Una perla de tres gritos
- Stanley Heckadon-Moreno (opinion@epasa.com)
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Dos fiebres han sido endémicas al Istmo. En tierra el oro, lavando cascajo en ríos y quebradas, cavando túneles en las rocas o excavando huacas ...
Dos fiebres han sido endémicas al Istmo. En tierra el oro, lavando cascajo en ríos y quebradas, cavando túneles en las rocas o excavando huacas ...
Dos fiebres han sido endémicas al Istmo. En tierra el oro, lavando cascajo en ríos y quebradas, cavando túneles en las rocas o excavando huacas indígenas. En la mar, buceando la concha de la madre perla en la mar del Sur. Esta es la historia de la madre de todas las perlas hallada en aguas de Coiba, Veraguas.
Diversas civilizaciones y religiones han tenido a las perlas como símbolo de perfección, pureza, belleza, misterio y suerte. Dice una historia hindú que las perlas son el regalo que el mar hizo al dios que lo creó. Mateo amonestaba a los cristianos "No dar lo santo a los perros, ni echar las perlas a los cerdos no sea las huellen con sus patas y volviéndose los despedacen a ustedes".
Allá por 1869, aparece en París una novela sobre un joven aventurero, de noble y distinguida familia de la Francia. En California pierde su fortuna buscando oro. En San Francisco aborda una goleta que lo desembarca en el puerto de Panamá. No quería regresar a casa pobre. Una noche, en un café cerca a la plaza de la Catedral, conoce un viejo capitán que con otros marineros tomaban ron. El joven le pregunta cómo podía hacerse rico. El lobo de mar le dice que había muchos modos. "Pero el mejor, el más seguro, es la pesca de las perlas, eso vale más que todas las minas de California". Al otro día el joven galo, Eduardo Mercier, se embarca en la goleta perlera María Amelia del capitán Carlos Ardou.
En 1975 entrevisté en Soná, a orillas del San Pablo, a Natividad Tristán Ortiz. Había nacido en 1890. A inicios del siglo XX, fue marinero del San Pablo, buque madre de la armada perlera del comerciante sonaeño "Checo" Martinelli. Era este buque de madera y velas. Tenía cuatro botes de madera con velas y cuatro remos. Cada uno de 12 varas de largo, cuatro remos, compresor, escafandra y seis tripulantes. Tristán fue boga y bombero del Trípoli. Al fondearse el bote Natividad dejaba los remos y daba vueltas a las manivelas del compresor que enviaba aire por la manguera al buzo que por el plan arrancaba las conchas de madre perla de las rocas sumergidas.
Al atardecer, los botes retornaban al buque madre. En cubierta seguía el viejo ritual de la bucería, ante los ojos de toda la tripulación el capitán abría las conchas. Al aparecer una perla común gritaba "lua". Si esta era mediana cantaba "lua", "lua". De encontrarse una perla extraordinaria el capitán daba tres gritos. "Lua", en portugués y gallego, significa luna, del latín "luna". Lua es diminutivo de luna, cuerpo celeste que influye en los hombres de modo misterioso y mágico. "Lua" también es una mujer secreta, reservada, misteriosa, introvertida, inquieta, sensible y emotiva. Entre los indígenas del Caribe "lua" es el espíritu que protege del mal o las desgracias.
Fue en la tercera zona de bucería, las islas del sur de Veraguas, cuando se halló esta legendaria perla. Era vísperas de Navidad y último día de la temporada de bucería de 1927. Pronto regresarían a rendir cuentas al patrón. Los cuatro botes del buque San Pablo operaban dispersos en las aguas de Coiba, sus islas e islotes. El más alejado era El Trípoli. Su capitán, Manuel López. Los marineros Eulogio Espriella, José Arosemena, Alejo López y Natividad Ortiz daban vueltas a la manivela del compresor enviándole aire al buzo de escafandra Cruz Almengor. Se decía que Cruz era buzo con suerte.
El Trípoli fue el último bote en arrimarse a la nave capitana a descargar sus ostras. Ese día todos los botes encontraron muchas conchas. En cubierta, ante toda la tripulación, Don Alejandro Covaleda, sobrecargo y hombre de reputada honradez, comienza a abrir las conchas de madre perla. "Lua" gritaba al encontrar una perla chica. Si aparecía una mediana decía en tono más alto "lua", "lua". Súbito, abre una concha más enmudece. Ocurría algo único, electrizante. En eso por toda la cubierta de la nave capitana se escucha el estruendoso grito de "lua", "lua", "lua". En sus manos, nervioso, Don Alejandro sostenía una perla perfecta, redonda de tonos rosáceos celestes, tan grande como un huevo de paloma. Juraban estos lobos de mar que era la perla más grande del mundo.
Don Manuel Covaleda envía a Manuel López en el bote El Trípoli a Soná, a entregar la perla a Don "Checo" Martinelli. El júbilo fue general. Juan Pardini, suegro de "Checo", pater familia de la colonia italiana sonaeña, ordena abrir unas botellas de su mejor vino de Lucca para celebrar. Raúl Arosemena, en sus notas sobre esta bucería comentaba que "Checo" envió la perla a la casa Lloyd´s de Londres, como prenda por un préstamo de 30 mil pesos plata, suma extraordinaria en esos tiempos.
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