Epicentro
Sobre los misterios del cosmos
...“lo único de un hombre, que lo hace verdaderamente un hombre, es su mente. Lo demás lo puedes encontrar en un puerco o un caballo”. La conciencia de su capacidad disminuida como forma de vida material, hacen que los hombres sean creadores de sí mismos y escultores de todo aquello material que los rodea.
- Arnulfo Arias O.
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- - Publicado: 27/7/2021 - 12:00 am
Para las bestias, no existe ni marea, ni tierra, ni luna, ni sol; ni universo y Dios. Por eso, debemos elevarnos por encima de los espacios materiales y biológicos que nuestra vida entraña. Foto: EFE.
Fue Galileo el que tuvo la valentía de exponer en forma clara que la Tierra se movía; que giraba alrededor del Sol. Caro pagó ese atrevimiento contra el sistema de ignorancia imperante, que mantenía en la esclavitud espiritual al ser humano.
Ese descubrimiento expandió la mente humana, empujándole los horizontes limitados más allá de los sentidos. En un paralelo de significancia similar, el astrónomo Edwin Hubble descubrió, en 1924, que la Nebulosa de Andrómeda no era una estrella, sino más bien una galaxia entera, poblada con billones de estrellas; la galaxia más cercana a la nuestra, aunque en sus estimaciones estuviera a más de 6 millones de años luz, y parte de cientos de billones de otras galaxias existentes. El universo se hizo desde entonces insondable.
La huella humana en este mundo lleva un recorrido efímero, de unos 200,000 años tal vez; si comparamos ese lapso de tiempo con las primeras formas de vida que sobre el planeta, que se remontan tal vez unos 3.800 millones de años, o a los primeros ancestros de los mamíferos que caminaron sobre la tierra, con una antigüedad estimada en los 200 millones de años, ya podemos tener alguna duda sobre la noción inoportuna de que el universo fue creado para el hombre; porque mucho antes de que él existiera, existía la flora y existía la fauna.
Lo que es más, si se toma en consideración que la Tierra misma podría tener una edad que sobrepasa los 4.5 billones de años, y que nuestro diminuto globo azul flota en una galaxia que se remonta tal vez a unos 13.5 billones de años, creo que habría razones suficientes ya para comprender el eslabón infinitesimal del ser humano en esas ecuaciones infinitas que encierran el misterio de nuestro universo.
En términos proporcionales, se estima que hay más estrellas o soles en este universo de lo que hay granos de arena en todas las playas de este mundo. No debería esa verdad restarle la importancia a la conciencia iluminada del ser humano, o al regalo de razonamiento lógico que anida únicamente en nuestra forma de existencia, por lo menos en este planeta.
En lo material, el hombre es casi una figura subatómica en comparación con el espacio desproporcional e incomprensible que lo rodea; pero en su mente y es su espíritu es grande y único, solo en la medida en que se eleve sobre circunstancias pasajeras en el tiempo que le toca transitar.
Ya lo decía el poeta y dramaturgo Archibald MacLeish, “lo único de un hombre, que lo hace verdaderamente un hombre, es su mente. Lo demás lo puedes encontrar en un puerco o un caballo”. La conciencia de su capacidad disminuida como forma de vida material, pero también de su grandeza en el proceso lógico y espiritual, hacen que los hombres sean creadores de sí mismos y escultores de todo aquello material que los rodea.
Para las bestias, no existe ni marea, ni tierra, ni luna, ni sol; ni universo y Dios. Por eso, debemos elevarnos por encima de los espacios materiales y biológicos que nuestra vida entraña y hacer un despertar de la conciencia de lo que es la vida entera como proyecto universal, con o sin el hombre.
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Lo más seguro es que la raza humana no estará ya aquí cuando se dé la colisión prevista entre la Vía Láctea y la Galaxia de Andrómeda, que ocurrirá en un tiempo aproximado de unos 4.5 billones de años; pero esa previsión, ese análisis, ese aprehender del cosmos tan incomprensible, hace que el hombre se haga eterno, como el paso mismo de esos años venideros, que no tienen cuenta y que no tienen fin.
Abogado.
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