Panamá
Una travesura de 0.06 centavos
- Icenit Melgar
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La tarea de ser padre conlleva una entrega desmedida para el resto de la vida y una oportunidad de esculpir una nueva vida lo mejor que se pueda.
Tal vez la historia de lo que parecía, una travesura infantil no la recuerde ningún miembro de mi familia, pero ella derivó una de las tantas enseñanzas que sembró mi padre, desde temprana edad, en mi vida.
Cuando tenía seis años se pusieron de moda las calcomanías de dibujos animados. Mis amigas las tenían menos yo. Mis padres consideraban que no eran de las cosas imprescindibles que requería. Esas calcomanías no eran de mi total agrado, pero las quería.
Particularmente, me llamaban la atención las figuritas de colores fluorescentes que brillaban en la oscuridad. Eran acolchonadas, tenían un costo de 0.06 centavos y las vendían en un supermercado de la localidad.
Mi familia hacia visitas semanales a ese local y pensaba que en un descuido podía tomar una y pegarla en mi habitación.
La astucia infantil hizo que mi plan fuese más fácil de lo que pensaba, la figurita casi a mi disposición me "pedía" que la arrancará y sacará de ese estante, pues se vería mejor en mi habitación.
La desprendí del mostrario donde reposaba y con fina sutileza la entrelace en mis dedos pulgar, índice y medio de mi mano derecha, cerré el puño y con cuidado trataba de que no se secara el adhesivo. Aún recuerdo la textura, me sentí afortunada, pues nadie se dio cuenta de esto que creí era una proeza.
Al llegar a casa decidí colocarla en mi cuarto y más fue lo que demore organizando mi plan, que lo que mi padre demoró en darse cuenta que tenía frente a él, una pequeña ladronzuela.
Me preguntó con amable voz, ¿de dónde había obtenido esa figurita? Le dije con contundente claridad: La compré. A lo que mi padre indicó que yo no tenía dinero, para comprarla. Inventé un sinnúmero de versiones, hasta que logró la gran confesión.
A esas horas, mi padre me dijo vístete que iremos a dar una vuelta. No entendía por qué el hombre firme, mi padre quería llevarme a pasear.
No percibí disgusto por el suceso solo iríamos a dar una vuelta. Para mi sorpresa el paseo duro los tres minutos que demoraba el desplazamiento de nuestra residencia al supermercado. Al ver el sitio donde había cometido la fechoría, sentí un frío helado por la espalda casi sospechaba lo que ocurriría. Al bajarnos del auto me dijo usted hablará con el gerente y le dirá que tomó, sin permiso y sin pagar, esa figurita que no le pertenece. Y que de sus ahorros (los que no tenia) procederá a pagarla. No sabía de donde obtendría el dinero para pagar las consecuencias de mi acto.
En eso una señora corpulenta se acercó en compañía de un guardia de seguridad indicando que era la gerente. Muerta de miedo, le dije: Señora, tome la figurita, me la lleve sin pagarla y estoy regresando a pagarla. Mi padre me dio el dinero, la señora sonrió y lo tomó. Nunca sentí tanto pavor, pues imaginé ser apresada por su acompañante.
No entendí por qué mi papá me había hecho pasar este terror, esa idea daba vuelta en mi cabecita confundida entre el castigo y el amor. Este suceso no acabo ahí pues recuerden, yo carecía de ahorros. Pero, mi padre tenía solución para eso… tendría que ayudar en casa para cubrir esa deuda. Más tarde, en la noche mi papá me explicó que la acción que había hecho se llamaba robar, y que eso no era admitido y que esta era una lección para nunca más tocar algo que no me pertenecía. Y que si se ocurría una acción similar, él mismo me denunciaría, porque me amaba tanto y porque quería lo mejor para mi.
Me dijo te amo y el amor enseña. Percibí tristeza en sus ojos y sentí el impacto de la vergüenza por defraudarlo. Ese evento me puso en contacto con varias situaciones: El amor, afrontar tus faltas, y la entereza de enmendar los errores. Sin duda una gran lección.
La tarea de ser padre conlleva una entrega desmedida para el resto de la vida y una oportunidad de esculpir una nueva vida lo mejor que se pueda.
Al aceptar el rol de padres, la vida nos pone a prueba, debemos anteponer nuestras necesidades por alguien que espera de nosotros nuestra mejor versión. Mi padre esculpió a sus hijos con la templanza de un cincel de acero y con la destreza del mejor de los albañiles. En los primeros años de mi formación, no siempre entendí su método, pero hoy admiro como nos forjó.
Educar en valores a los hijos deriva una gran responsabilidad que decanta en las mayores lecciones de vida, que legarás a tu descendencia; van más allá de complacencias, reprimendas o castigos. Las enseñanzas deben irrebatiblemente rebosar de acciones de amor que tengan el poder de perdurar y transferirse de generación en generación. Hay padres que confunden el amor, con atención desmedida a caprichos frívolos e innecesarios, que no aportan valor a sus crecientes experiencias de vida. El verdadero valor lo encontramos en la predica del mejor ejemplo.
Me pregunto si hoy en día los padres cubriríamos a nuestros hijos o los encaminaríamos a ser ciudadanos íntegros, si al fin y al cabo hay travesuras de solo 0.06 centavos.
He conocido padres que minimizan y admiten faltas de sus hijos modelando niños frágiles, para luego lidiar con adultos que se resquebrajan como el cristal.
Mi padre me enseñó a ser imparable en todo lo que lo que me propongo. Me preparó para viajar en este recorrido llamado vida como un águila volando alto, para dar mi mejor versión.
Hoy felicito a los padres que han aceptado forjar hombres íntegros que aporten con sus virtudes a la sociedad. Fui una niña creativa para las travesuras y hoy agradezco a mi padre su atinada orientación. Feliz día del padre querido papá.
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