Remembranza.
Un zángano en la madrugada
Ya habían llegado, anunciando el nuevo día, las pesadas horas de la madrugada. En el viejo caserón, de cinco cuartos de alquiler, en cada uno,
Silvio Guerra M. ([email protected]) / Abogado.
Ya habían llegado, anunciando el nuevo día, las pesadas horas de la madrugada. En el viejo caserón, de cinco cuartos de alquiler, en cada uno, vivíamos familias numerosas y en ellas mujeres, viejas y nuevas, prueba indubitable de la presencia de bellas féminas que, no por vivir en barrios de pobres, signifique que mengüe la belleza en ellas.
De pronto, en la oscuridad de esa madrugada, se escucharon gritos que delataban terror, pánico. Se formó una algarabía: nerviosismo, llanto incontrolable, entre las muchachas, pero entre las viejas, asombradas por lo acontecido, tan solo se preguntaban quién había sido, quién se había atrevido a semejante acción.
Aun mi madre no escapó de lo ocurrido. Todos se cuestionaban, también los hombres, cómo pudo haber pasado si las ventanas eran de ornamentales caracterizadas por pequeños huecos que solo permitían advertir quién caminaba por el patio.
Los machos no estaban inquietos, pero sí torpes, ellos no se afanaban por saber quién había sido el autor de los hechos, sino que posesionados de una extraña ira regañaban a las mujeres por haberlo permitido. Uno de la esquina, zopenco, le entró a gaznatadas a la mujer, entre tanto, ella le gritaba: ¡y yo qué culpa he tenido!
Yo estaba absorto, disfrutando el momento, contemplando a la chiquilla aquella que me traía de vuelta y media, quien también exhibía la prenda íntima que le había sido cortada.
Llamaron a la policía que se vino a aparecer como a las 5 de la madrugada. Entraron a los cuartos, revisaron, comentaban entre ellos cosas y hubo unidades que, atrevidamente, preguntaban a las muchachas, no a las viejas, “a ver, muéstreme ¿qué le pasó a usted?” No demoraron, luego se fueron y, en ese entonces, no entendía por qué iban muertos de risa.
“Papá, ¿qué dijeron los policías?”, indagué. Él respondió: “Fue un “zángano”. Ingenuamente pensé que un zángano era algo así como un gusano o una araña que las había picado. Pero al día siguiente, mi curiosidad se elevó a la décima potencia, pues resultó ser que “zángano”, decían las mujeres, mientras yo en silencio y a escondidas, escuchaba sus conversaciones, era un brujo que misteriosamente llegaba a tocar y a sobar a las mujeres que le gustaban dándose gusto lujuriándolas, entre tanto estas no pueden siquiera moverse.
Pero este zángano fue muy atrevido: con una fina y delgada navaja había cortado faldas, peticotes, pantis, y cuanta prenda de vestir se ponen las mujeres para irse a las camas. Este zángano le descubrió la intimidad más profunda a cada una de aquellas muchachas y mujeres. ¡Vaya zángano! Cuentan que como adopta forma de espíritu satánico lujurioso, nadie pudo haberse dado cuenta.
Abogado.
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