Sobre los propósitos de cada año nuevo
- Arnulfo Arias Olivares
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En cualquier farmacia relativamente grande se puede comprar un arnés para mantener la espalda erecta. Ese artilugio trabaja sobre el principio de atacar el hábito natural de arquearse y jorobarse. Mecánicamente, fuerza la postura hacia lo que debería ser correcto. Recuerdo que mi abuelo siempre que nos veía, cuando niños, soltaba la frase "Párese recto". Hay una inclinación natural hacia el "dejar ser" en nuestras vidas. Es un hecho visible hasta en el reluciente acero que comienza a enfermarse con el óxido si se mantiene estático. Así es casi con todo lo que no se usa. El moho, el polvo, la humedad son síntomas claros de la falta de uso. Lo mismo es con nosotros. Si nos dejamos llevar por la vida, entonces el polvo de la falta de propósito se va asentando lentamente. Nos saturamos de óxido que corroe la voluntad. Caemos en lo básico de respirar, comer, dormir y hacer la digestión. Todo, entonces, comienza a ser uniforme. Nuestros gozos son circunstanciales y llanos. Como si fuéramos un depredador que persigue su presa hasta el cansancio y luego se encuentra tan cansado al atraparla que hasta pierde el apetito.
Ojalá hubiera también un arnés, como ese que se usa para enderezar la espalda, para enderezar el curso de la voluntad, para evitar que el moho de los hábitos improductivos se asiente de manera espesa en nuestras vidas. Con cada nuevo año, hay nuevas intenciones, a veces delineadas cuidadosamente en un cuaderno, escritas en notas que se pegan en el refrigerador o en frases inspiradoras que nos miran desde las agendas o desde los artefactos tecnológicos que las han venido ahora a reemplazar. Comenzamos con ánimo y llenos de entusiasmo. Seremos más responsables, más dedicados al trabajo y a la familia, decididos a emprender y culminar las metas. En fin, todo ese deseo de ser mejor se enciende en nosotros, como una llamarada alta que nos ilumina por un tiempo. Pero el propio tiempo se convierte en enemigo de las intenciones, cuando en realidad debería operar a su favor. La falta de seguimiento diario nos hace abandonar esas maletas empacadas y, al final, ni siquiera hemos emprendido el viaje cuando ya lo desistimos y reprogramamos. Si la intención era, por ejemplo, bajar de peso, nos decimos a nosotros mismos que un pequeño dulce, por hoy, no me hará daño. Se erosiona lentamente el compromiso que hicimos a principio de año o cuando sea. Al final, no hay entrenador de vida más voluntarioso que el que llevamos dentro y nadie, absolutamente nadie, puede encender la determinación que nos toca cultivar. No hay arnés mecánico para enderezar nuestro propio emprendimiento. La inercia va oxidando lenta y progresivamente nuestra voluntad hasta llevarnos a ese punto en el que consideramos preferible abandonar esos propósitos que, alguna vez, cobraron importancia.
Pensemos que tal vez hemos mordido mucho más de lo que podemos masticar. Poco a poco, gota a gota, se pueden lograr también las grandes cosas de la vida. Aprender esa lección es parte de las enseñanzas que hasta la naturaleza misma nos despliega. Todo lo que nos rodea, rocas, montañas y mares, ha sido esculpido imperceptiblemente, con el cincel de la erosión, de las tormentas, de las mareas, la gravedad y, sobre todo, con el tiempo, que es paciente y persistente en todos sus propósitos.
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