar, secar y vender antes en Semana Santa. Un día, en isla Paridita, se acostaron a dormir en un banco de arena cerca a la playa. A media noche sonidos de un bote acercándose. Chasquido de remos sobre el agua y hombres conversando, sin precisar qué decían. Luego el ruido al dejar los remos, saltar a tierra y luego la quilla del bote raspando la arena al ser varado. Al amanecer, fueron mis primos a ver quién había llegado. No había señal de bote, ni pisadas. Marquito, el solitario de la isla, dijo que eran los espíritus de la gente de la bucería desaparecida en la mar.
Este es otro cuento, pero de Las Perlas. Allá por los años de 1890, en una noche oscura de tormenta, Fermín Lamela, del pueblo de San Miguel, sintió urgencia de hacer un mandado a un islote cercano. Le rogaron sus amigos dejase el viaje para el otro día. No hizo caso. Tomó su farol y partió en su cayuco. Al otro día, sus amigos fueron a la playa y no vieron su cayuco. Tampoco estaba en el pueblo. Al volver a la playa apareció el farol que Fermín había llevado esa noche al embarcarse.
Salieron a la mar a buscarlo. En eso salió a flote su cuerpo, sin brazo ni cabeza. Cuando volvían a tierra con el cadáver, un gran tiburón seguía el bote, a pesar de los gritos que le daban. Ya en tierra, un pescador cogió un arpón y al acercarse el tiburón a la orilla se lo clavó. Lo halaron a tierra y lo machetearon. De la barriga del animal salió el brazo y la cabeza de Fermín.
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