Mensaje
Y le abrieron el costado
- Rómulo Emiliani
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...una humanidad ciega de odio y loca de soberbia, rechazaba al pastor por el Padre mandado para apacentar a las ovejas dispersas por el pecado.

Todavía retumbaba por todo el cielo, la oración tan profunda y clara del Cristo del Calvario: "Padre, perdónalos, que no saben lo que hacen". Foto: Archivo.
Y la lanza, de manera certera, atravesó el tórax y entre las costillas alcanzó el corazón.
Ya estaba muerto el Señor, pero el soldado romano quería asegurarse que era un cadáver colgado, el de la cruz.
El espectáculo era terrible.
Un cuerpo ensangrentado yacía en el madero, y la gente contemplaba asustada cómo habían matado al redentor.
Oh qué cruel momento a las tres de la tarde, después de haber oído del ajusticiado: "ya todo está cumplido".
La oscuridad reinaba en el cielo, porque Dios estaba de luto.
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El Padre lloraba en silencio la muerte del hijo enviado, y el Espíritu Santo permanecía inmóvil sin enviar sus rayos de luz a los corazones.
Se había llegado al extremo, una humanidad ciega de odio y loca de soberbia, rechazaba al pastor por el Padre mandado para apacentar a las ovejas dispersas por el pecado.
El diablo, con sus secuaces en el fondo del infierno, lanzó una terrorífica carcajada, diciendo al mundo entero que ya había de manera clara vencido.
Todos los ángeles del cielo dejaron de cantar y alabar al Dios santo y bueno y de rodillas contemplaban al Padre en su duelo, esperando la orden de mandar mil legiones de ellos para arrasar con la tierra y el universo.
Pero todavía retumbaba por todo el cielo, la oración tan profunda y clara del Cristo del Calvario: "Padre, perdónalos, que no saben lo que hacen".
Qué silencio tan profundo.
La gente se va a sus casas cabizbajos todos ellos, porque sabían del crimen cometido.
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La creación entera, con sus astros y galaxias, constelaciones y agujeros negros, guardan un estado de suspenso lastimero, esperando el cataclismo cósmico más espeluznante, la destrucción del universo entero.
Todos los hombres contemplativos del mundo, todos aquellos de toda civilización y cultura, en sus quehaceres religiosos sin saber qué pasaba, hicieron un alto en sus rezos, y temblaban en sus almas, porque algo muy malo había sucedido.
Qué drama tan espantoso, hasta dónde habíamos llegado.
Quisimos ser como dioses y erigimos nuestra torre de Babel al cielo, sin saber que no somos más que un polvo el más diminuto, en un cosmos de extraordinarias dimensiones, que a su vez cabe todo él en el rinconcito más reducido de una molécula de la palma de la mano del Dios creador, para usar una metáfora imperfecta.
Que nada somos sin Él.
Que nada podemos sin Dios.
Que Él nos sostiene vivos porque quiere y nos perdona por puro amor y nos da la oportunidad de ir al cielo por su gracia misericordiosa.
Se oyó ese Viernes Santo, la voz del Altísimo Dios: "los perdono por amor, por la sangre de mi hijo santo." Amén.
Monseñor.
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