Panamá
Sobre nuestras realidades rurales
- Arnulfo Arias Olivares
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Conocí personalmente a la ex presidenta Mireya ya cuando había regresado del exilio con mi abuelo, en 1978. El recibimiento de "El Dr." fue apoteósico.
Conocí personalmente a la ex presidenta Mireya ya cuando había regresado del exilio con mi abuelo, en 1978. El recibimiento de "El Dr." fue apoteósico en ese David de entonces.
Todavía recuerdo cómo el pueblo se volcó a las calles, perdió su miedo a la dictadura y siguió la caravana que iba desde el aeropuerto Enrique Malek hasta mi hogar, ubicado en ese entonces en el barrio de Las Acacias, en las riberas del río Risacua, donde fue primeramente homenajeado.
Por alguna razón quedé trepado en el mismo camión en que él iba y, para mayor sorpresa, justo a su lado, sirviéndole mi hombro como un bastón infantil mientras, desde allí, saludaba a esas multitudes que lo aclamaban con entusiasmo. Debo decir que ese primer torbellino de panameñismo me sacudió y me hizo entender que Arnulfo Arias era alguien de importancia trascendental para la gente.
Como decía, conocí personalmente a la expresidenta en ese entonces, porque el exilio no nos había permitido hacerlo antes; mis hermanas, sin embargo, si pasaron temporadas enteras en Miami, con "Papá Arnulfo", como lo solíamos llamar. Luego de esos tiempos tan lejanos ya, he seguido apoyando al museo Arias Madrid en sus gestiones culturales, sociales e históricas; pero es ahora que en realidad he tenido el privilegio de acompañar en su caminar permanente a esa dama que sostuvo el cargo más alto de la nación. Me impresiona.
La humildad la precede. A tal punto que, en ese recorrido informal de visitas que hicimos a algunas comunidades apartadas en Penonomé, se rehusó a que le colocaran una mesa frente a ella, un obstáculo entre las personas a las que habíamos venido a visitar. Así, la sombra suave de algunos vetustos palos de mango le sirvió de sitio predilecto para conversar; y conversar es precisamente lo que se hizo, guiados por su espontánea comprensión de los problemas de nuestro pueblo interiorano.
De todo se habló; pero en esa camaradería en la que no había un locutor y una audiencia, sino una audiencia receptiva de sí misma, como una marea de entusiasmo, pude ver lo importante de la comunicación sin ambages, sin adornos, sin métrica política. Pudimos enterarnos de las grandes luchas de esas comunidades por lograr mejores accesos y vías de comunicación, y cómo, sin ninguna bandería política, habían contribuido todos a la instalación de puentes sobre ríos que hasta hacía poco se hacían casi intransitables; muros que los separaban de la salud, de las medicinas, de la atención médica, los alimentos y la electricidad.
En estos tiempos de progreso y de vida inalámbrica, muchas comunidades nuestras sufren de ese flagelo, y tener allí a alguien que los comprendía espontáneamente, fue un momento mágico y un privilegio para quienes pudimos presenciarlo. Muchos pobladores de esos sitios alejados, con caminos de tierra, pobre señal de celular, ausencia de estaciones de combustible y de supermercados, siguen una norma simple de solidaridad comunitaria; si alguien se enferma gravemente, todos colaboran para lograr una atención médica, sin importar la hora o lo remoto que puede estar esa atención primaria; si no hay calles, caminan por las trochas, con resignación y hasta estoicismo, diría yo, si se toma en cuenta que es una desidia del Estado y de la sociedad que estemos todavía ante carencias de ese tipo en nuestro suelo, y que el progreso y el desarrollo quede corto y amputado por un tema que, en esencia, es solamente electoral. Allí dónde hay mas votos, encontraremos hospitales; allí donde hay más votantes, están más accesibles acueductos, vías, caminos de producción y telecomunicación.
Todavía no se ha realizado que un país no puede seguir ese patrón por mucho tiempo, porque los centros urbanos se convierten en puntos de desarrollo atrofiados, apretados cada vez sobre la pobreza urbana que remplaza la carencia rural. Hagamos un esfuerzo conjunto porque ante la falta de vías, se obligue a los proveedores de servicios públicos de telecomunicación a mantener siempre conectados a los usuarios, sin importar la cantidad; hagamos un esfuerzo, como sociedad, para que se hagan carreteras hacia sitios que, a esta fecha, todavía siguen escasos en su población, pero en los que abundan las necesidades, la falta de acceso a comunicación y los cuadros de aislamiento social y comunitario.
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