Epicentro
Sobre la violencia del conocimiento
Se enseña, y se aprende, a valorar los ídolos convencionales, forjados por el hombre, en vez de darle vuelo material al desarrollo humano, que no tiene pasado, que no tiene presente, que tiene solo futuro.
- Arnulfo Arias O.
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- - Publicado: 14/7/2020 - 12:00 am
Cuando el conocimiento revelador comienza a asentarse en el hombre, surge, de manera natural, una violencia interna que, mal canalizada, se puede traducir en rebeldía infértil.
Pero si esa nueva luz se llega a custodiar de manera afanosa, conforme casi a esa costumbre de nuestros antepasados muy lejanos que solían portar consigo aquella lumbre de una yesca humeante y diminuta de un lugar a otro, que luego les servía como medio para iluminarse en la negrura de la noche; debe así también hacerse el hombre del cultivo de ese fuego del entendimiento que, como cualquier fuego real, puede calentarnos la comida o puede reducir a las cenizas nuestro hogar, dependiendo todo del cómo se le usa.
Las aproximaciones al conocimiento crean, a veces, la violencia interna, porque de manera casi hostil se enfrenta el hombre con aquel pasado martillado a golpes y que ahora se refleja solo como ese sustrato que se asienta y se acumula en pozos estancados, en los que el agua se recoge y se reposa, hasta estancarse sola en egoísmo fétido y malsano; y la sociedad, que es cómplice de cómplices, le enseña mal así a sus hijos.
En latitudes como estas, el bronce de la estatua inerte se valora muchas veces más que la plasticidad infinita de nuestras juventudes en sus ansias de aprender.
Se enseña, y se aprende, a valorar los ídolos convencionales, forjados por el hombre, en vez de darle vuelo material al desarrollo humano, que no tiene pasado, que no tiene presente, que tiene solo futuro.
Debe entonces ese hombre, iluminado por la chispa del conocimiento que ahora se desborda sin apropiación por todas partes, desaprender primero todo aquello que se le ha enseñado mal.
Elevarse en lo trascendental de los principios que se fijan como universales; desechar el peso inútil de hábitos sociales que le rinden culto, a veces, a personas que se aferran a una autoridad exterior, calentada en el carbón oscuro de políticas criollas; que fomentan el temor reverencial a estereotipos que no son en realidad los dignos de respeto.
Cuánto crecería el hombre si, desde la más temprana edad, se le demuestra que si otro debe someterse a los procesos digestivos, al igual que él, es equivalente en ese plano de la humanidad, y que solo aquello que aprendemos por esfuerzo propio puede hacer de un hombre superior a los demás y transformarlo en elemento útil para la sociedad.
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Todo lo demás es solo material.
¿Por qué respetar, por ejemplo, a aquella autoridad que no respeta a su elector; que como perro enfurecido muerde luego la propia mano de quien lo alimentó?
Si se pasa rápido a la revelación de esa verdad, sin pasarla por la tela sana de la reflexión, dejan de cumplirse los propósitos edificantes de la formación que es lenta y progresiva.
Sin pasar primero por ese recurso de meditación, se explota simplemente en rebeldía que no eleva al oprimido sobre el opresor, sino que lo suplanta, sin que la luz se cruce entonces en la sombra de ignorancia que simplemente se amontona sobre otra y sin encontrar ese camino de la reivindicación del victimario por su propia víctima.
Abogado.
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