Sobre las camisas pequeñas de los partidos políticos grandes
Y es que ninguno de los que ya participaron dentro de las estructuras partidistas en cargos de gobierno debería participar hoy en lo que debe ser más que una mera renovación y proceso electoral interno, sino más bien un desaprender muy franco de todo lo que por espacio de 12 años se ha enseñado mal.
- Arnulfo Arias O.
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- - Publicado: 25/11/2019 - 12:00 am
Al fin de cuentas, los partidos políticos vienen a ser solamente los vehículos a través de los cuales se expresa -o se debería expresar- una ideología definida que se viene a concretar en la administración pública cuando se está en gobierno y que se seguirá abrazando, indistintamente, cuando se está en oposición.
Uno de los problemas más puntuales que podrían tener ahora mismo todos los partidos políticos, es el divorcio entre lo que piensan como colectivos y lo que hacen como gobernantes.
Así, podría hablar con algo más de fundamento del partido particular al que me encuentro yo adherido por gracia casi genética, es decir, el Partido Panameñista.
Un partido que en sus orígenes comenzó como un movimiento que prestó siempre más importancia al fondo que a la forma.
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Y así debió permanecer para siempre y por siempre; como una visión trascendental e incontaminada de nación y de nacionalismo.
Pero con el tiempo, la camisa política se fue deformando, y ya no da cabida al espíritu político que dicho colectivo debería expresar.
Por los últimos doce años, se ha deformado el molde en el que se ha querido verter el pensamiento político, generando criaturas incomprensibles, alejadas del propósito inicial con el que todo panameño podría haber comulgado, asegurando primordialmente la felicidad y desarrollo pleno de todos los habitantes de la nación.
Hoy en día, tenemos un partido que, afortunadamente, le queda muy pequeño al pensamiento político panameñista, forjado realmente por principios universales de hermandad y fraternidad y no así por encasillamientos electoreros, ansias de poder, y vicios morales que se han venido a expresar, en el último quinquenio, en una forma mezquina, pasional, arbitraria y visceral del ejercicio público.
Todas las falencias antes señaladas podrían tener un nombre, pero jamás se llamarán panameñismo, en el sentido más genuino de la palabra.
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Lamentablemente, en medio de una genuina iniciativa de renovación y búsqueda de lo que el Partido mismo representa desde sus orígenes en 1923, con Acción Comunal, vemos personas muy irresponsables que no entienden, o no quieren entender, que fueron cómplices de ese deterioro moral, espiritual y físico de nuestra ideología partidista y que pretenden enquistarse -como mal endémico- en sus estructuras de gobierno, ocupando cargos para los cuales ya no están moralmente calificados.
Y es que ninguno de los que ya participaron dentro de las estructuras partidistas en cargos de gobierno debería participar hoy en lo que debe ser más que una mera renovación y proceso electoral interno, sino más bien un desaprender muy franco de todo lo que por espacio de 12 años se ha enseñado mal.
Los partidos no están concebidos solamente para ocupar la silla presidencial; están concebidos para participar activamente en la vida pública, primero como ciudadanos y luego como todo lo demás.
Hoy parece que el cargo más alto que una nación le puede conferir a un hombre, el cargo de ciudadano, se viene a despreciar para poder enaltecer, entonces, esos cargos inferiores de la vida pública que siempre deberían estar muy por debajo de la investidura ciudadana, en la que realmente radica toda fuente de poder genuino.
En esta ocasión, podrá servir el Partido Panameñista como ejemplo; pero el uso errado del poder público es una enseñanza ya torcida que prospera y se hace endémica hoy en día en todos los partidos, que deberían entonces corregir sus rumbos y apegarse más a las raíces mismas desde las cuales todo surge dentro de una nación. No basta, ni edifica colectivamente, ese odio visceral de los "independientes" hacia las organizaciones partidistas; la fiebre no está en la sábana. Los partidos políticos deben apegarse siempre a sus ideas más básicas que fueron y serán la cuna desde la que se formarán y que progresivamente los conducirán hacia un proceso de maduración que beneficia a todos los de una nación.
Abogado.
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