Incertidumbre
Soledad en tiempos de angustia
Toda crisis nos hace recordar y reconocer ese deseo de cambiar y mejorar; nos obliga a actuar de una forma u otra.
- Andrés Guillén
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- - Publicado: 10/5/2020 - 12:00 am
Nos hallamos solos y angustiados en pleno siglo XXI, a pesar de nuestro progreso material. Foto: EFE.
Estas dos palabras – soledad y angustia – con el pretexto de una pandemia universal devastadora, se ven hoy entrelazadas simbióticamente como símbolos de la crisis que vive actualmente nuestra civilización occidental.
Así, soledad representa esa sed humana por la inmortalidad; angustia manifiesta el miedo indeterminado que todos sentimos por un mañana incierto y no visible.
Inevitablemente, nos hallamos solos y angustiados en pleno siglo XXI, a pesar de nuestro progreso material y de haber poblado el mundo con millones de personas.
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Ambas palabras también están ligadas a esa maravillosa aptitud del espíritu humano de ser, libremente, lo que quiere o no quiere ser.
Por eso tenemos metas, anhelos y la fuerza ciega para intentarlo todo en libertad, como contingencia del futuro, dada las circunstancias variantes de cada individuo.
Dichos lazos han dotado a la “atormentada soledad” y a su fatídica hermana la “asfixiante angustia” del mágico poder del Ave Fénix, milagroso pájaro que, según varias leyendas, misteriosamente renace cada 500 años desde sus propias cenizas.
Tal como esta mitológica criatura, la angustia se enciende en llamas después de cada crisis humanitaria para renacer, una y otra vez, en la más completa y triste soledad.
Esta tragedia la vivimos y revivimos constantemente los humanos, hoy más que nunca, fruto del Covid-19.
Pero ¿qué nos espera en el futuro?
Lo único cierto y visible en esta oscura noche del porvenir es que todos seguiremos sintiendo la angustia certera de la muerte, de seguir muriendo mientras se vive, lo que a la vez nos da esa sed humana por la inmortalidad.
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Aun así, precisamente por esa aplastante desolación, queremos cambiar el mundo, aspirando, tal Ave Fénix, a renacer como un ser superior de alta calidad humana.
Esta necesidad de renovarse, de adquirir luz y fuerzas nuevas para adaptarnos a condiciones futuras, se debe a esa misma fuerza espiritual y libertadora mencionada antes, que nos acompaña en cada momento de desequilibrio.
Desafortunadamente, seguimos siendo seres olvidadizos y contingentes, por lo que toda crisis nos hace recordar y reconocer ese deseo de cambiar y mejorar; nos obliga a actuar de una forma u otra.
Afortunadamente la razón, separada de las creencias religiosas, nos ayuda a tomar acciones razonables, libres y felices, sin la angustia de un rechazo divino.
Nada quita, por supuesto, que el amor y la fortaleza, la lucidez y la tolerancia, precluyan creencias en dioses del politeísmo o en el solo Dios del monoteísmo, como norma absoluta y guiadora de nuestro proceder.
Pero lo cierto es que, de ese terror universal a la soledad, muy próximo al miedo de la muerte, nació el instinto progresista del humano, tan íntimo como el amor.
Muy a pesar de ese instinto progresista y renovador, la humanidad creyente fijó la inmortalidad como remedio para su propia mortalidad, provocando simultáneamente temores angustiosos y perennes por la incertidumbre de su destino celestial.
Esta preocupación de exponerse a la desdicha eterna forma parte integral de nuestra angustia existencial.
Sin duda, se harán cambios materiales para adecuarnos a esta nueva era tecnológica, pero ¿mejorará espiritual y moralmente la humanidad después de esta crisis de valores?
Ciudadano.
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