Sobre el gen latinoamericano en América
Ña cultura latina que ha migrado hacia Estados Unidos, y ha internalizado el sistema de reglas sociales estrictas a las que todo ciudadano norteamericano se debe adherir,
Ña cultura latina que ha migrado hacia Estados Unidos, y ha internalizado el sistema de reglas sociales estrictas a las que todo ciudadano norteamericano se debe adherir,
El gran pensador francés Alexis De Tocqueville escribió en el siglo XIX una gran obra titulada “Democracia en América” en la que, entre otras cosas, expone una teoría muy bien sustentada de que el entorno geográfico y las exigencias del medio ambiente forjan las sociedades, su apego al trabajo, su moral y hasta su pujanza. Eso puede ser muy bien cierto en las etapas primarias de la conformación de un grupo social, en el que ciertas reglas deben responder a ciertas adecuaciones relacionadas al clima, a los riesgos inminentes, a la afluencia de personas, a la rigurosidad religiosa que en principio los convoca; pero luego de esa etapa, que al final no dura mucho desde el punto de la evolución social, van perdiendo fuerza esos factores y surge progresivamente una cultura distinguible de otros pueblos.
Para Tocqueville, esos factores conformaban el corazón y el alma permanente de algunas culturas, por lo que llegó a vaticinar que América del Norte sería un emporio conformado por la sobriedad, el trabajo y la templanza en las costumbres; en tanto que América Latina se dejaría llevar por la sensualidad del paisaje, por la vida tropicalizada y las costumbres relajadas.
Su pronóstico solo acertó y se mantuvo inmutable en cuanto a lo paradisiaco de ciertos destinos de nuestra Latinoamérica, porque al final, el trabajo también ha sido el denominador común que ha desarrollado nuestros pueblos, eso sí, a un ritmo distinto de nuestros vecinos del norte, que han tenido en su haber grandes lumbreras por estadistas, cosa que necesariamente ha faltado en esta parte del mundo, donde la política criolla ha empañado sin duda el desarrollo.
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No ha sido esa falta atribuible a la sociedad en sí, sino a factores de poder que, a lo largo de los lustros, se han enquistado como un mal endémico que ha afectado la carrera ascendente de nuestras propias culturas.
Tan cierto es lo anterior, que la cultura latina que ha migrado hacia Estados Unidos, y ha internalizado el sistema de reglas sociales estrictas a las que todo ciudadano norteamericano se debe adherir, ha aportado un progreso reconocible que todos podemos admirar hoy en día.
Para los años 80, por ejemplo, el sur de Florida tenía una población latina que, aunque ya se había instalado dentro del sistema, seguía ajena al mismo. No reconocía en esa tierra su hogar, propiamente, sino un lugar de transición, un refugio contra las inclemencias e inestabilidades de sus lugares de origen, a los que pretendían regresar algún día. Pero el factor de la adaptación, que también se aplica a los procesos sociales, y no solo a la naturaleza, comenzó a obrar los cambios que al final se hicieron muy inevitables.
La descendencia latinoamericana que había llegado a poca edad, y la que comenzó a nacer allí, sufrió cambios fundamentales en su alimentación, en su educación, en su salud y, sobre todo, en su universo mental, que ya no se vería disminuido por los traumas comunes de sus padres; países en los que se nace sin garantía de igualdad en oportunidades, sin fronteras amplias para la creatividad humana y sujetos a la camada constante de una fauna política que se sitúa siempre en lo más alto de la cadena alimenticia y de explotación, manipulando el poder y asegurándose de que su utilización no beneficie desinteresadamente a las generaciones que vendrán, sino solo a ese grupo que descansa en la explotación generalizada de los más necesitados.
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Así, hoy en día. vemos cómo han prosperado de manera exponencial nuestros hermanos latinoamericanos que han decidido hacer de esa nación del norte su nación también.
El progreso no los ha alcanzado, ellos lo alcanzaron primero, a través de grandes sacrificios y del trabajo constante.
No es la buena semilla la que debe cargar con el peso de no poder germinar, sino que son los otros factores externos los que deben conjugarse también para asegurar su destino y su florecimiento.
En América Latina está esa buena semilla presente; pero los otros factores no se conjugan de la manera en que ya debían para esta fecha evolutiva haberlo hecho, precisamente porque también está presente lo que James Henry Hammond denominó la “teoría solera”, que declaraba del todo incompatible la mano de obra y la educación.
El obrero debía ser en lo posible como el buey aquel subyugado en el trapiche; artificialmente enceguecido hacia todo lo que no fuera trabajo.
La teoría impulsaba la idea de que cultivar la mano de obra en conjunto con la educación era un concepto simplemente incendiario.
De allí que era mejor separar la mano de obra de la cabeza pensante, mantenerla mecánicamente dentro de un guante oscurecido y húmedo para evitar así incendiar el intelecto.
Como resultado, hay un sector mayoritario que estará siempre en el solar más bajo de la sociedad, y un pequeño grupo manipulador que retrasa el progreso unificado de todos los asociados en su conjunto.
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