Sobre el tiempo de los guayacanes
... ese florecer vistoso, como un oro líquido que se despliega como fuente ante ese firmamento azul que adorna nuestro suelo; vemos la naturaleza en todo su nivel de plenitud y aceptamos el regalo de la vida, sin rencillas, sin rencores.
- Arnulfo Arias O.
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- - Publicado: 30/3/2021 - 12:00 am
Disfruto su presencia pasajera, que promete volver siempre como el reloj de la esperanza duradera, que no depende de nosotros. Me da un sentido de confianza en la Providencia. Foto: Archivo. Epasa.
Este año, los guayacanes florecen majestuosamente, impasibles e imperturbables ante el mundo nuevo que nos rodea; un mundo postpandemia. Hace un año, aproximadamente, también florecían igualmente, para los primeros meses del calendario; pero teníamos entonces el tiempo para contemplar con la frialdad suprema esa naturaleza, sin resaltos, sin miedo al contagio, sin temores recargados por el confinamiento mecánico al que se ha sometido el espíritu de la población.
Se mira la naturaleza en estos días con nuevos ojos; tal vez se le aprecia más y se le entiende como ese regalo que es irreemplazable, como parte de ese mundo que antes existía y que existirá mañana, porque no se contagia como lo hace el hombre, ni sufre de la debilidad existencial aquella que arrodilla a veces ante un virus submicroscópico, como el que nos acecha hoy y encadena nuestras vidas y la vida de todos los demás.
Aprecio, como nunca antes, el tiempo de los guayacanes. Los miro sin cansancio y disfruto su presencia pasajera, que promete volver siempre como el reloj de la esperanza duradera, que no depende de nosotros. Me da un sentido de confianza en la Providencia, que siempre cuida de la vida, expresada en cualquier forma.
El hombre, azotado hoy por esa plaga diminuta, tal vez se ha hecho más sabio, realizando su fragilidad y entendiendo que su eternidad consciente no se encuentra en su propia vida, sino en la vida que lo rodea y de la cual es una parte más.
Esos apegos de grandeza comienzan a hacerse entonces más y más humildes. La tierra no nos necesita, pero nosotros sí necesitamos de ella.
Contemplamos ese florecer vistoso, como un oro líquido que se despliega como fuente ante ese firmamento azul que adorna nuestro suelo; vemos la naturaleza en todo su nivel de plenitud y aceptamos el regalo de la vida, sin rencillas, sin rencores.
Como nunca antes, me detendré a contemplar esa grandeza generosa de la vida, que nos regala sin cesar por todas partes sin exigirnos nada a cambio.
Apreciaré el presente que se nos regala y, sin mirar atrás, y pase lo que pase, daré gracias a la Sabiduría que ha concebido el mundo así, ponzoñoso solo para aquel que ve veneno en medio del millar de bendiciones abundantes.
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La plaga pasará, pero, me pregunto, ¿pasará acaso la arrogancia que ha llevado al hombre a despreciar ese regalo de la vida, manifiesto en todo aquello que se nos regala y nos rodea?
No sé qué será del mundo y al final no importa, porque en la medida que uno mismo cambia, cambiará el espejo aquel de afuera en que a diario simplemente ve su imagen reflejada.
Abogado.
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