Un gran error nuestro
- Mons. Rómulo Emiliani cmf.
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Un gran error nuestro consiste en juzgar, condenar, sin pensar, analizar, estudiar, investigar los casos. Actuamos a base de prejuicios, ideas preconcebidas, slogans, tradiciones, y rápidamente, sin pasar por procesos de análisis, actuamos. Y así condenamos a cualquiera, lo mandamos a la hoguera de nuestras discriminaciones, lo marginamos, le ponemos una etiqueta. Y eso de las etiquetas es tan usual: "ese es un ladrón. Esa es una cualquiera. Aquél es un vago. Ese es un mentiroso. Este es un miserable egoísta".
Y cuando pasamos de lo individual y nos trasladamos al plano de conglomerados, a etiquetar pueblos o naciones, culturas o religiones, gremios o asociaciones, tenemos fronteras mentales que impiden acercarnos, entablar comunicación y acuerdos con los "otros", y vienen muchas veces conflictos violentos. Así nacen y crecen los odios que se hacen generacionales, y se crea un antagonismo feroz entre naciones y hasta religiones. Y cada comunidad sea gremial, política, nacional vea al otro como un enemigo al que hay que derrotar y hasta eliminar. Los prejuicios se hacen "verdades incuestionables", dogmas culturales y todo aquél que piense lo contrario se le ve como traidor a la patria, al partido político, a cualquier gremio o causa.
Sabiendo el mal que ha hecho esto en la historia: exterminio de los judíos, la esclavitud, sobre todo negra, guerras por siglos entre musulmanes y cristianos, entre izquierdas y derechas, entre blancos y negros, entre católicos y protestantes, entre liberales y conservadores, deberíamos hacer un" alto al fuego real y concreto". ¿Y eso cómo? Primero cada uno de nosotros, mirando lo bueno del otro. Enfocando la atención en las virtudes y valores del contrario. Del que no es como yo. Y buscando comprender por qué hace cosas que a mí no me gustan. Poniéndome en los zapatos del otro. Todo esto baja nuestra agresividad al neutralizar los prejuicios que tenemos. Buscar siempre más lo que nos une que lo que nos divide. Y así a nivel de gremios, partidos políticos, naciones, religiones. Empeñarse todos en acercarse al otro, escucharlo, comprenderlo. Parece esto una utopía, un sueño irrealizable, pero este es el camino para una reconciliación y parar este derramamiento de sangre de millones de personas en tantos siglos que han perecido por culpa de los prejuicios y odios ancestrales.
Si elevamos la mirada al cielo, si imploramos la presencia y misericordia divina, si abrimos el corazón al amor de Dios y como cristianos echamos fuera nuestros prejuicios raciales, políticos, religiosos, culturales, cada uno de nosotros, poco a poco, el mundo irá cambiando. Lo que no podemos es seguir como vamos. Estamos sentados en un arsenal nuclear que al encenderse la chispa hará desaparecer a la humanidad en pocos días.
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