Sobre las desafortunadas dictaduras en América Latina
- Arnulfo Arias Olivares
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No creo que la forma de pensar de Maduro sea la de la gran mayoría de del pueblo venezolano. Nos identificamos con la triste realidad que viven y sabemos que los dictadores y tiranos siempre tienen sus adeptos, con lealtades materiales que se compran y que se venden, atadas siempre a los confines del sistema digestivo. No es lo mismo aquellos que verdaderamente ansían la libertad, que sufren la nostalgia de la justicia y de la democracia que hubo un día. A estos los mueven causas superiores a ellos mismos; los otros viven apegados necesidades apremiantes de la vida. Esos seguidores y adeptos que se mueven por el fuego de ese tipo de lealtades, debemos compadecerlos, en vez de criticarlos. El día que la tormenta de la tiranía haya pasado, volverán a ser parte de la fibra de la sociedad, y encontrarán que en ella también está su hogar, para bien o para mal. Recuerdo que en los crudos tiempos de la dictadura había qué sé yo, "codepadis" y "batallones de la dignidad", que no eran más que panameños a los que los movía algún interés particular; especialmente la necesidad. Eso no justifica la falta de postura moral que asumieron, arrastrándose hasta los confines de lo incomprensible en sus acciones; pero así es la naturaleza humana. En las situaciones más extremas, aflora el hombre junto con la bestia. Se sabe, por ejemplo, que en el sitio de Stalingrado, llevado a cabo por Hitler, murieron de hambre y de sed más de un millón de personas; la moral y la justicia se olvidaron en esos tiempos par parte de las víctimas sitiadas y se sabe de casos documentados en los que los padres consumieron a sus hijos, espoliados hasta la bestialidad por el hambre. ¿Se justifica lo que hicieron? No habrá quien no lo rechace hoy y sienta viva repugnancia. Pero de lo que se trata es de no olvidar nunca que la bestia que en nosotros vive, no se queda siempre en el corral. Las necesidades, la pobreza extrema y el hambre disminuyen la capacidad de razonar y, sobre todo, la capacidad emotiva que, en otras circunstancias, nos haría sentir piedad y compasión por otros. El dictador Maduro es hoy ese eslabón perdido que nos hace comprender que la maldad no necesariamente es la maldad, sino las circunstancias que, en momentos de la historia, hacen que los animales salgan del zoológico de nuestra especie, y maten a ese celador que llamamos la razón.
Más que ofendidos por las palabras guturales que contra nuestro presidente ha soltado el dictador de la querida Venezuela, imaginémoslo como lo que es en realidad. Un ser humano que aprovecha la necesidad masificada, que elabora sobre la miseria de su pueblo, para poder tenerla sometida, que rinde culto a la pobreza, como el dios infame que sostiene la existencia frágil de su tiranía. Le debemos recordar que, si tuviera la capacidad de reflexionar sobre la historia, personajes hubo mucho más infames que él, como Calígula, que nombró Cónsul imperial a su caballo Incitato; o Nerón, que mandó a decapitar a un hombre solo porque envidiaba su peinado. Que no piense el dictador que alcanzará siquiera esos niveles de notoriedad absurda y desquiciada con los berrinches de neonato y cavernícola que nos despliega hoy. En fin, los humos tóxicos del poder humano que luego queda administrado siempre por la historia, única custodia sabia de los disparates más absurdos de los hombres. No tiñe ni mancha lo que ha dicho nuestra gran estima y consideración por ese gran pueblo venezolano, al que hemos dado una posada migratoria con la mayor disposición y los hemos hecho parte de ese círculo de amigos de nuestra nación.
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