Sobre los viajes de la humanidad
En el plano individual, a menudo nos sentimos limitados, por el tiempo, por la enfermedad, por carencias y limitaciones personales. Y frases como “solo uno se arropa hasta donde da la manta”...
En el plano individual, a menudo nos sentimos limitados, por el tiempo, por la enfermedad, por carencias y limitaciones personales. Y frases como “solo uno se arropa hasta donde da la manta”...
Nuestras vidas superan con creces las capacidades limitadas de los barcos, porque con solo el pensamiento podemos desplazarnos de manera ilimitada,La propia mente es el último continente inexplorado por el hombre. Foto: EFE.
Ver la superficie de Marte desde la Tierra, con una sensación de que uno está allí, es un regalo de la era moderna. Sin duda, de aquí a pocos años se cumplirá el anuncio hecho por el presidente Obama de que ya se pretendía enviar naves tripuladas por el hombre hasta ese planeta.
La distancia de la Luna, 384,400 km; la distancia de Marte, 216.87 millones de km. Ante la inmensidad insoldable del universo, este en que flotamos, es lo más cercano casi que tenemos, pero para los cálculos humanos, aún se encuentra incalculablemente lejos de nosotros.
Sin embargo, el hecho de que ya ese viaje hacia el planeta rojo parece ser una bitácora planeada, nos indica que los límites del pensamiento se amplían una y otra vez hasta esos confines que solo el hombre mismo puede amurallar. He allí la grandeza de la humanidad; lo que nos separa de criaturas que comparten esta esfera tan pequeña, pero que jamás podrán sobrepasar esa capacidad ilimitada por crear y recrear.
En el plano individual, a menudo nos sentimos limitados, por el tiempo, por la enfermedad, por carencias y limitaciones personales. Y frases como “solo uno se arropa hasta donde da la manta”, “adopta la querencia de las bestias nobles, que regresan y atesoran siempre su corral”, “no te atrevas a caminar fuera de las sendas que no haya caminado la experiencia ya”, son buenos consejos, para aquel que quiera, como un barco manso, permanecer atado al muelle, sin aventurarse más allá de la marina.
El caso de las naves que no zarpan, y que flotan sin navegación alguna, terminan de manera inevitable por poblarse de adherencias de corales, de crustáceos y moluscos, que entorpecen y hasta evitan desplazarse por el mar. A ese fenómeno de adherencias de polizones indeseados se le llama bioincrustación.
Mientras más se mueva el navío, menos adherencias sufrirá su casco; y una señal inequívoca de movimiento hacia un destino predispuesto, resulta en la eliminación de aquellos invasores, que son parte de la vida en el océano. Las naves, al igual que el hombre, deben desplazarse siempre; pero nuestras vidas superan con creces las capacidades limitadas de los barcos, porque con solo el pensamiento podemos desplazarnos de manera ilimitada, aventurando las ideas en nuevos rumbos en los que los antepasados no atrevieron nunca aventurar. Bien diría un pensador moderno que la propia mente es el último continente inexplorado por el hombre.
Debemos siempre, entonces, romper con los esquemas del pasado; no reverenciar como mejores las generaciones se han ido. La hipersensibilidad moderna, la saturación de redes electrónicas y la bandada de noticias que se sirven frías para el consumo, que no han madurado aún para tragarlas, puede ser un hecho de la vida que vivimos hoy; pero eso no hace más corruptos a los hombres, más perdidas a las sociedades en el vicio, más crueles en su pensamiento los capitalistas, más reactivos en su causa a los obreros.
En cuanto a la naturaleza misma, solo somos más; pero somos esos mismos hombres que han pasado desde el muro rupestre hasta la computadora moderna. Tanto así que la era moderna no nos hace más modernos a nosotros mismos; sentimos las mismas pasiones, los mismos miedos, las mismas cadenas naturales y biológicas que estuvieron desde tiempos insondables en aquellos que nos precedieron.
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Algún día, que no veremos ya nosotros, se habrá hecho ese balance entre tecnología, ciencia, inventos y una mente que se adapta a ellos y a ellos se asimila, sin la carga de atavismos que portamos hoy. Mientras tanto, disfrutemos de ese viaje de la humanidad, que la hace ser como serpientes que, en sus cambios y en su crecimiento, se desprenden siempre de la muda inerte del pasado, superando lo que fueron, aceptando lo que son y anhelando lo que un día serán.
Abogado.
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